El coctel de acontecimientos y emociones de los últimos cuatro meses, cuando Barquisimeto estuvo agitado por el conflicto político y social del país, arrastra secuelas psicológicas para la población envuelta en tal convulsión.
En asambleas ciudadanas organizadas por la ONG defensora de los derechos humanos, Funpaz, en comunidades tanto del municipio Iribarren como Palavecino una de las preocupaciones más frecuentes de los padres era el cambio de la conducta de los hijos menores de edad ante hechos violentos.
Alteraciones como estas vienen dadas en primer plano por la modificación de la rutina de cada familia, explica el psicólogo infantil miembro de Red ApoyaT, Rubén la Rosa.
Durante el periodo académico pasado se evidenció una de las variaciones de la cotidianidad más notorias. Hubo instituciones donde los docentes decidieron enviar por vía digital tareas para resolver en casa, pues se incrementaron las inasistencias de los alumnos. Del lado de la familia hubo incluso reuniones con la asociación civil Padres de Lara donde plantearon alternativas y la preocupación de llevar a los niños a clases mientras no hubiese garantía de seguridad. Terminar el contenido en el hogar, si bien fue una manera de resolver, representó un cambio importante, porque no es el lugar ideal para obtener el aprendizaje de manera idónea, apunta La Rosa.
La situación se extendió hasta la planificación vacacional, debido a que “los padres han optado por atrincherarse y los muchachos están muy limitados, porque no pueden jugar libremente en un parque o compartir como antes”, evalúa el especialista, quien también labora en la organización Proyecto Creces y Asociados.
Entre niños y adolescentes son estos últimos los más vulnerables ante el conflicto social. Así lo concluye La Rosa por lo osados que suelen ser: “Un adolescente está en riesgo también porque tiene sus necesidades. Un adolescente quiere salir, quiere compartir con los amigos, quiere ir a alguna reunión. Por su naturaleza quiere compartir con gente de su edad y quiere hacer algo. Un adolescente se caracteriza por ser activo y, si eres adolescente y ves que están protestando, lo que quieres hacer es protestar. Es allí donde empiezan los dolores de cabeza de los papás sobre cómo hacer que se sientan útiles sin que se expongan a ningún peligro”.
En circunstancias como las que vivió el país los últimos cuatro meses con protestas continuas y muertes relacionadas con esas actividades, que superan el centenar, los adolescentes pueden haber experimentado molestia, tristeza e impotencia. Frente a esa mezcla de emociones es cuando los padres deben orientarlos para transformar la rabia en un elemento positivo. “La rabia es una energía. Depende de cómo se oriente puede ayudar a la persona a poner límites a otros, puede ayudar a defenderse en una situación de riesgo. Por otro lado, la rabia, si se transforma en algo negativo, puede destruir, dañar, volcarse en forma de violencia”, define La Rosa.
Lo primordial es identificar el sentimiento y asumirlo, aconseja el psicólogo. Al entender que hay en el cuerpo una energía acumulada, se puede actuar bien sea hablándolo o mediante recursos como tomar un cojín y golpearlo, escribir en un globo los nombres de las cosas que molestan e inflarlo hasta que explote o hacer un dibujo.
Si el adolescente desea protestar, hay que proponer hacer actividades con las que se sientan útiles como la elaboración de pancartas u ofrecerse como voluntarios para recolectar medicamentos o comida para los necesitados. Enseñarlos, además, a enunciar las cosas en positivo, pues “no es lo mismo decir ‘yo no quiero más guerra’ que decir ‘quiero trabajar por la paz”, fundamenta el entrevistado.
Otra consecuencia grave a la postre, tal como lo advierte La Rosa, es que esta generación ha crecido normalizando la violencia: “Para ellos esto pareciera ser normal. Es normal ir en contra de alguien, en contra de una autoridad, es normal desconfiar de un policía, de un guardia”. Por eso, considera, puede pasar que cuando estos adolescentes sean adultos no reconozcan a las figuras de autoridad, comenzando por la paternal.
Las reacciones de los niños
La población infantil también absorbe su porción del conflicto y los síntomas se muestran de manera distinta según la edad. Generalmente, puede presentarse irritabilidad, alteraciones del sueño, del apetito, estado de ánimo inestable, aislamiento e hipersensibilidad. “Eso indica que a nivel emocional no existe estabilidad sino zozobra, incertidumbre que hace que el sujeto no se sienta seguro con su entorno”, profundiza La Rosa.
En los niños no mayores de cinco años prevalecen los miedos, el llanto repentino, susto por los ruidos como el de los fuegos artificiales, miedo a los hombres con uniformes y a separarse de los padres.
Al ver el entorno, hay pequeños que incluso preguntan si es una guerra la que está en desarrollo y eso, dice La Rosa para aliviar a los padres, es normal. Lo es también que dibujen lo que ven: árboles caídos o vidrios rotos y, esa, resalta el psicólogo de Red ApoyaT, es una oportunidad de hablar sobre lo que sintieron durante el conflicto.
Otra de las formas de expresar lo que observan es a través de los juegos. Lo amplía el experto: “Los niños necesitan de alguna manera elaborar eso que tienen en sus mentes.
Ellos ven una situación atípica y la reproducen dependiendo de la edad. Por eso, es común que el niño repita esa escena donde unos se ponen capucha, otros usan escudos, otros ponen barricadas, otros son los policías. Lo que antes era el policía y el ladrón ahora es la guardia y los estudiantes. No le podemos impedir que jueguen. Pueden hacerlo, no los podemos limitar. Lo que sí se puede hacer es orientar el juego, ver qué juegan y agregar un final alternativo, si ven que el final es demasiado agresivo. Es una gran oportunidad para enseñar una forma de solucionar un conflicto de forma pacífica”.
En cualquier caso, los padres deben ser “un medio de canalización de las emociones de los niños no de abonarle más angustias”, enfatiza La Rosa. Sobre ese objetivo pueden preguntar al niño qué observa y qué piensa para saber qué tipo de inquietudes tiene. Adicionalmente, es importante reconocer ante ellos que en efecto sucede algo fuera de lo común y, a su vez, recalcar que se trata de una etapa transitoria.
Por otro lado, no es recomendable engañar a los niños porque ellos al tener al alcance medios de comunicación o escuchar los comentarios de los vecinos o de los propios parientes saben la realidad que los envuelve. Por tanto, La Rosa recomienda responder exactamente lo que el niño pregunta sin aportar detalles y la información debe ser ajustada a la edad sin olvidar aportar siempre un mensaje de esperanza.
Sin son menores a cinco años los sentimientos los expresarán a través de las conductas. En ese caso, los padres pueden dar palabras a lo que siente el niño y permitir que lo exprese aunque no sepa decirlo.
Cuando tienen entre 6 y 12 años sí son capaces de identificar y manifestar las emociones. Cuando lo hagan, aconseja el experto, los padres deben permitir la expresión y validarla, mostrarse comprensivos, escucharlos y permitirle llorar si así lo desean.
La sobreprotección es otra línea que deben saber reconocer quienes se encargan de la crianza de los niños en estos tiempos: “Los padres deben reconocer el propio miedo que tienen ellos y tener claro que ningún extremo es bueno. Por lo tanto, no es bueno descuidarlos ni tampoco es positivo tenerlos encerrados siempre en casa porque así no aprenden a enfrentar los miedos. Como adulto debe monitorear espacios y tomar decisión de dónde ir según los riesgos”.
Consejos para padres
A quienes son responsables de la crianza de adolescentes (12 a 18 años) el psicólogo de Proyecto Creces y Asociados, Rubén la Rosa (@rubendlarosa en Instagram), aporta consejos para manejar situaciones sociales complejas como las que se viven en Venezuela.
-Reservar tiempo para apoyarlos, escucharlos o consolarlos.
-Entablar conversaciones, sin forzarlo, sobre lo que ocurre a su alrededor para que exprese lo que siente al respecto. Cuando se niegue a hablar no significa que no se sienta afectado, pues, a veces, no saben cómo manifestarlo porque están confundidos o se rehúsan a demostrar angustia.
-Ser paciente cuando formulan las mismas preguntas repetitivamente.
-Aclarar inquietudes. No minimizar ni exagerar los problemas. Es importante ayudar a entender que no tiene la culpa de lo que pasa y que es normal tener miedo o estar molesto.
-Animarlos a estar con amigos, a no quedarse solo, a retomar en la medida de lo posible su vida normal.
-Revisar juntos momentos cuando superó otros miedos e integrar esos recuerdos, puede contribuir a mejorar el ánimo.
-Ser cariñoso, hacerle sentir que juntos son un equipo y procurar disfrutar en familia.
El Impulso