De todos los acuerdos comerciales que fustigó durante su campaña electoral, diciendo que son dañinos para los trabajadores estadounidenses, Donald Trump reservó su mayor desdén para el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (Tlcan).
El Tlcan con México y Canadá fue «el peor acuerdo comercial de la historia», declaró Trump cuando era el candidato presidencial. Acusó al pacto de elevar el déficit comercial de Estados Unidos con México, de haber hecho que muchas fábricas de mudaran a su vecino del sur y con ello haber eliminado empleos estadounidenses, señaló AP.
Trump prometió renegociar el tratado que entró en vigor hace 23 años o de plano abandonarlo. Ahora llegó el momento. El miércoles comenzarán cinco días de conversaciones para reformar el Tlcan. Las negociaciones empezarán primero en Washington y luego seguirán en México y Canadá.
Estados Unidos jamás ha intentado reformar un acuerdo comercial de gran envergadura, por lo que los analistas no saben con certeza qué esperar de las conversaciones.
Sin embargo, está claro que para los funcionarios comerciales de Estados Unidos será difícil cumplir las promesas de campaña de Trump. Una nueva versión del Tlcan necesitaría la aprobación del Congreso, que está dividido, y un Tlcan modificado no ofrece la certeza de lograr lo que esperan Trump y sus partidarios: el regreso de millones de empleos a las fábricas de Estados Unidos.
Los economistas y analistas comerciales dicen que sí es posible mejorar el Tlcan, que eliminó la mayoría de las barreras comerciales entre los tres países. Uno de los campos más prometedores para actualizarlo es para reflejar el crecimiento de la economía digital.
No obstante, una reformulación tecnocrática difícilmente satisfará a los partidarios de Trump y los detractores del Tlcan, que buscan una reformulación tal del acuerdo que reduzca el déficit comercial estadounidenses y lleve empleos a Estados Unidos.
«Perdemos muchas ventas», alega Jason Brochu, copresidente de la firma Pleasant River Lumber en Dover-Foxcroft, Maine.
Una estrategia más asertiva y dinámica -por ejemplo, exigir que los productos que califiquen para estatus libre de impuestos del Tlcan tengan más contenido hecho en Estados Unidos- conlleva el riesgo de privar a los estadounidenses de algunos beneficios que el acuerdo les ha ofrecido.
Los agricultores estadounidenses, temen perder el acceso casi irrestricto que tienen ahora al mercado mexicano. Muchas empresas de manufactura han creado líneas de suministro que atraviesan las fronteras y temen perder sus inversiones. Si Estados Unidos decide alzar sus barreras comerciales, Canadá y México seguramente tomarán represalias.
Además, el tiempo corre. El próximo año hay elecciones presidenciales en México y elecciones legislativas en Estados Unidos. Renegociar un acuerdo tan complicado será sumamente difícil en medio de una intensa retórica electoral.
El mes pasado, el gobierno de Trump enumeró sus objetivos para la renegociación y algunos ya se han topado con férrea resistencia de México y Canadá.
Por ejemplo, Washington irritó a Canadá al decir que desea eliminar un mecanismo de resolución de disputas establecido bajo el Tlcan. El mecanismo le permite a México y Canadá apelar decisiones desfavorables emitidas por tribunales y agencias comerciales estadounidenses. Actualmente pueden apelar a paneles establecidos por el Tlcan, formados por cinco integrantes: dos de cada país de la disputa y uno que se alternaría entre ellos. Las decisiones de tales comisiones son obligatorias.
Sin embargo, el problema es que esas comisiones tienen la reputación de volcar las decisiones comerciales estadounidenses, como pasó con la disputa sobre la madera canadiense. Estados Unidos se queja de que Canadá subsidia a su industria maderera, con lo que su producto se hace artificialmente barato en el mercado estadounidense.
«No es justo que la madera subsidiada llegue sin control», agrega. Los fallos de las comisiones, dice, carecen de «un proceso apropiado de resolución de disputas». Dice que le gustaría que sean eliminadas.
Esa idea levanta ámpulas en Ottawa. Antes de que pudieran confiar en las comisiones, los canadienses «sentían que no estaban recibiendo una salida justa» en los tribunales y los procedimientos administrativos estadounidenses, afirma Daniel Ujczo, un abogado comercial para Dickson Wright en Columbus, Ohio. «Ellos ven (las comisiones) como algo que se ganaron».
Estados Unidos también busca más margen de acción para imponerle aranceles a las importaciones que dañan a la industria estadounidense. Por ahora, el Tlcan limita la capacidad de Estados Unidos de usar ese poder en casos que involucren a Canadá y México. Si Estados Unidos impone aranceles a las exportaciones de sus vecinos, ¿Canadá y México tomarán represalias aplicándole sus propios aranceles a las importaciones estadounidenses?
En otro intento por asegurar que las renovaciones al pacto favorezcan a la manufactura estadounidense, el gobierno de Trump quiere reglas más estrictas para exigir que los bienes que califiquen para los beneficios del Tlcan se realicen principalmente dentro del bloque de libre comercio de los tres países y que no incluyan demasiados componentes de cualquier otro país.
Sin embargo, la industria manufacturera, que ha construido cadenas de suministro que cruzan las fronteras del Tlcan, teme que los cambios al Tlcan interrumpan sus operaciones.
Por ejemplo, Magna International -un proveedor de la industria automovilística con sede en Aurora, Ontario- tiene 55 fábricas en Estados Unidos, 50 en Canadá y 30 en México. Sus productos, como partes para los asientos de un automóvil, pueden cruzar las fronteras del Tlcan cinco o seis veces. Si tuvieran que pagar aranceles con cada cruce fronterizo o hacer papeleo para demostrar dónde se originaron las partes, los costos de Magna aumentarían.
Si una revisión del Tlcan eleva los costos, «al final ese costo va a llegar a usted, usted, el consumidor final», asegura Scott Paradise, un ejecutivo sénior en Magna.
Después de todo, los consumidores estadounidenses se han beneficiado de coches pequeños de bajo costo construidos al sur de la frontera.
La renegociación del Tlcan es parte de los planes del gobierno de Trump para restaurar algunos de los 7 millones de empleos en fábricas que Estados Unidos ha perdido desde que el mercado laboral manufacturero de Estados Unidos alcanzó su punto máximo en 1979. El Tlcan atrajo a muchos fabricantes a México, donde aprovecharon la mano de obra más barata.
Pero Matthew Gold, un exfuncionario comercial estadounidense que da clases en la Facultad de Derecho de la Universidad de Fordham, cree que los robots y la competencia de China han jugado un papel más importante en la eliminación de empleos en las fábricas estadounidenses.
«Nada en la renegociación del Tlcan traerá de vuelta esas decenas de miles de empleos fabriles que Estados Unidos perdió ante la automatización y el comercio con China en los años transcurridos desde que entramos en el Tlcan», agregó. «Aunque esta renegociación mejorará el Tlcan, será una gran decepción para quienes creen que verán un beneficio en sus vidas».
El Universal
María L. Espinoza