Maria Antonia Josepha Johanna von Habsburg-Lothringen, hija de Franciso I del Sacro Imperio Romano-Germánico y de María Teresa I de Austria, es, sin duda ya, un mito que trasciende al propio personaje. Convertida en leyenda de la Europa moderna, la reina consorte ha sido (y es) por muchos motivos, uno de los referentes fundamentales de la historia política y social, no sólo de Francia, sino de todo el espectro occidental contemporáneo.
Despreciada por su pueblo, y también por un amplio sector de la corte francesa, asumida como figura histórica relevante, María Antonieta ha sido habitualmente caracterizada como una mujer frívola y caprichosa, que vivió alejada de la realidad del país que gobernaba, ciega e indiferente al dolor de la población, que moría de hambre y de miseria. Se ganó la profunda antipatía de su pueblo por su permanente despilfarro en joyas, bailes y fiestas, vestidos y viajes, y por un desmesurado lujo del que hizo gala sin remilgos y que la sociedad francesa de aquel tiempo, sin embargo, censuró con la mayor de las violencias: la guillotina. Esta versión del personaje queda muy bien retratada en la película de Sofía Coppola, Marie Antoniette (2006), que muestra la imagen de una reina seducida por la ostentación y el capricho. Así, sus contemporáneos la apodaron “Madame Déficit” con mucha sorna, y con profunda hostilidad la acusaron de derrochadora, de conspiradora, de promiscua y de lesbiana en un intento de propaganda antimonárquica durante el proceso revolucionario de 1789.
Mucho se ha escrito y estudiado sobre ella, de tal forma que sobra apuntar que si no fue una de las grandes protagonistas de la tan estudiada Revolución Francesa, al menos fue una de sus protagonistas más inquietantes. Cierta parte de la historiografía actual sostiene que las lecturas históricas han sido, habitualmente, más crueles de lo que deberían para con la soberana y tal vez, la propia historia, en numerosas ocasiones, ha sido injusta en el retrato que ofrece de la reina consorte. Aunque es cierto que el recuerdo que se brinda desde la historia la sitúa en una posición muy poco favorecida, para la historia del feminismo, la historia de la mujer, y también quizá para la historia del lesbianismo, en este proceso de reconstrucción de los tres ámbitos que intentamos desarrollar desde MíraLES, no cabe duda de que ha sido un personaje distinguido, y resulta difícil obviar el impacto que ha protagonizado como mujer y como mito. No sólo por ser partícipe de uno de los procesos más reseñables de la historia europea, sino porque su propia caracterización como reina, como esposa, como mujer y como amante, la convierten en un personaje sin igual que ha contribuido a la visibilización de las mujeres en la Historia.
Ella fue, al margen de sus excentricidades y de su carácter polémico y algo psicótico, una mujer adelantada a los usos de su tiempo. La pequeña de quince hermanos, heredera de las grandes casas de Habsburgo y Lorena, fue dada en matrimonio a la casa Borbón, contrayendo unión con el Delfín Luis XVI a la tierna edad de catorce años. Nunca aquel matrimonio fue demasiado funcional. Su marido la evitaba. El matrimonio, desde el enlace, tardó más de tres años en consumarse. Algunos historiadores sostienen que debido a la joven edad de los cónyuges (María Antonieta contaba con catorce años y Luis XVI tenía dieciséis); otros, debido a los problemas sexuales de ambos y, algunos otros, subrayan que sucedió como respuesta el rechazo mutuo que se profesaban el rey y la reina. La cuestión es que los problemas sexuales de la pareja fueron tema de conversación muy habitual entre las personalidades de la corte. Además, ambos, bastante cómodos frente al libertinaje, contaron siempre con infinidad de amantes. Históricamente célebre es la relación que el rey mantuvo durante largos años con Madame du Barry, a quien podríamos considerar su verdadera compañera sentimental, pero no menos populares eran los nombres de aquellos que compartieron lecho con la reina María Antonieta: el conde de Artois, su propio cuñado, o el conde sueco Hans Axel de Fersen son algunos de ellos y, dentro de ese abanico de amantes, no sólo hombres rumorea la Historia. Aunque, y como suele ser habitual cuando se trata del registro histórico de formas alternativas de sexualidad no haya evidencias concluyentes, parece que la reina pudo haber tenido más que una amistad con su gran amiga Madame de Lamballe y que desarrolló una obsesión fuera de lo políticamente correcto por la condesa de Polignac. La soberana construyó una pequeña corte de fieles y devotos amigos y amigas a su alrededor, pero parece ser que la amistad que mantuvo con algunas de esas mujeres podría haber sido de carácter sexual.
Así lo insinúan la escritora Chantal Thomas y el cineasta francés Benoît Jacquot en la obra de ficción Les adieux à la reine (2012), que narra la historia de la pasión que la reina sintió por Madame de Polignac, a quien aquella siempre profesó una devoción absoluta. Yolande de Polastron, condesa y duquesa de Polignac, supo ganarse la amistad de María Antonieta, de quien recibió innumerables favores y privilegios, y se hizo, a su vez, con el recelo y la envidia de toda la corte. Tanto la novela como la película (la segunda está basada en la primera), cuentan por tanto la historia entre estas dos mujeres, mostrando, sin tapujos, una situación que iba mucho más allá de la amistad. La cinta, a pesar de estar protagonizada por tres de las niñas mimadas del cine francés (Léa Seydoux, Virginie Ledoyen y Diana Krüger), ha pasado desapercibida en España, pero resulta muy provocador que, en una de las escenas principales del filme, la soberana pregunte a su lectora “si alguna vez ha amado a una mujer”.
La película y la versión oficial de la vida de la reina consorte poco tienen que ver, pero los rumores sobre la bisexualidad de María Antonieta han sido siempre, además de constantes, muy evocativos. Nunca sabremos con certeza si éstos son ciertos o no lo son, pues no existen evidencias materiales ni históricas que corroboren la existencia de una relación más allá de la amistad entre ella y las numerosas amigas que se le conocen. Es preciso, además, recordar que, en la antigüedad, era bastante frecuente que, en caso de existir, las relaciones de lesbianas se escondieran tras relaciones de amistad, de tal manera que resulta muy complejo discernir donde termina la verdad y comienza la leyenda.
La cuestión es, y esto sí es un hecho constatado, que los cortesanos de la corte de los reyes de Francia hablaban, y hablaba también el pueblo francés, con tanta ligereza de la homosexualidad de la reina, que resulta imposible no caer en la tentación seductora que, tanto la escritora Chantal Thomas como el cineasta Jacquot, nos invitan a experimentar a través de su novela la primera, a través de su película el segundo.
María Antonieta de Austria fue enterrada el 17 de octubre de 1793 en el cementerio de la Madeleine, en París, con la cabeza entre las piernas. Antes de fallecer, presenció, en uno de los episodios más grotescos de su propia biografía, cómo las hordas revolucionarias asaltaban, golpeaban, mutilaban y despellejaban a su gran amiga María Teresa de Saboya, princesa de Lamballe, y colocaban su cabeza decapitada sobre la pica de un palo para ser mostrado como trofeo ante la reina y vanagloriarse ante la multitud sublevada. Según la versión oficial, contada literalmente por la hija de la delfina, esta fue la única ocasión de la vida de la reina en la que la soberana perdió completamente sus papeles.
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