Es decir que, ahora cambiaba el paisaje político, el urbano y el rural, el de los cerros y las urbanizaciones y lo que se descubría eran fantasmas como uno que despistó a tantos psicólogos sociales, politólogos, historiadores, políticos y comunicadores que gastaron década y media proclamando que con Chávez había aterrizado en Venezuela un líder carismático sin par, un profeta armado que condenaba al país a décadas de despotismo y dictadura.
Y en efecto, se había aterrizado “un líder carismático”, pero forrado de petrodólares, de cuantiosos petrodólares y dispuesto a comprar a todo el que dudara de su hálito e instalar una mentira monstruosa que le ha costado a Venezuela miles de muertos en términos del hambre, falta de medicinas e inseguridad.
Un producto del auge electrónico de los medios de comunicación de masas (MIT) que, como nunca en la historia, ampliaron una tendencia que ya se había asomado en la Alemania hitleriana, y se dieron a crear en los medios impresos y radioeleléctricos -y ahora en la redes-, “realidades alternativas” (la frase o teoría es de Kellyanne Conway, asesora de Donald Trump) de donde surgen clases, razas, economías y países que no son las que pasan frente a nuestros ojos, sino las que “suceden” en “los medios”.
De todos y cada uno de estos temas me tocó hablar, discutir, ampliar y profundizar con el Alcalde Metropolitano de Caracas, Antonio Ledezma, en su casa-cárcel de una urbanización del Este de Caracas, durante el segundo semestre del 2015, cuando trabajamos para reunir la información con la que escribí mi libro: El Secuestro del Alcalde (Editorial CEC, S.A El Nacional Nov. 2015).
No fue un trabajo fácil, porque, a pesar de que el libro se escribió sobre sucesos que “aun pasaban”, o “no terminaban de pasar” -como en un film que nos está soltando imágenes, ideas y personajes sobre los cuales tenemos que realizar un segundo-, hubo que llevar a cabo un enorme trabajo de selección para prefijar los elementos que nos permitieran estructurar nuestra propia narrativa.
Un trabajo engorroso, pero gratificante, enormemente gratificante, pues me permitió conocer, ver de frente, literalmente, “descubrir”, a una de las figuras clave y fundamentales de la historia y la política venezolana de los últimos 37 años.
Y no es que, no hubiera conversado, discutido y compartido antes con Ledezma, durante los años en que, como periodista, seguí la política desde distintos medios, sino que, nunca nos habíamos encontrado en unas circunstancias tan especialmente dramáticas para el país y para él, personalmente, que era objeto de la persecución, acoso y prisión de una dictadura.
Es un decir que, los hombres se conocen especialmente en las adversidades y, si es verdad, la de la prisión (esto sí lo escribió don Miguel de Cervantes) es de las más crueles, perversas y terribles que se pueden sobrellevar.
Ledezma, en efecto, venía de su brutal secuestro, de los meses que pasó en la cárcel militar de Ramo Verde, de una grave enfermedad que le sobrevino y fue la causa de que un juez le dictara la medida de “casa por cárcel” y una mañana o tarde de cualquier día o semana del último semestre del 2015, en su casa -cárcel estaba frente a mí, discurriendo, revisitando, discutiendo temas de política o historia que se abrían como páginas a nuestros pensamientos.
Es un hombre sencillo, sereno, reposado y con un equilibrio interior que no le permite mirar con odio ni hacia atrás ni hacia delante. Del 19 de febrero, como de los días que estuvo en el Sebín, por los tribunales y finalmente en Ramo Verde, no deriva rabias ni rencores, sino lecciones para explicarse el enigma de esta Venezuela con la que jamás pensó encontrarse, pero que una vez aquí, no toca sino enfrentar y descifrar para continuar luchando por ella.
Sin que me lo sugiera, ni se lo haya oído nadie, pienso: es el hombre de la transición, el político que podría tender puentes hacia todas las aguas, y despertar esa fuerza dormida que tenemos todos los venezolanos hacia la reconciliación, hacia el reencuentro en el enorme esfuerzo de la reconstrucción.
Casualmente, Ledezma, es el único de los actuales líderes de la oposición democrática que viene de la gestión pública de las dos repúblicas, de las dos Venezuela, de los dos países, en la primera como parlamentario, gobernador y alcalde, y en la segunda, como Alcalde Metropolitano de Caracas.
Por eso, hablar con él, es hablar de la gente, del pueblo, de los barrios, de las urbanizaciones, de las calles, pero no en el plano político, o electoral sino de la interacción entre quienes se unen para gobernar “de conjunto”, en una experiencia que difícilmente se pierde u olvida.
“El liderazgo transformador” se me viene de repente a la memoria, del que habló recientemente en un artículo, el imprescindible, Gustavo Coronel, citando a James McGregor Burns, quien decía que “un líder debe actuar en todo momento en un plano de valores de mayor nivel que sus seguidores, a fin de elevar la calidad de la conciencia colectiva. Un líder que trate de liderar en base a consensos, arreglos y negociaciones, tratando de lograr beneficios personales a costa de sus seguidores, ese no es un verdadero líder”.
Sin embargo, hablar con Ledezma sin aterrizar en la historia contemporánea de Venezuela, sobre todo la que conoce mejor, la de los 40 años de democracia, es perderse la mejor parte del viaje, y no establecer de dónde viene la democracia, cuáles fueron sus líderes fundamentales, por qué Betancourt fue el primus inter pares y cómo sin su olfato, agudeza y calidad de estadista, Venezuela “habría perdido también la segunda mitad del siglo XX”.
Tiene en su memoria por lo menos las tres ediciones conocidas de “Venezuela, Política y Petróleo” y de ellas deriva una lección fundamental: “Sin unidad, como la entendió Betancourt, a mediados de los cincuenta, es imposible el rescate de la democracia en Venezuela, claro, formulada sobre bases más amplias, no solo políticas, partidistas y electorales, sino sociales, culturales y militares. Si no nos planteamos el problema de la unidad como uno de los pilares básicos a construir, difícilmente evitaremos el abismo hacia donde nos conduce el castromadurismo”.
Mientras hablamos el teléfono no deja de sonar y Ledezma de atender, son llamadas de los más recónditos rincones de Venezuela y del mundo, como que en todo el país, y en todos los continentes, hay alcaldes y de todas partes llaman al único Alcalde electo por el pueblo preso, sin acusación conocida porque se le niega el debido proceso y defender a sus electores es defender a todos los electores del planeta.
“Es un trabajo” dice “en el cual ha sido fundamental la pasión de mi esposa Mitzy, y la de Lilian Tintori, la esposa del excaldalde, Leopoldo López, ellas dos, unidas por su amor a Venezuela y su democracia, a sus esposos presos y el de todos los presos políticos, han realizado un peregrinaje incansable, una cruzada que ha puesto la causa de los presos políticos y de la democracia venezolana en el mapa mundial”.
Mitzy ha estado presente en todas nuestras conversaciones, y por más que se halle en Washington, Roma, Bruselas, Berlín, Barcelona o Santiago de Chile, ella es una estrella polar en la carrera política de Ledezma y cada día luce con más brillo, con un fuego intenso y cautivador.
Concerla, igualmente, hace sentir esa pasión femenina venezolana que se manifiesta, tanto en la acción como en las palabras, expresión de una formación política y moral que ha compartido con Ledezma desde que se conocieron un día de mediados de los 80.
De repente cruzan por el camino de la conversación sus hijas Antonietta, Oriette y Mitzita, tres muchachas políticas venezolanas del rayo que no cesa de la lucha por la libertad.
Es tarde, quizá las ocho y hay que irse temprano para escapar a la vigilancia que no abandona al Alcalde.