Lo mejor que le pudo pasar al PSUV y al hatajo de oportunistas que encaramados en el portaaviones del comandante llegaron donde están y pretenden quedarse para siempre, es que Hugo Rafael muriera cuando lo hizo, porque de estar vivo, lo más probable es que estuviese recluido en una torre de marfil tratando de entender por qué su reinado no fue eterno. Y aunque, sin su presencia, la continuidad del “chavismo” lucía cuesta arriba, la oportuna asesoría cubana le insufló un segundo aliento, echando mano del culto a la personalidad.
La estrategia cubiche para que la cúpula roja conserve el poder heredado se basó en agigantar la figura del líder desparecido, atribuyéndole virtudes imaginarias y forjando una epopeya de cartón y embuste para sentarlo a la diestra de Jesús y a la siniestra de Simón, de modo que desde el empíreo siguiese tutelando a un pueblo al que se le ofrece patria, pero no comida.
La monstruosa manipulación comenzó con la conversión del paracaidista en pajarillo que piaba consejos a su pupilo, continuó con la omnipresencia de sus ojitos –panóptica mirada del Big Brother–, y la recordación con rango de efemérides nacionales de hasta las más nimias de su decisiones, para culminar ahora con la sacralización de su nombre y de su obra; obra más bien intrascendente, a juzgar por lo que padecemos, aquí y ahora, gracias al desquiciado proyecto que, derivado de la nefasta influencia castrista, quiso imponernos y sus albaceas no se atreven a modificar…porque ¡Chávez vive!… ¡por y para siempre!…
Sí, vivito, coleando y curucuteando se pasea por las oficinas públicas y puede oír lo que dices, leer tus pensamientos y percibir tus sentimientos; así que cuida la lengua, contén la respiración e intenta mantener la mente en blanco, si no quieres ser víctima del capitán Cabello.
La lista de razones que la oposición enumeró para exigir un cambio en la conducción del país y una rectificación del modelo socioeconómico que se ha querido instrumentar debió incluir la monomanía, pues, después de 18 años, se insiste en calcar fallidas y anacrónicas fórmulas que aquí no tienen vida, mucho menos cuando el ensayo no sirve para rectificar errores, sino para reincidir en ellos.
Seis veces ha extendido Maduro la emergencia económica y seis veces ha fracasado estrepitosamente. Empeñarse en la misma rutina esperando resultados distintos delata tornillos sueltos. Eso lo sabe Jorgito Rodríguez. O quizás no: los alienistas suelen contagiarse con las chifladuras del paciente.
Pero no es Nico el único jerarca bolivariano con síntomas de inestabilidad mental. La iniciativa del capitán es alarmante y habla por sí sola. Porque ese demencial reclamo suyo, al filo de la media noche, sin estar borracho ni bajo los efectos de algún brebaje medicinal, para proscribir –casi que con fuerza y vigor de ley– la crítica a quien manda desde ultratumba, y continúa errando, y de su deleznable legado –“Aquí no se habla mal de Chávez ni del gobierno” (deberíamos aclarar que tampoco bien ni regular)– es, más que delirio, locura.
Por estar mal de la azotea, Diógenes Escalante no llegó a la silla de Miraflores. ¿Se repetirá, como comedia, la tragedia de Escalante?
Editorial de El Nacional