La idea de que la salud de tu intestino pueda estar relacionada con los síntomas de la depresión y la ansiedad puede sonar extraña, pero lo cierto es que el cerebro y el tracto digestivo están fuertemente relacionados. Y es que una dieta desequilibrada no solamente conlleva cambios físicos, también afecta al equilibrio nutricional del cerebro, interfiriendo en el estado anímico y el buen funcionamiento mental. De hecho, cada vez son más las investigaciones que prueban que la dieta y las bacterias intestinales pueden influir en nuestra conducta, pensamiento y estado anímico.
El intestino absorbe algunos de los componentes de nuestra dieta que pasan al torrente sanguíneo y se distribuyen por nuestro organismo, que los utiliza para diferentes funciones. De alguna manera, el intestino, selecciona qué sustancias son necesarias y aprovechables para nuestro organismo y qué sustancias son desechables (estas últimas ya sabemos a dónde van a parar).
Pero los malos hábitos alimenticios pueden inflamar nuestro intestino, perdiendo este parte de su capacidad selectiva. La inflamación intestinal conlleva una mala absorción de los nutrientes necesarios para un buen funcionamiento de nuestros órganos, incluido el cerebro. Un ejemplo es el triptófano, un aminoácido que se encuentra en las proteínas y que es utilizado para fabricar serotonina (el 90% se fabrica en el intestino), un neurotransmisor clave en el control del estado de ánimo, la depresión y el control de la agresividad.
Otro ejemplo lo protagonizan los probióticos. Está constatado que las bacterias tipo Lactobacillus helveticus yBifidobacterium longum son capaces de producir ácido gamma-aminobutírico, otro neurotransmisor del cerebro que se encarga de regular muchos procesos psicológicos y cuya disfunción está relacionada con la ansiedad y la depresión.
En 2013 la revista Gastroentorology publicó un estudio que investigó la repercusión del consumo de probióticos en el el cerebro de mujeres sanas, sin alteraciones psicológicas ni intestinales. Estas mujeres tomaron, durante semanas, una leche fermentada con bifidobacterias y se observó mediante resonancia magnética que se producían cambios en la actividad cerebral de aquellas regiones que modulan emociones y sensaciones.
Otras investigaciones se han enfocado en el fenómeno de la permeabilidad intestinal, un proceso fisiológico que permite la fuga de ciertos microorganismos al torrente sanguíneo y que está fuertemente relacionado con la depresión y la ansiedad.
El sistema digestivo se encuentra revestido por una pared celular impermeable. Ciertas conductas o dolencias pueden debilitar esta pared permeabilizándola, posibilitando así que algunas sustancias tóxicas, bacterias y otros patógenos alcancen el torrente circulatorio en lugar ser desechados. Esto puede desencadenar una inflamación en todo el cuerpo, incluido el cerebro. La inflamación en el cerebro puede causar depresión.
Por ejemplo, un intestino permeable permite que unas endotoxinas llamadas lipopolisacárido (LPS) escapen del intestino y entren en el torrente sanguíneo, donde inducen la liberación de citoquinas inflamatorias tales como TNF-α, IL-1 y COX-2. Las citokinas inflamatorias pueden hacer bajar los niveles de serotoninasignificativamente y por largos períodos mediante diferentes mecanismos.
También las bacterias que escapan del intestino pueden activar respuestas autoinmunitarias de inflamación en el cerebro que están asociadas con la aparición de depresión, decaimiento y cansancio.
Además, estos microorganismos pueden llegar a alterar el comportamiento y estar implicados directamente en trastornos como algunos tipos de autismo.
Según un estudio publicado en Acta Psychiatrica en mayo de 2013, alrededor de un 35 por ciento de los participantes que sufrían depresión presentaban también signos de permeabilidad intestinal (que se había detectado previamente a través de un análisis de sangre).
Por otra parte, un estudio del Centro para la Adicción y Salud Mental (CAMH, Center for Addiction and Mental Health), de la Universidad de Toronto, constató que los pacientes con depresión presentan un aumento del 30 por ciento en ciertos marcadores de inflamación cerebral, en comparación con un grupo de pacientes sin depresión.
El equipo de investigación le tomó escáneres cerebrales a 20 participantes del estudio que tenían depresión (pero eran de alguna forma saludables), y a 20 participantes “sanos” (sin depresión). Por medio de la Tomografía por Emisión de Positrones (PET), fueron capaces de medir la activación de las células inmunes (microglía) que juegan un papel clave en la activación de la respuesta inflamatoria del cerebro.
Los investigadores encontraron niveles significativamente elevados de inflamación cerebral entre las personas con depresión, con las tasas más altas de inflamación entre las personas con depresión más severa.
“Este descubrimiento proporciona la evidencia más completa hasta la fecha de la inflamación del cerebro, y más específicamente la activación de la microglia en los episodios depresivos severos”, concluye el autor principal, el doctor Jeffrey Meyer. Este importante hecho implica que las terapias que reducen la neuroinflamación podrían ser prometedoras para el tratamiento de una parte de las depresiones.
Los tratamientos actuales para la depresión no tratan directamente la inflamación. Aparte de eso, alrededor del 10 por ciento de los pacientes que usan antidepresivos no responden al tratamiento, y otro 20 a 30 por ciento no responden al primer tratamiento antidepresivo.
Estas investigaciones abren un campo interesante para la mejora del diagnóstico y tratamiento de enfermedades y en un futuro se podrá usar para la creación de fármacos y tratamientos más naturales y eficaces.
La depresión es una compleja y multifacética condición que puede tener su origen en diversas causas. Sin embargo, el papel de la dieta y el estilo de vida no deben ser excluidos a la hora de plantearnos qué hacemos mal y como podemos mejorar nuestro estado de ánimo.
Fuente: nosabesnada