El comportamiento homofóbico de algunos individuos tendría raíces en traumáticas experiencias infantiles como el encuentro con un payaso pedófilo en el baño de un vecino que organizaba una piñata para uno de sus hijos, el acoso de zagaletones agarranalgas que, en el patio del colegio, convertían el recreo en un infierno o, ya mayorcitos, la indecente insinuación del instructor deportivo o el oficial del internado… ¡Vaya usted a saber!
El comentario surge a propósito de los infames comentarios del diputado chavista Hugbel Roa, cuyo informe de gestión es página en blanco que puede ser visitada en Internet, para oponerse a un acuerdo de júbilo promovido por la mayoría parlamentaria a fin de celebrar la designación de monseñor Baltazar Porras como nuevo cardenal de la Iglesia.
El irrespeto del rojo representante trujillano al arzobispo de Mérida involucró por mampuesto y maledicencia a la máxima autoridad católica del país, S. E. Cardenal Urosa. Presa de la histeria y encarnado de ira, a tono con su tolda, Roa lanzó un micrófono al diputado opositor Marco Bozzo porque este, supuestamente, cuestionó su hombría.
El incidente degeneró en un atajaperros de los que acostumbran promover quienes, desasistidos de razón e incapaces de hilvanar ideas para un debate constructivo, prefieren las pataletas a las palabras.
Cuando los improperios y los amagos de pugilato con que el diputado pesuvista honra su curul irrumpieron en las redes sociales, muchísima gente pensó que ese sujeto está urgido de asistencia psiquiátrica. De allí el psicoanálisis de bolsillo ensayado en la introducción. Pero más allá de un pasajero ataque de locura, indigno del anecdotario político nacional, el percance se presta para barruntar segundas intenciones.
No pareciera fortuita la repentina chifladura del diputado Roa, porque la misma se produjo una vez que la oposición anunció que solicitaría al Vaticano sus buenos oficios para mediar en un, al parecer lejano, dialogo con el gobierno. A Roa no le gusta un ápice la idea. Lo suyo son Zapatero y Unasur, garantía de que en una improbable negociación inclinarán la balanza hacia Maduro.
Con esa convicción, el Ejecutivo habría instruido a su bancada para que se malpusiera con la curia. Ven con suspicacia la investidura de monseñor Porras y la elección, como nuevo Prepósito de la Compañía de Jesús, del padre Arturo Sosa. Ambos prelados están considerados por quienes conocen los intríngulis de nuestra Iglesia como representantes de su ala menos conservadora. O más progresista. Tal vez por ello, y por su posible participación en conversaciones entre gobierno y disidencia, Roma los ha colocado en primer plano.
A Sosa no lo han atacado todavía. Acaso los mandamases estimen que, por jesuita, simpatice con la –algo pasado de moda– teología de la liberación; y, por ello, con la revolución. Mero wishful thinkings. El ignaciano es hombre al que interesa más el apostolado intelectual que esa quincallería ideológica.
Porras, por su parte, ya fue requerido como intermediario cuando Chávez pidió cacao, circunstancia que el chavismo quiere erradicar de su pasado. No; no es casual la ignominia de Roa. Para nada.
Editorial de El Nacional