La onomatopeya es una figura retórica y de dicción que abunda en el lenguaje de gentes que, como el jefe civil y el pithecanthropus cabello, están en deuda con el habla y farfullan una jerigonza que parecida al castellano que el diccionario de la Real Academia Española define como «palabra cuya forma fónica imita el sonido de aquello que designa».
Llama la atención, pues, que las siglas de los Comités Locales de Abastecimiento y Producción formen una onomatopeya de aplauso (CLAP). ¿Será que Maduro y su camarilla pensaban que la gente iba a responder con una ovación a la instrumentación de una red de chantaje nutricional y espionaje vecinal, a la peor usanza de los Comités de Defensa de la Revolución mediante los cuales el G-2 se entera de la vida y milagros de todos y cada uno de los cubanos que aún no han podido escapar de esa versión contemporánea de la isla del Diablo?
Sí. CLAP es la onomatopeya de aplauso que solemos ver en los comics, generalmente fuera de los fumeti convencionales, a objeto de enfatizar o dramatizar la acción, pero que aquí y ahora concita abucheos y repudio, pues se trata de una forma descaradamente discriminatoria de distribuir bolsas «aplaca hambre», infames bozales de arepa para contener a una clientela que ha comenzado a mostrar su hartazgo ante tanto desgobierno y no le basta con un ¡ver para creer! o un ¡no puede ser!
Ya no le teme al revocatorio ni tiene miedo de las infaustas listas negras con que la pandilla roja amenaza y extorsiona a los empleados públicos y a quienes reciben las migajas de las misiones. ³¡No olviden que somos nosotros quienes les echan de comer!². Sí, nosotros, los depositarios del legado (¿cuál?) del comandante cósmico y duradero. Así que cuidadito con andar firmando y manifestando en contra de la revolución.
Pero Chávez es un santo viejo y ya no hace milagros. No hay ni habrá multiplicación de los panes de los penes de acuerdo con el lapsus de Nicolás, o de las penas que sufrimos y ojalá fuese de penne rigate, entonces habría, al menos, pasta asciutta de importación, claro, a precios impagables; tampoco el agua, que hay poca, podrá ser transmutada en vino.
Hace tiempo que la última cena es, para la mayoría, un vago recuerdo. No se producirá el milagro de acabar con las colas: están mutando tumultuosos motines. La patria no es comestible. Tampoco el diálogo. No se puede conversar con el estómago vacío porque la eclosión de borborigmos sería colosal. Con tanto ruido nadie escucharía. Por eso, la Guardia Nacional Bolivariana y toda suerte de policías arrojan sus bombas disuasivas contra los que piden comida.
¡Clap! ¡Clap! Clap!, aplaude Maduro. ¡Clap! ¡Clap! Clap!, palmotean Jaua y los Rodríguez a los ex presidentes que han logrado embaucar en negociaciones inviables. ¡Clap! ¡Clap! Clap!, ovaciona no sabe a quién el vicepresidente sin tener muy claro por qué lo haceŠ aunque, si el jefe aplaude, no queda otra. ¡Ah!, pero amor con hambre no dura ¡Buu! ¡Fuiiit Fuiuuuuo! ¡Fuera!
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