No se puede decir que el embajador Bernardo Álvarez carece de experiencia en el área diplomática, pues ha ejercido como representante de Venezuela en varias oportunidades. Fue jefe de la misión en Estados Unidos y ha entrado y salido varias veces del corazón del imperio. También hace alarde de sus conocimientos en el área de los hidrocarburos, porque ha sido funcionario enchufado de larga data. Además, es licenciado en Ciencias Políticas de la UCV. Con todo esto, solo un loco (y en Carora dicen que sobran algunos) podría dudar de sus afirmaciones.
Por eso, cuando una persona con esta hoja de vida dice que en Venezuela “no hay una crisis humanitaria que amerite recibir ayuda externa”, lo que primero le viene a la mente a quien lo escucha es que debe ser una gran verdad. Pero una cosa es lo que cuenta el susodicho embajador ante la OEA en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y otra, muy diferente, es la que se vive en suelo venezolano.
Lo que probablemente esté pasando con el discurso del representante del gobierno rojito es que lo hace a partir de la experiencia propia, no de lo que puede y debe recoger un funcionario responsable sobre la situación que atraviesa su pueblo. En Washington, Bernardo debe tener la facilidad de ir a la farmacia de su preferencia a retirar sus medicinas con una sonrisa en los labios. Aquí no, excelentísimo embajador.
Fíjese usted, Bernardo, en lo indignante que significa leer los periódicos independientes y encontrarse en la misma página una nota que recoge las declaraciones del eminente embajador y, al lado, la que cuenta que en el hospital J. M. de los Ríos dejaron de alimentar a los lactantes por falta de los suministros adecuados. Es posible que en Carora entiendan este tipo de contradicciones, y hasta les parezcan naturales a algunos coterráneos del funcionario diplomático, pero a una persona en su sano juicio lo menos que le puede provocar es un profundo malestar.
La molestia no se fundamenta solo en el contraste que surge entre las declaraciones del embajador rojito y la lectura de la nota en la que la periodista Isayén Herrera cuenta valientemente lo que ella vio en el hospital de niños. El ciudadano de a pie siente malestar porque seguramente estuvo deambulando por varias farmacias para conseguir un medicamento, o porque tiene un familiar con cáncer al que no le han podido suministrar los fármacos que necesita para sobrevivir. Muy difícilmente ese venezolano pensará que el embajador tiene razón, que ese familiar se le está muriendo por culpa de los precios del petróleo, que no consigue acetaminofén para el zika por la loca guerra económica. Y así va subiendo la temperatura de la molestia hasta que se convierte en ira.
De paso, hay que agregar que el ilustre diplomático enuncia como ejemplo de eficiencia ese tan nombrado 0800SALUDYA, el mismo servicio que Maduro, en cadena nacional el pasado domingo, denunció que estaba infiltrado por una “mafia interna” que le impedía funcionar.
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