El lunes en la mañana, cuando Barack Obama ofreció una corona de flores en el Monumento a José Martí, el presidente rindió homenaje al escritor más cubano entre cubanos: un periodista y poeta cuyos ideales se invocan con fervor tanto en Miami como en La Habana.
Es uno de esos descendientes excepcionales que ambos bandos de una familia reclaman como propio.
O como dijo Archy Obejas, la novelista cubanoestadounidense: “Se parece un poco a la Biblia: sin importar qué quieras justificar, usualmente hay algo en su obra que reflejará tus deseos”.
“¿Buscas algunas palabras fascinantes y antiimperialistas que tachen a Estados Unidos de ser una nación intimidante? Las encontrarás”, comentó. “¿Buscas algo de poesía que exalte la libertad individual? La encontrarás. ¿Un poco de antirracismo? No hay problema. ¿Advertencias sobre los dictadores? Aquí están”.
Entre la vieja guardia en La Habana, Martí es mejor conocido por sus críticas a un Estados Unidos obsesionado con la riqueza y cegado por la desigualdad. Martí lo sintió de primera mano, pues vivió “en el monstruo, y conozco sus entrañas”. Se refería a Nueva York; vivió ahí más tiempo que en cualquier otro lugar, y aunque escribió con admiración sobre Nueva York y la cultura estadounidense ⎯“esa expansividad anonadadora e incontrastable, firme y frenética”⎯, también condenó la arrogancia que veía con sus propios ojos e identificaba divisiones que aún hoy son aparentes.
Esto es lo que escribió Martí sobre el conflicto de clases en Chicago en 1886: “Esta república, por el culto desmedido a la riqueza, ha caído, sin ninguna de las trabas de la tradición, en la desigualdad, injusticia y violencia de los países monárquicos”.
Y esto escribió sobre Karl Marx en 1890: “De sus generales se envanecía Roma: y los Estados Unidos de sus ricos”. (Toma nota, Bernie Sanders).
Martí perdura en la mente de miles de personas, en Cuba y fuera de ella, porque habló de la soberanía: tanto para los individuos como para las pequeñas naciones temerosas del imperialismo.
Desde hace mucho tiempo, escribió, América Latina se ha visto obligada a preocuparse por “el desdén del vecino formidable que no la conoce”, y la soberanía ha sido la obsesión cubana desde hace mucho. Hay una fascinación con el poder bruto a muy poca distancia (¡tan solo 150 kilómetros!), sí, pero también hay preocupación.
Y no solo cuando los cubanos miran hacia el norte. Martí murió en 1895 mientras luchaba contra los españoles por la independencia de Cuba y a menudo se preocupaba por la manera en que los soldados gobernarían el país en caso de que ganaran. Parecía estar muy consciente de que muchos no estarían a la altura de sus ideales ⎯“A lo que es, allí donde se gobierna, hay que atender para gobernar bien”, advirtió⎯ y demostró que tenía razón.
Solo hay que ver el monumento descomunal de Martí en La Habana: su construcción comenzó bajo el mando de Fulgencio Batista, el dictador inepto que escapó cuando Fidel Castro entró marchando a La Habana. El lugar era una caja registradora de corrupción: cuando el diseño se eligió en 1943, el Times señaló que “se han expresado críticas abierta y públicamente” sobre su costo exorbitante.
Pero entonces el monumento fue apropiado como un telón de fondo del gobierno comunista de Fidel Castro.
La visita de Obama es simbólica. “Pararse en ese espacio parece un gesto tanto de modestia como de atrevimiento”, dijo Ana Dopico, una profesora de literatura en la Universidad de Nueva York. “Su visita al monumento es un homenaje al espacio físico que ha servido de ancla de la Plaza de la Revolución, un lugar esencialmente político donde Martí ha sido invocado en más de una ocasión para denunciar el imperialismo estadounidense y el embargo”, añadió Dopico.
“Pero la ofrenda de flores no es solo un acto político calculado para indicar el fin del estancamiento. También permite un nuevo entendimiento de los monumentos, los líderes y los protagonistas nacionales”.
The New York Times