Una de las últimas genialidades de la estrella de rock, David Bowie, es que dejó en evidencia la miopía de críticos musicales y medios que recibieron su disco con antelación, pero ninguno captó los mensajes que a lo largo de él eran demasiado obvios, no están escondidos: a veces repite “estoy muriendo” casi 15 veces en una misma canción.
‘Blackstar’ apareció en tiendas y plataformas digitales el pasado 8 de enero, y Bowie falleció de cáncer el 10, en la noche. Como un testimonio genial de este giro dramático, quedaron las reseñas que los periodistas escribieron antes de su muerte, imborrables en la era de internet.
Pero lo más impactante es que ‘Blackstar’ no es un disco póstumo: no llegó a las tiendas el pasado 8 de enero con esa intención (los distribuidores ni siquiera sabían que Bowie estaba enfermo de cáncer). Tampoco se trata de una edición forzada de canciones inéditas que la estrella tuviera guardadas, como suele pasar en casi todos los casos en que los artistas se acercan a su ocaso.
Se trata de un álbum pensado en su totalidad como algo completamente nuevo y que, como siempre fue la costumbre de Bowie, revolucionara el mundillo de la música. Su proceso de creación desde el punto cero comenzó al mismo tiempo que su batalla contra el cáncer.
La canción que le da título al disco tiene ese ingrediente sonoro que podría emparentarse con el ‘trip hop’ –sin casarse con esa etiqueta– pero atraviesa también los estilos que exploró en todas las décadas: hay algo de sus 70, de sus 80, de la década pasada…
Su letra y en sí, toda la canción, es su despedida, que ha sido traducida como el momento en que la estrella, el astro luminoso, se apaga. La letra lo dice todo, por momentos en tercera persona pero en el coro, en primera persona: “Algo pasó el día que él murió, su espíritu se levantó un metro y se hizo al lado, alguien más tomó su lugar, y lloró valientemente: ‘Soy una estrella negra, soy una estrella negra’ ”.
Es además la canción que cobra vida en el símbolo creado para la carátula del disco, la primera vez que el rostro de Bowie no aparece como primera impresión. Como si la estrella fuera la lápida (una virtual, porque Bowie fue cremado).
En otro corte, ‘Tis a Pity She Was a Whore’, hay una posible referencia a su enfermedad que nadie pudo haber imaginado hasta que se conoció la noticia: la canción comienza con un sonido de apenas tres segundos de lo que resulta ser la grabación de una respiración forzada, claramente producto de un padecimiento. Solo un artista de la talla de Bowie podría convertir tal sonido en parte de una canción.
Otra que muestra su genialidad es ‘Sue (Or in a Season of Crime)’, en la que se desata el saxofón que lo ha acompañado en muchos éxitos anteriores, y se va tejiendo un crecimiento progresivo –Bowie, de cierta forma, también hizo parte a distancia del rock progresivo–- que va escalando hasta un ritmo muy intenso de secuencias y sintetizadores hasta un punto en que toda la descarga sonora estalla en un silencio en el que solo se siente la energía de un amplificador conectado.
Esta es la única canción que ya tenía un ‘trasegar’ junto a Bowie: había sido un sencillo publicado en la compilación ‘Nothing Has Changed’ –‘Nada ha cambiado’, gran título para definir a Bowie–, de noviembre del 2014. Se supone que él supo de su enfermedad a mediados de ese año.
En ‘Dollar Days’, se regodeó en esa evidente forma de referirse de la muerte que pasó desapercibida: habla todo el tiempo de estar cayendo, o caminando hacia abajo: “no hay nada para mí, no hay nada que ver… Muero / trato / muero / trato”. No podría ser más obvio.
Cada corte muestra al artista en su faceta completa. Por ejemplo, ‘Girl Loves Me’, que no ha sido tan mentada, muestra la profundidad del Bowie cantante y compositor. En la instrumentación le colaboró James Murphy, de LCD Soundsystem.
En esas reflexiones que llegan con la despedida, Bowie canta ‘I can’t Give Everything Away’ (‘No puedo dejar todo’), con una letra que debió surgir de lo más profundo de su ocaso: “Sé que hay algo que está muy mal, el pulso regresa a los hijos pródigos, los corazones del apagón con noticias floreadas, con diseños de calaveras en mis zapatos (…). Viendo más y sintiendo menos, diciendo no pero significando que sí, esto es todo lo que quise decir, es el mensaje que les envío”. ‘Blackstar’ es un testamento.
‘Lazarus’, el sencillo con video que publicó el jueves 7 de enero (otra referencia demasiado obvia a su enfermedad), arranca con el sello de algo que él puede declararse como inventor: la guitarra al estilo ‘glam’ que Mick Ronson (fallecido en 1993) sembró en ‘The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders from Mars’. Pero luego toma elementos del jazz. Y al final no es ningún género en particular, excepto uno nuevo que lleve por nombre ‘bowie’.
Para alimentar todas las teorías alrededor de un símbolo como Bowie, ‘Lazarus’ resulta ser una referencia a Lázaro de Betania, el hombre que resucita por los milagros de Jesucristo. Muchos quieren ver la resurrección de otro Lázaro.
Blackstar
«Blackstar» fue producido por Tony Visconti, quien estuvo con David Bowie en 13 de sus álbumes en estudio, y lo acompañan entre otros músicos el saxofonista Donny McCaslin, el guitarrista Ben Monder, el pianista Jason Lindner, el percusionista Mark Guiliana y el bajista Tim Lefebvre. Colaboró James Murphy, de LCD Soundsystem. Todos conocían el secreto de la enfermedad que Bowie mantuvo por año y medio.
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