Esa frase fue: “A lo único que debemos temer es al temor mismo”. Luego agregó, en alusión al Libro del Éxodo: “No sufrimos una plaga de langostas”. No había ninguna causa tangible para la depresión; en marzo de 1933, el problema estaba en la mente de las personas.
Lo mismo puede decirse hoy, siete años después de la crisis financiera global de 2008, sobre los muchos puntos débiles que subsisten en la economía mundial. El temor hace que los individuos restrinjan sus gastos y las empresas retengan inversiones; el resultado es un debilitamiento de la economía que confirma los temores y lleva a una mayor restricción del gasto. La caída se profundiza y se afirma un círculo vicioso de desesperanza. Aunque la crisis financiera de 2008 ya pasó, seguimos atrapados en el ciclo emocional que puso en marcha.
Es un poco como el miedo escénico. La ansiedad causada por el temor a no dar una buena actuación puede provocar vacilación o pérdida de inspiración; si luego ese temor se traslada a la realidad, la ansiedad se agrava y la actuación se perjudica. Una vez iniciado el círculo, es muy difícil detenerlo.
Según Google Ngrams, en inglés, el término “ciclo de realimentación” comienza a aparecer con frecuencia en los libros a fines de la década de 1930, durante la Gran Depresión, generalmente en el contexto de la electrónica: cuando se conectan un micrófono y un altavoz, y se los pone frente a frente, cualquier perturbación puede iniciar un circuito de retroalimentación sonora que dará lugar a un chillido insoportable. Luego, en 1948 el gran sociólogo Robert K. Merton hizo famoso otro término: “profecía autocumplida” (título de un ensayo homónimo). El ejemplo principal de Merton es la Gran Depresión.
Hoy que el recuerdo de aquella crisis está muy lejano, a muchos les resultará difícil creer que algo similar se esté repitiendo. Seguramente, se dirán, el actual mal desempeño económico debe tener una causa más tangible que un ciclo de realimentación. Pero se equivocan; y la prueba más directa es que, a pesar de los bajísimos tipos de interés, no vemos un boom de inversiones.
De hecho, hace más de cinco años que el tipo de interés real (ajustado por inflación) se mantiene cerca de cero en gran parte del mundo. Aunque esto vale especialmente para la deuda pública, también los tipos de interés que pagan las empresas están en mínimos históricos.
Para un gobierno que, por decir algo, tuviera que decidir si construye o no una nueva autopista, el momento actual debería ser ideal. Supongamos que la autopista cuesta mil millones de dólares, durará por tiempo indefinido con un plan regular de mantenimiento y reparaciones, y le dejará a la sociedad un beneficio neto anual de veinte millones de dólares. Con un tipo de interés real a largo plazo del 3%, la propuesta sería inviable, porque el costo de los intereses superaría los beneficios. Pero si en vez del 3% fuera el 1%, entonces el gobierno debería endeudarse y construir la autopista, simplemente porque es una inversión razonable.
El 4 de mayo, el rendimiento de los bonos públicos de Estados Unidos a 30 años indexados por inflación estaba en apenas 0,86%, mientras en 2000 era más de 4%. En muchos otros países las cifras son similares.
No puede ser que hoy necesitemos mejores autopistas menos que antes; por el contrario, el crecimiento poblacional no puede sino haber agudizado la necesidad de inversiones. Entonces, ¿por qué no vemos un auge de construcción de autopistas?
La poca disposición de los agentes a correr riesgos económicos no puede ser resultado nada más del temor; al menos no temor en el sentido de miedo escénico. Puede surgir de una percepción de temores ajenos, o de que hay algo fundamentalmente errado en el entorno económico, o de falta de inspiración (que podría ayudar a superar los temores de fondo).
El período de mayor crecimiento económico que tuvo Estados Unidos después de 1929 fue en los años cincuenta y sesenta, cuando el Estado destinó grandes sumas a la construcción del sistema interestatal de autopistas, iniciada en 1956. Cuando el sistema estuvo listo, era posible cruzar el país y llegar a cualquiera de sus centros comerciales conduciendo por autopistas de alta velocidad a 120 kilómetros por hora.
Tal vez el sistema nacional de autopistas fue más inspirador que los intentos de Roosevelt para estimular la salida de Estados Unidos de la Gran Depresión. Por ejemplo, el Cuerpo Civil de Conservación, que reclutaba a jóvenes para limpiar áreas silvestres y plantar árboles. Podía ser una experiencia agradable (e incluso instructiva) para jóvenes que de otro modo estarían ociosos y desempleados; pero no era una gran inspiración para el futuro. Tal vez eso explique por qué el New Deal de Roosevelt no acabó con los problemas económicos de Estados Unidos.
En cambio, la relativa fortaleza que hoy parece tener la economía estadounidense puede ser reflejo de algunos hechos inspiradores, recientes y muy visibles. La revolución del fracking, que en gran medida se considera nacida en Estados Unidos, ayudó a bajar los precios de los combustibles y liberó al país de la dependencia del petróleo extranjero. Asimismo, muchos de los veloces avances de estos últimos años en el área de las comunicaciones tienen que ver con innovaciones originadas en Estados Unidos (como los teléfonos inteligentes, las tabletas y el software relacionado).
Más gasto público podría estimular todavía más la economía, mientras sea tan inspirador como el sistema interestatal de autopistas. No es verdad que los gobiernos sean inherentemente incapaces de estimular la imaginación de las personas. Hoy no necesitamos un parchecito aquí y otro allá; lo que necesitamos es algo grande y revolucionario.
En todo el mundo, los programas de exploración espacial con financiación pública han sido grandes fuentes de inspiración. Cierto es que sus principales impulsores fueron los científicos, no los burócratas del gobierno. Pero con o sin apoyo del Estado, esos programas han tenido un efecto sicológico transformador: en ellos, la gente ve la idea de un futuro de grandeza. Y la inspiración reduce el miedo; un miedo que hoy, como en tiempos de Roosevelt, es el principal obstáculo al progreso económico.
Autor: Robert J. Shiller. Premio Nobel de Economía en 2013, por sus análisis empíricos de los precios de los activos como acciones, bonos soberanos y bienes inmobiliarios. Profesor Universidad de Yale, obtuvo su PhD. (1972) en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), discípulo de Franco Modigliani y uno de los economistas de mayor peso del panorama actual // http://www.project-syndicate.org
Fuente: BancaYNegocio