Era el producto perfecto. La clase de iniciativa ante la cual todo productor se frota las manos mucho antes de recibir el primer informe de taquilla: tenía presencia mediática, tenía polémica (es decir, publicidad gratuita) asegurada y tenía una garantía de rentabilidad, porque producir una película erótica sigue siendo mucho más barato que dar a luz un blockbuster. Así, toda la trayectoria de Cincuenta sombras de Grey correspondió a lo que se espera de un superéxito, desde las primeras noticias sobre la selección del reparto(¿recuerdas cuando Kyle Eastwood, hijo de Clint, sonaba como protagonista masculino?) hasta esa campaña de venta anticipada que permitió al filme llenar salas antes del estreno, culminando en esas parodias que no hicieron sino poner en valor la mercancía a golpe de viralidad.
Una vez llegado el filme a pantalla grande, las críticas fueron penosas, y los denuestos de la comunidad sadomaso (acusando al filme de promover prácticas poco seguras, cuando no de disfrazar con látigos y esposas una relación abusiva) no pararon de sucederse. Pero, cuando estamos hablando de 149,5 millones de euros acumulados sólo en EE UU, y de 508,9 millones amasados en todo el mundo, todo ello a partir de un presupuesto de 36 millones, ¿acaso importaba? La adaptación de la trilogía firmada por EL James, esa fanfiction de Crepúsculo venida a más que había llenado de jadeos las librerías, se adivinaba como la franquicia de cine más rentable del cine contemporáneo desde las aventuras de Bella y Edward. Hasta que, de golpe, todo empezó a desmoronarse.
¿Cuándo comenzaron los primeros signos del derrumbamiento? Pues, seguramente, cuando la autora de las novelas originales se empeñó en tener más poder sobre sus adaptaciones: las intromisiones de EL James en el rodaje de la película fueron clamorosas, hasta el punto de hacer que Dakota Johnson rompiese el usual pacto de buen rollo que rodea la promoción de un blockbuster. Cuando la actriz comentó (vía The Hollywood Reporter) que el comportamiento de la escritora en el plató había sido “difícil, para qué negarlo”, uno se preguntaba cuántas broncas y cuántos arrebatos de ego cubría ese eufemismo. Según una fuente anónima citada por el mismo medio, una de las mayores pataletas de James se había producido a cuenta de una variación sobre su original que, a todos los efectos, resultaba más coherente con el texto de la novela que la novela misma. Meditemos sobre esto un ratito antes de seguir.
A la mala actitud de EL James se han sumado, con el tiempo, las exigencias económicas de Dornan y Johnson, así como la deserción (prevista desde hacía largo tiempo) de la directora Sam Taylor-Wood, que se hizo pública ayer. Esto último, señalemos, es lo menos relevante de todo: por más que la cineasta otorgase con su presencia un matiz de legitimidad a la franquicia (firmando un serial dirigido a un público mayoritariamente femenino, siendo ella misma una mujer), en un producto como Cincuenta sombras de Grey el director es lo que menos importa. El hecho de que los actores protagonistas sigan encarnando a Christian Grey y Anastasia Steele de mala gana, si es que siguen, importa más: la apostura de Jamie Dornan, que tantos tuits entusiastas arrancó durante las alfombras rojas de los Globos de Oro y los Oscar, ha contribuido no poco a la popularidad de la película, y en general sería bastante ridículo ver una Cincuenta sombras más oscuras (que así se titulará la secuela) encabezada por rostros distintos a los de la primera entrega. En todo caso, aquí el todo es mayor que la suma de las partes: si algo nos transmiten esta noticias es que Cincuenta sombras de Grey es una saga de la que todo el mundo quiere apearse. Menos, suponemos, los productores y la propia EL James.
La herencia envenenada de ‘Crepúsculo’
¿Nos recuerda esto a algo? Pues sí, salvando los oportunos matices: como hemos recordado antes, Cincuenta sombras de Grey nació en internet como una fanfiction de Crepúsculo, titulada, para mayor recochineo, Master of the Universe. Y el actual estado de su adaptación al cine resulta muy similar a lo que ocurrió con las películas basadas en la obra de Stephenie Meyer. El primer filme de la saga apareció en 2008 como una producción prácticamente de serie B, que sólo comenzó a ganarse titulares dada la desproporción entre su presupuesto (36 millones de euros, ajustados) y los espectaculares 392 millones que generó en taquilla. A partir de entonces, el serial de los vampiros castos sufrió una hipertrofia espectacular. Mientras los presupuestos se incrementaban, y el impacto mediático de las películas no hacía sino crecer hasta extremos casi grotescos, la directora Catherine Hardwicke (otra mujer: ¿casualidad?) abandonaba el proyecto por piernas para ser sustituida por ‘machacas’ más acomodaticios, como Chris Weitz y Bill Condon.
Kristen Stewart y Robert Pattinson, los actores protagonistas, podían alegrarse sólo a medias de dicho éxito: hablamos de dos intérpretes de talento mediano, tirando a alto, atados a golpe de contrato y de talonario a una franquicia que, en el fondo, detestaban. El desdén de Pattinson hacia la historia y hacia su autora es público y notorio. En cuanto a Stewart, dejémoslo en que declararse “jodidamente orgullosa” del trabajo en un serial tan odiado debe ser fácil cuando una se halla en pleno proceso de revalorización, gracias a títulos como Sils Maria, Siempre Alice y Camp X-Ray. Ateniéndose a dichos filmes, uno puede pensar que la actriz dedica todas sus energías a huir de la sombra de Bella Swann, así como de los valores (el amor entendido como sometimiento, para empezar) que dicho personaje representa. Cómo culparla.
Seguramente, Crepúsculo y sus secuelas significaron una pequeña revolución en la industria del cine: a ella le debemos la ola de adaptaciones young adult que venimos padeciendo desde hace un lustro (esa a la que debemos bodrios como Cazadores de sombras, pero también Los juegos del hambre). Y también le debemos la mentalidad que ha dado lugar a Cincuenta sombras de Grey. Llevar a pantalla grande un best seller, aprovechando que la popularidad del original literario pone en bandeja la primera y más difícil fase del marketing, ya era algo viejo cuando Coppola adaptó El Padrino en 1972. Pero lo que sí es nuevo es la noción de que dicho best seller forme parte de una saga, con lo que eso implica a la hora de estirar los beneficios a base de secuelas sucesivas, y que además haya generado en torno a sí un fandom dispuesto a comentar y divulgar su amor por el producto en internet. Porque para el Hollywood de hoy, como sabemos, los fans importan muchísimo.
La debacle a la que parece sometida Cincuenta sombras de Grey, por su parte, nos revela un punto flaco en este modelo. Y es que, cuando el autor del original parece convencida de saber más de cine que los propios profesionales del medio, y cuando todos los implicados salvo ella parecen convencidos de que la obra en la que trabajan apesta, mantener la producción resulta difícil. Recapitulemos: ¿cómo se tomará el público la aparición de una Cincuenta sombras más oscuras en la que Christian Grey y Anastasia Steele ya no tengan los rostros de Dornan y de Johnson, en la que la dirección sea aún más rutinaria y en la que EL James se las haya apañado para transformar la historia en una sucesión farragosa de escenas? Pues no podemos adivinarlo, pero a lo mejor el resultado podría comprometer el futuro en taquilla tanto de dicha secuela como de Cincuenta sombras liberadas, el colofón de la trilogía.
Ya que hemos mencionado a Coppola y El Padrino, recordemos una cosa: la película que convirtió a Al Pacino en estrella y cambió para siempre el género de gangsters no es sólo una obra maestra, sino también la prueba de que el cine puede convertir una novela mala (o muy mala, como lo era el libro de Mario Puzo) en un clásico. Ahora, realizar esas hazañas a partir de un libro de éxito es difícil, porque los fans patalearán en cuanto se lleva a cabo un cambio importante en el original. Pero, por su propio bien, EL James debería asumir que sus romances sadomasoquistas no son más que un ejercicio amateur que salió demasiado bien. Tal vez si todos lo hubieran entendido desde el principio, Cincuenta sombras de Grey hubiera acabado convertida, de forma casi milagrosa, en una buena película. Ahora, sólo podemos preguntarnos cuál es el porvenir de una franquicia que comenzó como una máquina de hacer dinero, y que ahora podría experimentar una degradación inimaginable incluso para la sumisa más hambrienta de azotes.
Fuente: Cinemanía.es