S e ha producido en el seno de la oposi- ción la idea de buscar nuevas formas de manifestar la cólera del venezolano por la humillante y destructiva condición a la que es sometido a diario por el gobierno más inepto e inescrupuloso que hemos tenido. Por darle nuevos y efectivos cauces a esa posición ya conformada, y cuantificada en las encuestas, de airado rechazo a Nicolás Maduro y sus secuaces. A la escasez, la inflación, la inseguridad, la pobreza creciente, la quiebra generalizada de la economía, el desmantelamiento de toda institucionalidad y de mínimo respeto a la Constitución y las leyes, el odio y el escupitajo como vías de comunicación política, la violencia y el sadismo para tratar cualquier protesta pública, la corrupción mayor de toda nuestra larga historia en ese ámbito, el desastre de todas las políticas públicas, el cuasimonopolio comunicacional y la locura ideológica… En síntesis y para decirlo discretamente, un país convertido en una cloaca. Larga y ya conocida enumeración de desastres, tan solo para recalcar que nunca hubo tantos motivos para protestar.
Se entiende que haya recelos ante la utilización de vías ya transitadas para darle salida a la protesta. Se comprende que por ahí se trate de anular la posibilidad de las guarimbas que se practicaron el año pasado.
Al fin y al cabo la guarimba es una forma muy peculiar y limitada de lucha, muy específica, prescindible ciertamente. Pero, a donde vamos, es a la consideración explicitada por muchos de que la manifestación masiva es ya también un trasto inútil tácticamente. ¿Que quedaría entonces, pacífica y constitucionalmente? Las razones de ese aserto son muy inmediatistas y simples, el evidente fracaso de los últimos intentos por hacerlas, tanto las del gobierno como las de la oposición. La gente está cansada de esa caminadera sin efectos, tal sería la fórmula. Nosotros haríamos dos consideraciones sobre ésta. La primera y la más obvia es que semejante negación anula nada menos que el principio fundamental de congregar grandes contingentes humanos, en casi todos los casos condición indispensable para una acción popular efectiva. De manera que fracasos circunstanciales no pueden llevar a esa conclusión. ¿Por qué no evocamos las multitudinarias marchas de los años iniciales del chavismo en que, seguramente, había menos causales para hacerlas? De lo que se trata es de reconstruir el vínculo que une el descontento y la congregación masiva y las condiciones son inmejorables para intentarlo. En segundo lugar habría que cuestionar ese efecto a lograr que, nos tememos, estaría ligado a la marcha sin retorno, al 11 de abril, a la salida del gobierno de un solo empujón.
¿Quién dijo eso, que ese es el único incentivo para juntarnos? Marchamos también para presionar sobre mil motivos, para frenar los desmanes del gobierno y, sobre todo, para sentirnos juntos y poderosos, entusiasmados para luchar. Además cada una de esas acciones suma.
Es explicable que cuando la gente anda tratando de sobrevivir, torturándose en una cola, se resista a participar en causas comunes. Hasta un momento, que lo dicta su ira y su impotencia y no es una ecuación matemática la que nos lo indicará. Nosotros sentimos que ya es hora de juntar las candelitas, de prender el candelero. Esa manifestación del 24 va a ir y va a ser buena, un notable reinicio.
Fernando Rodríguez