El temporal de frío que estos días azota la región de Oriente Medio ha aumentado el sufrimiento de los refugiados sirios tanto dentro como fuera de su país, con al menos diez muertos en los últimos días, según la oposición.
«¡Queremos combustible! ¡Queremos combustible!», grita un grupo de niños con caras ateridas de frío en el campamento número 4 de Shelba, en la localidad de Al Minia, en el norte del Líbano.
Tras cuatro días de lluvia, hoy por fin ha salido el sol en este mar de improvisadas tiendas de campaña, hechas en su mayoría con plásticos.
Los niños organizan una «protesta» espontánea para pedir carburante que caliente sus estufas ante la presencia de Efe, en medio de un lugar que se ha convertido en un barrizal.
Algunos afortunados llevan abrigos, pero la mayoría de los pequeños viste tan solo con un jersey y si se mira al suelo todo son chanclas y calcetines sin zapatos. Resulta imposible encontrar alguna bota de invierno en el atuendo de los menores.
El fin de las precipitaciones, al menos por hoy, ha traído consigo un descenso de las temperaturas y, no muy lejos de Shelba, algunas montañas siguen con nieve en sus cumbres.
En este campamento, donde la pobreza campa a sus anchas, el único cobijo frente al frío son las jaimas, donde las estufas están apagadas porque no hay combustible que las alimente.
Aquí residen unos 1.000 refugiados, en su mayoría de la población de Atine, en el oeste de la provincia siria de Homs.
«De los tres inviernos que llevo en el Líbano, este ha sido el peor con diferencia», sentencia Esmat Jaled Bahás, el responsable del campamento 4.
Y es que esta ha sido una de las semanas más duras para estos refugiados, que apenas disponen de fuentes de ingresos, tan solo lo poco que algunos hombres ganan trabajando ocasionalmente como jornaleros en esta área agrícola, donde abunda el cultivo del limón y la patata.
Bahás decidió marcharse hace dos años y medio de Atine, después de que su casa fuera destruida por los proyectiles de mortero. Ahora está lejos de la violencia, pero los sinsabores continúan en el Líbano.
«Antes recibíamos 30 dólares (al mes) del ACNUR (Comisionado de la ONU para los Refugiados), pero ahora lo han reducido a 16 dólares por persona y son solo para comida», lamenta en declaraciones a Efe Bahás, cuya familia, de 15 miembros, está repartida en tres tiendas.
La desgracia se está cebando con los desplazados de la guerra, tanto dentro como fuera de Siria, ya que a las ya de por sí difíciles condiciones en que sobreviven se suma una reducción de la ayuda que recibían de organizaciones internacionales por las dificultades para financiarla, y el temporal ha sido la puntilla a tantas adversidades.
El agua ha llegado al interior de algunas «jaimas», que tienen goteras, y los bebés lloran por el frío, que sus madres tratan de mitigar privándose ellas mismas de sus ropas de abrigo.
Según datos preliminares del ACNUR, unos cien refugios para los refugiados y tiendas de campaña han sufrido daños en el Líbano, donde algunos asentamientos en el sur han sido barridos por las olas del mar.
La agencia de la ONU calcula que el 55 % de los refugiados habitan en lugares que están por debajo de sus estándares en el Líbano, con más de 1.420 campamentos informales, ya que las autoridades no permiten la creación de asentamientos oficiales por temor a que los sirios se queden de forma definitiva en el país.
Una de las ONG que trabajan con los sirios en el territorio libanés es el Consejo Noruego del Refugiado (CNR).
En declaraciones a Efe, su director en el Líbano, Niamh Murnaghan, dijo que esta noche se espera un nuevo descenso de las temperaturas.
En áreas como Arsal, en la frontera con Siria, no ha parado de nevar, aunque el CNR ha logrado repartir ayuda a unas 120 familias que viven en tiendas de campaña.
En la jaima de Jaled Mohamed Bahás, en Shelba, los ocho integrantes de la familia, entre los que hay seis menores y su mujer, embarazada de cinco meses, se acurrucan todos juntos para darse calor.
«Queremos ropa y carburante», resume el padre, mientras acaricia el cabello de su hija mayor, Sara, de seis años, que no para de tiritar.
La desesperanza cunde entre los habitantes del campamento, que no creían que su estancia en el Líbano fuera a prolongarse durante tanto tiempo.
«Cuando vinimos hace dos años no pensábamos que íbamos a quedarnos tanto y, mira, aquí seguimos sin poder regresar a Siria», se lamenta Bahás.
Fuente: EFE