El largo mensaje publicado por Diosdado Cabello en The New York Times llegó finalmente a destino: se lo respondió Leopoldo López desde la cárcel militar de Ramo Verde
El 18 de diciembre de 2014, el presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello, publicó en la página de opinión del periódico The New York Times un ensayo titulado “Hectoring Venezuela on Human Rights,” (Sermoneando a Venezuela sobre derechos humanos), donde cuestionó duramente al gobierno de Estados Unidos.
Cabello le echó en cara al ejecutivo norteamericano que por los mismos días en que el Congreso de Estados Unidos aprobaba un proyecto de ley para sancionar a miembros “del gobierno de mi país por presuntos abusos a los derechos humanos durante demostraciones” registradas hace algunos meses, “decenas de personas que denunciaban la brutalidad policial fueron arrestadas en las calles de Nueva York y en otras ciudades”.
Cabello consideró como una “desafortunada coincidencia” la convergencia de ambos episodios. Y prosiguió el líder del poder legislativo: “Mientras el Congreso acusó al gobierno de Venezuela de reprimir a los disidentes, comunidades afro-norteamericanas a través de Estados Unidos expresaron su indignación sobre el asesinato policial de hombres negros desarmados. Luego, en tanto legisladores en la Colina del Capitolio criticaron a funcionarios venezolanos por presuntas violaciones a las normas democráticas, un informe del Senado reveló el alcance de las torturas por parte de la Agencia Central de Inteligencia”.
Al final de su ensayo, Cabello señalaba: “Nos preguntamos si el momento elegido para (implementar) esas sanciones no sería un intento por distraer a la opinión pública de la denuncia de violaciones a los derechos humanos por parte de funcionarios policiales de los Estados Unidos”.
Como dijimos en artículo anterior, es fácil distraer a la opinión pública norteamericana, especialmente con trivialidades. Recuerdo que al cumplirse el primer año del ataque a las torres gemelas de Nueva York, el periódico satírico The Onion urgió a los estadounidenses a “retornar lo más rápido posible a las mismas estupideces de siempre”.
Inclusive citaba al profesor de historia Timothy Schuitt, de la Universidad de Georgetown, quien indicó que “nuestro interés en toda clase de tonterías es lo que ha hecho grande a los Estados Unidos”.
Tal vez el artículo de opinión de Diosdado Cabello, quizás por su enjundia, o por sus demoledores argumentos, no logró arrancar a la opinión pública norteamericana de su estupor o de sus bostezos.
Lo cierto es que el artículo del dirigente político venezolano prevaleció por su abrumadora falta de repercusión. Ni un lector, ni uno solo, protestó ante la diatriba, o salió a quemar la bandera venezolana.
Bueno, finalmente alguien se acordó de Diosdado Cabello, y de su hiriente pluma, tan demoledora como los castigos físicos sufridos en ocasiones por parlamentarios opositores que menosprecian la majestad del recinto donde se elaboran las leyes.
Leopoldo López, fundador del partido Voluntad Popular de Venezuela, publicó el 1º de enero de 2015 en la página de opinión de The New York Times un corto trabajo respondiendo a Cabello. Sospechamos que es un opositor, pues se halla en la prisión militar de Ramo Verde desde febrero de 2014, un recinto donde solo se aceptan disidentes.
La respuesta, titulada “Rights Crisis in Venezuela,” la crisis de los derechos humanos en Venezuela, no aborda tantos tópicos como el presidente de la Asamblea Nacional, y es piadosamente corta.
Dice López: “El abuso de los derechos humanos y legales de los ciudadanos en Venezuela ha fomentado una crisis que el mundo no puede seguir ignorando. “Luego de casi 15 años de corrupción, abuso y mala administración, tenemos un sistema de salud que no cura a los enfermos; un sistema de educación que no enseña; una seguridad social que no se preocupa por los seres vulnerables en la sociedad; policías, jueces y fiscales que no protegen; y una economía que no produce empleos o bienestar”.
“Para distraer del desastre que se está desarrollando, el señor Cabello y otros en el gobierno están señalando con el dedo a cualquier cosa y a cualquier persona, menos a ellos mismos.
“Respetadas instituciones globales, entre ellas el Alto Comisionado para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, Amnistía Internacional y Human Rights Watch, dicen otra cosa. (Esas instituciones) contemplan a un gobierno que está atacando los derechos humanos y la dignidad de su propio pueblo”.
Lo interesante en este intercambio de opiniones en The New York Times, es verificar la manera en que a Diosdado Cabello siempre le sale el tiro por la culata. Su accionar recuerda las rutinas del inmortal cómico norteamericano Buster Keaton.
En su más famosa película The General, Keaton interpreta a un soldado que durante la guerra civil se apodera de un tren y persigue a otro repleto de efectivos militares de la Unión. En su tren hay un cañón. Keaton lo carga con pólvora y un proyectil de hierro, apunta al enemigo, y sin querer se le engancha la bota en una cuerda que está amarrada a la boca del cañón. A cualquier parte que se desplaza el protagonista, ahí lo apunta la boca del cañón, con la intención de privarlo de su cabeza.
Uno se pregunta si Diosdado Cabello fue recompensado por el esfuerzo que hizo para publicar su ensayo en The New York Times. Le aseguro al lector que no es fácil acceder a esas páginas. Y sin embargo, Cabello dilapidó es oportunidad de oro. Presumimos que su intención era llegar a la opinión pública norteamericana, denunciar el doble estándar y la hipocresía de la Casa Blanca en materia de derechos humanos. ¿Y qué consiguió? Que el artículo le llegara a Leopoldo López en Ramo Verde. Y de esa manera, el ensayo de opinión de Cabello se transformó, como suele ocurrirle, en un bumerang.
Al final, los argumentos que iban a estremecer a la opinión pública norteamericana fueron cuestionados por uno de sus compatriotas –bueno, un excompatriota, pues los opositores al chavismo integran las filas de las expersonas.
Y para sumar el insulto a la injuria, Leopoldo López formula sus opiniones mientras se halla entre rejas. Por alguna razón, las denuncias de un supuesto preso político (en Venezuela no existe la categoría de preso político) siempre son recibidas con simpatía en el exterior. Con más simpatía que las opiniones de los carceleros.
¿Por qué Diosdado Cabello no apostó a su deporte favorito y jugó con las cartas marcadas? ¿No cuenta con múltiples órganos periodísticos y de comunicación que defienden su causa en territorio propio? Y con una ventaja adicional: esos medios nunca van a difundir las deleznables excusas de la antipatria.
No es la primera vez que el presidente de la Asamblea Nacional tiene esos problemas, tal vez atribuidos a la ingenuidad, a la falta de roce social, o a que se halla tan sumido intentando concretar los logros de la Revolución Bolivariana que ni siquiera tiene tiempo de enterarse de lo que ocurre en otros países.
Basta recordar su frustrado viaje a la Argentina a fines de agosto para reunirse con Amado Boudou, un vicepresidente todavía en ejercicio, quien en lugar de documento nacional de identidad carga con un prontuario.
Sobre Boudou pesan ocho pedidos de juicio político, luego que el juez Ariel Lijo lo procesó por “cohecho pasivo”, que en buen castellano significa coima, y por “negociaciones incompatibles con la función pública”.
Apenas horas antes de viajar a Buenos Aires, Cabello fue informado de la estrepitosa fama del hombre que debía servirle de anfitrión, y canceló el viaje.
¿Seguirá Diosdado Cabello dando esas extrañas volteretas que siempre le salen mal? ¿Por qué insiste en tantos riesgos inútiles? Si intenta conquistar respetabilidad, eligió el sitio equivocado. La Revolución Bolivariana tiene como su prototipo a Nicolás Maduro. Cualquiera que se aparte de su original modelo, terminará en el basurero de la historia.
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Mario Szichman
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Fuente: Tal Cual digital MARIO SZICHMAN/ Nueva York/ Especial para Tal Cual