Quiero placer aquí y ahora”. Satisfacer un deseo sexual inmediato es la prioridad de la persona incapaz de controlar sus impulsos. Desvelamos las dos caras de la lujuria: ¿chispa de la pasión o germen de las parafilias?
Desordenado, incontrolable y exagerado. Así es el deseo sexual del lujurioso, una persona que no suele pensar en las consecuencias de sus actos y se mueve por impulsos. “Si se excita en el trabajo irá cuatro veces al baño para masturbarse”, afirma Eva Solana, psicóloga de la Clínica Bárbara Tovar.
“Suelen ser personas que no tienen otras gratificaciones vitales. Si yo disfruto con la música, el arte y la lectura, los pensamientos lujuriosos se dispersan”, precisa Enrique García Huete, director de Quality Psicólogos y profesor de la universidad Cardenal Cisneros.
Los problemas surgen cuando el impulso sexual nos domina y no al revés. Una persona que necesita sexo a todas horas puede tener problemas en su relación de pareja. No ocurre lo mismo cuando existe un deseo puntual como el que la psicóloga describe: “Imagina que llevas mucho tiempo sin ver a tu pareja, fantaseando con el encuentro sexual. Lo más probable es que la empotres contra la pared en cuanto la veas”.
Las hormonas de la pasión
Hay varios factores que fomentan la lujuria:
-Base biológica. “El comportamiento sexual es el componente biológico más gratificante que tiene el ser humano. Las hormonas producen una tensión sexual que se resuelve a través del orgasmo”, explica García Huete.
-Aprendizaje. Según Solana, el niño acostumbrado a explotar cuando no obtiene lo que quiere tiene todas las papeletas para seguir siendo así cuando crezca. La falta de control de impulsos es uno de los principales rasgos de la lujuria.
-Edad. El ser humano experimenta su máxima potencia sexual a partir de los 17 ó 18 años. “Con esa edad tenemos una cabeza lujuriosa”, subraya el psicólogo.
-Presión del entorno. Queda claro que los adolescentes tienen las hormonas desatadas, pero… ¿cómo influye el grupo de amigos en su actitud? Según García Huete, existe una cultura de “meter, empujar y apretar” donde las chicas no son populares si no tienen sexo. El ambiente en el que los jóvenes se mueven es clave para determinar su comportamiento sexual, a menudo no acorde con su madurez.
-Refuerzo social. “Los varones tenemos más boca que aparato genital”. El psicólogo se refiere a la extendida costumbre masculina de relatar las aventuras sexuales –sean reales o inventadas–, en busca de un refuerzo social que puede fomentar la lujuria.
-Cultura. Adulterio, prostitución al alcance de cualquiera, pornografía en internet… Las oportunidades para dar rienda suelta a la lujuria nunca fueron tantas.
¿Cuándo hay motivos para preocuparse?
Enrique García Huete señala el primer síntoma de una patología: sentir angustia o malestar cuando no tenemos la posibilidad de ver o ejecutar determinada práctica sexual. “Es como una adicción”.
Si ese tipo de comportamiento incapacita para el desarrollo de una vida normal o perjudica a terceros, podemos estar hablando de un problema más serio como las parafilias: exhibicionismo, voyeurismo, sadomasoquismo…
Cuando ya no podemos entender la relación sexual sin el fetiche, el daño o la humillación, hay que pedir ayuda.
Algunas de estas perversiones pueden incluso constituir un delito. “Fantasear con niños o con animales conlleva un componente patológico, pero si se pasa a mirar porno
infantil en internet o buscar cabras en el campo… ya es una patología muy grave”, advierte Solana.
Según la psicóloga, el sadomasoquismo no tiene por qué denotar una patología siempre que todas las partes estén conformes. Si alguien no está de acuerdo, se produce una violación que García Huete asocia a las personas con un alto grado de psicopatía.
Impulsos bajo control
El tratamiento se resume en tres fases: percepción del problema, voluntad de trabajo y cambio. “Existen técnicas de control de impulsos con terapia psicológica o incluso algún fármaco”, matiza Solana.
En el caso de que el afectado sea nuestra pareja, ¿cómo debemos reaccionar? “Hay que normalizar la situación. Reconocer que existe un problema con el sexo es difícil; hace falta tranquilizar a las dos partes”, sugiere.
Según García Huete, un exceso de control solo genera desconfianza y angustia dentro de la pareja. “Lo único que se consigue es ocultamiento, que en vez de hacerlo en casa lo haga en otro sitio”.
“El hombre es más lujurioso”… ¿Tópico o realidad?
Aunque para Solana la lujuria se da tanto en hombres como en mujeres, según García Huete es más habitual en ellos: “La diferencia existe por la oportunidad del varón de tener sexo a través de la prostitución, que satisface su deseo inmediato de forma fácil y barata”.
El hombre puede recurrir a los servicios de una prostituta para cumplir fantasías que quizá no cumpla con su pareja, tal y como indica la psicóloga.
La homosexualidad masculina también tiene cierta importancia en este debate: según García Huete, “hay mucha más frecuencia de contactos sexuales entre ellos porque tienen más oportunidades, lo que equivale a más lujuria”.
“Si un día tienes la libido exacerbada, vas a un cuarto oscuro y lo resuelves” añade. Los clubs de intercambio sexual para lesbianas o heterosexuales aún no son tan numerosos.
Reavivar la chispa
“La lujuria no patológica siempre viene bien para conseguir relaciones sexuales satisfactorias”, apunta Solana. Suele ir acompañada de pasión y placer.
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