Su ejemplo como maestro de la transición deberá ser referencia para un período similar
Con Ramón J. Velásquez se cierra un ciclo importante de la historia contemporánea. Se va uno de los bastiones de la democracia, un profundo estudioso del Estado venezolano pues como historiador se sumergió en el análisis y comprensión de su origen; escudriñó los hechos que contribuyeron a su formación y se acercó a ellos con la avidez del cronista, que reacciona a los cambios y a la imperiosa necesidad de precisar la intensidad que generan transformaciones, a veces imperceptibles, otras asimilables a movimientos telúricos que sacuden las cortezas de la sociedad.
El Dr. Velásquez, que la parejera inclinación del venezolano llevo a conocer como “Ramón J”, fue un testigo de excepción de la institucionalidad convulsionada a merced de un tirano, el silencio altisonante de su voz de mando y su proceder taimado pero férreo en la conducción del poder que eliminó las gestas caudillistas que permitió la centralización del poder, en suerte de pacificación a costa del retraso de la entrada al siglo XX y a los avances que la humanidad experimentaba la conquista de la libertad y demás derechos fundamentales.
Vivió la etapa de transición del gomecismo químicamente duro a uno light (Eleazar López Contreras), que permitió los avances institucionales en un período controversial (“Trienio Adeco”) pero que, en nuestro criterio representó, la construcción de una referencia del gobernar democrático y una gestación del sistema de partidos, que luego permitiría enfrentar la penumbra del régimen de libertades de la dictadura perezjimenista, ocultada para muchos por el paraban de un pretendido bienestar material geográficamente ubicado en la capital a costa de la pobreza de la provincia.
Fue la denominada despectivamente partidocracia, que favoreció el restablecimiento de la democracia y su defensa frente a los ataques del castrocomunismo floreciente y de la ultraderecha.
La acción del Dr. Velásquez se encuentra emprendida entre 1935, año de la muerte de Gómez, y junio de 1993, en que recibió la tarea del extinto Congreso de conducir al país a elecciones.
Un Parlamento con una mayoría que no supo ser partido de gobierno ni entender los cambios que reclamaba el país y permeado por factores políticos desvencijados, históricamente revanchistas y a la caza de cualquier oportunidad de trepar al poder.
La transición fue el resultado de una mancomunidad antihistórica con aquellos que en 1977 Rómulo Betancourt, acusó de poner en marcha una “conspiración subterránea que a veces aflora no para desestabilizar al gobierno, sino para minar las bases de sustentación del sistema democrático”.
El Dr. Velásquez dirigió con tino y sabiduría una institucionalidad débil, en medio de acusaciones de parálisis e indefinición cuando en verdad eran muestran de tolerancia y respeto a las formas democráticas de participación en busca de consenso en materias trascendentales.
La forma pausada y respetuosa del expresidente permitió establecer y desarrollar una agenda legislativa contenida en una ley habilitante, minuciosamente elaborada y constreñida su vigencia a límites temporales, competenciales y de una metodología inflexible que permitía el control por el órgano legislativo y la Corte Suprema de Justicia.
Un gobierno presionado por un acusado déficit fiscal y abandonado por quienes facilitaron su designación, enfrentando la impaciencia de un país entrampado por los embates de la acción de los enemigos de la democracia, la omisión cómplice de quienes estaban obligados a frenarlos e hicieron el rol de teloneros del gran desconcierto orquestado con las intentonas de 1992; vapuleado por la desbandada de una sociedad embelesada por el discurso reivindicativo engañoso y por la resistencia al cambio de sectores que vieron amenazados sus intereses por las reformas diseñadas en el gobierno de CAP, legislativa y judicialmente “derrocado”.
La crisis supuestamente generada por la imposición del “Gran Viraje y el Programa de Ajustes Macroeconómicos de febrero de 1989”, ocultando las verdaderas causas centradas en la sedición militar y el cobro de facturas de vieja data, imposibilitó, entre otras, las reformas en materia comercial, financiera y fiscal, la profundización de la descentralización y el reordenamiento del Estado propuesto por CAP.
Por eso afirmamos que el Dr. Velázquez fue el padre del IVA por aquello “que padre no es quien engendra sino quien cría”.
En efecto, la reforma tributaria diseñada por el gobierno de Pérez fue saboteada tanto por el sector político como por algunos empresarios que se resistieron tercamente al sentirse afectados o, por simplemente no entender su alcance. Se hizo prácticamente imposible la simplificación del sistema tributario, la modernización de la Administración tributaria, el incremento de la tributación de fuente no petrolera mediante la reforma del Islr, la creación del IVA y del Impuesto a los Activos Empresariales, la reducción del otorgamiento de beneficios fiscales para reducir la opacidad de las finanzas públicas, la introducción de mayor equidad horizontal y vertical de la estructura impositiva, la creación de mecanismos de transferencia de tributos del poder nacional a los estados para el financiamiento de la descentralización y la eliminación de tributos molestos y altos costos de gestión.
Fue en la transición del gobierno de Velásquez que se pudo aprobar parte de esas medidas, aunque tardías y políticamente torpedeadas por los mismos factores que actuaron contra Pérez.
El Dr. Carlos Rafael Silva fue el responsable de integrar y conducir el equipo que venía trabajando en el diseño y ejecución de las políticas tributaria y de administración tributaria desde 1991 con un grupo multidisciplinario de profesionales. Participé en esa transición en mi condición de coordinador legal de la Reforma Tributaria y como secretario ejecutivo de la Comisión Especial designada para la redacción de los decretos leyes en materia fiscal autorizados en la ley habilitante.
La aprobación de esos decretos leyes, aun cuando extemporáneos en términos de impacto en implementación y recaudación, permitieron las bases iniciales de la modernización de la estructura impositiva y de la administración tributaria, que se concreto con la creación del Seniat, que este año arriba a sus 20 años de existencia, y de cuyo equipo fundacional tuve también el honor de forma parte, gracias a la continuidad administrativa que adelantó el Dr. José Ignacio Moreno León.
A CAP debe atribuírsele haber engendrado la modernización del sistema tributario en los términos indicados, pero en virtud de la transición, corresponde al expresidente Velásquez ser señalado como el padre de crianza del IVA.
Su ejemplo como gran maestro de la transición deberá ser referencia para un período similar que tendrá que experimentar Venezuela, dentro de la vigencia obligada de la Constitución de 1999.
Fuente: Emen
Leonardo Palacios Márquez