Se acabó la espera. A partir de este jueves el planeta se paraliza por el deporte rey: el fútbol. Brasil, Brazil, le Brésil, Brasile, Brasilen, en español, en inglés, en francés, en italiano o en alemán, hoy y durante un mes, los ojos del mundo estarán posados sobre el gigante de Suramérica.
El continente de la paz, como suele definirlo Lula, artífice de la escogencia de Brasil como sede de la Copa del Mundo, se muestra ante el mundo capaz de organizar el evento que cada cuatro años reúne a las mejores 32 selecciones del mundo.
Los europeos llegan a tierra sagrada para los suramericanos, que nunca han perdido un Mundial en sus tierras, de 7-7, Brasil, Argentina y Uruguay no han permitido profanar su territorio.
Cuando suene el pitazo inicial del Brasil-Croacia, los amazónicos empezarán a vivir el sueño que varias generaciones de brasileños han vivido: jugar una Copa del Mundo ante su gente.
“Llegó la hora, llegó el momento que todos los brasileños, que todo el mundo espera, principalmente nosotros los jugadores”, resumía ayer Neymar, a cuya habilidad los brasileños se encomiendan en procura de su sexto campeonato del mundo.
A 2.924 kilómetros, para más señas del otro lado de Iguazú, los argentinos esperan que Lionel Messi asegure un puesto en podio de los mejores de la historia llevándose la copa a Buenos Aires.
Todo lo que no sea celebrar en el Obelisco de Buenos Aires en la noche del 13 de julio sería un fracaso para un Messi que ya lleva dos mundiales y solo ha podido anotar un gol.
Los espíritus del “Maracanazo”, del ya lejano 1950, y el título de campeón de América del 2011, inspiran a la garra charrúa. Uruguay aterrizó en Brasil en pleno recambio generacional con una selección que reza porque Luis Suárez esté en plena forma para encarar al temido grupo de la muerte, con Italia, Inglaterra y los costarricenses como rivales.
De Europa, España es la favorita. El título de Suráfrica del 2010 y las dos últimas eurocopas hacen de esta generación española la mejor de la historia.
Como la élite fútbol no deja espacios para muchos candidatos. Alemania, siempre protagonista, se presenta con una selección ordenada que no baja los brazos nunca y que desde 1990 no saborea el dulce néctar del campeonato.
Más allá de los candidatos de siempre y lo que pueda pasar en las 12 sedes, el brasileño de a pie, entre una mezcla de emoción y reprobación, encara el Mundial más caro de la historia. 11.300 millones de dólares ha invertido un país cuya economía se inscribe entre las potencias emergentes del Bric, junto con Rusia, Suráfrica, China e India.
Dilma Rousseff, quien tomó la batuta de Lula, comparó la preparación de la Copa a un partido “sudado y muchas veces sufrido”, pero aseguró que el resultado vale la pena.
“Brasil, como el Cristo Redentor, está de brazos abiertos para acogerles a todos ustedes”, dijo la mandataria a la AFP, dirigiéndose a los 600.000 turistas esperados para la Copa.
Entre tirios y troyanos, el país que respira “futebol” espera algo más que simplemente ser la capital del mundo desde hoy. “Brasil ha invertido y perdido mucho con el costo del torneo. El equipo debe ganar con un estilo bonito. La Copa es en Brasil. No pueden perder”, decía a la AFP Ana Carmo, propietaria de un quiosco de Sao Paulo, como en el cincuenta, para los brasileños solo vale ganar.
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