El encarecimiento del pasaje urbano ha sobrevenido en las últimas semanas en la migración de usuarios del transporte superficial hacia el servicio subterráneo de la ciudad.
Frente a la incontenible muchedumbre de viajeros que se suman cada día al Metro de Caracas, las fallas que arrastra el servicio parecieran haber llegado a un punto de no retorno y las consecuencias son evidentes: andenes repletos, trenes congestionados, continuos retrasos y riñas exprés.
Alberto Vivas, antiguo operador del Metro (1986-2002), asegura que más allá de la inversión se ha perdido la mística de trabajo y la formación del personal operativo, lo que ha repercutido sobre el temperamento de los viajeros, quienes se han desvinculado del sentido de pertenencia con ese espacio.
Vivas remite como prueba el trato entre usuarios, pues asegura que los episodios de violencia son espejos de mal trato que reciben de los operadores y funcionarios del servio.
«El trato de los trabajadores no corresponde con lo que era la idiosincrasia de los usuarios», asegura. En ese sentido recuerda que la formación de los empleados se concentraba desde aprender a identificar a los potenciales usuarios suicidas hasta las normas básicas de convivencia.
Hoy día la situación es distinta, pues el comportamiento de los usuarios del sistema está enmarcado sobre antivalores como la supervivencia toda costa, desconfianza y el miedo, como consecuencia de los asaltos y episodios de inseguridad que se orquestan entre los vagones.
Con el incremento de las tarifas, un pasaje en camioneta puede costar hasta 15 veces el acceso al tren, lo cual hace más atractivo el viaje en subterráneo. Actualmente más de 2 millones de personas usan el Metro para desplazarse en la ciudad, de acuerdo con las cifras difundidas por la compañía.
Ricardo Sanzzone, antiguo inspector de operaciones (1981-2003), sostiene que el Metro debe crecer a medida que lo haga la ciudad, para brindar mayor movilidad a la población. Miembros de la organización Familia Metro, indican que el subterráneo ha sobrepasado por más de 800 mil personas su capacidad operativa. La eterna congestión del servicio ha desmejorado el mantenimiento y la pulcritud de las instalaciones. En Plaza Venezuela y las principales terminales las escaleras mecánicas tienen fallas.
«Llevar a mis dos hijos al colegio, en metro, es una experiencia muy incómoda e irritante para ellos», asegura Yolanda García, quien reside en Caricuao y debe desplazarse cada día hacia Plaza Venezuela.
Las peleas por los asientos, los insultos verbales y la rebeldía de algunos transeúntes, quienes se niegan a reconocer al otro en un espacio de uso común, han desplazo la cultura metro que fue ejemplo de civismo y admiración en el país.
Luis Manuel Aguana, exgerente corporativo de tecnología del Metro, asegura que el colapso del servicio es consecuencia del incumplimiento de los planes de expansión del subterráneo para concluir la línea seis y otras rutas. Explica que la mayor cantidad de boletos adquiridos son los amarillos, lo que a su juicio se traduce en la improvisación de los usuarios, quienes salen a la calle a buscar el día. «Los viajeros no pueden darse el lujo de comprar un boleto multiabono porque significa un gasto adicional».
Aguana considera que la ineficiencia del servicio es más un asunto sobre el trato con y entre las personas y no sobre la cantidad de vagones. En torno a ello, los especialistas coinciden en que el crecimiento de líneas como la 1, es limitado. Detallan que el servicio no tolera más de 40 trenes en situación de contingencia, pues ello ocasionaría mayores retrasos en la circulación de los coches. Concluyen que el crecimiento de las ciudades satélites compromete aún más la eficiencia.
JULIO MATERANO | EL UNIVERSAL