Hace unos meses, Venezuela saltó a los titulares de la prensa española por el éxito rotundo y unánime de su película «Pelo malo» en el Festival de San Sebastián, un alegato contra la intolerancia, cuyo testigo recoge ahora Miguel Ferrari en «Azul y no tan rosa», una tragicomedia tan real como la vida misma.
Hacía quince años que Venezuela no se metía en la carrera de los Premios Goya, los más prestigiosos del cine español, pero Ferrari lo ha conseguido este año con esta pequeña joya salpicada de guiños al cine de Pedro Almodóvar, de quien el venezolano se declara «devoto».
«‘Pelo malo’, me pareció genial», señala Ferrari en una entrevista con Efe, realizada tras una proyección de la película en la Academia del Cine, en Madrid, que fue muy aplaudida.
«Azul y no tan rosa» gira en torno a la relación de un padre y un hijo que se reencuentran y necesitan solucionar sus diferencias; es, según su director y guionista, «una historia sobre el amor, la amistad, la familia en su sentido mas amplio y sobre todo lo que se considera diferente».
El venezolano Guillermo García es Diego, un fotógrafo de moda homosexual que tiene un hijo, Armando, nacido durante su época del instituto, cuya madre, que vive en España, le envía una temporada a Caracas; al mismo tiempo que el chico llega a su vida, su pareja, un ginecólogo, sufre una tremenda agresión que le deja en coma.
La cinta es también una denuncia contra la homofobia, la intolerancia y también contra el sistema -en la cinta aparecen también las trabas policiales y judiciales-, sustentada por unos sólidos personajes.
«Y contra los medios de comunicación», añade Ferrari, molesto porque no se dé difusión a los crímenes homófobos, «porque no es comercial, y no solo en Venezuela -aclara-: es en toda Latinoamérica».
Allí, afirma, la sociedad es muy machista y los medios no ayudan, sino que, al contrario, «colaboran a distorsionar la imagen de este colectivo, lo ridiculizan. Y critico eso: los homosexuales no son todos así, y mi protagonista tampoco; es padre, a pesar de ser homosexual, y ama a su hijo».
«La vida de esta gente no es tan rosa, porque han sufrido discriminación toda la vida», insiste.
Y ese niño, aclara, «no va a ser un delincuente, ni un homosexual ni corre ningún riesgo, porque va a crecer en el respeto a la tolerancia», zanja el director.
El hijo, Armando, es el malagueño Ignacio Montes, en pleno auge televisivo por su papel en la serie «Vive cantando», de Antena 3, que rodó la película hace tres años, cuando tenía 18.
«Me gusta y he visto mucho cine latinoamericano. Ya tuve un primer contacto en mi primera película, ‘Solo quiero caminar’, que se rodó en parte en México, pero este ha sido más intenso con Venezuela», apunta el joven.
Montes se enorgullece de participar en una película que trata «un tema tan tabú allí, aunque aquí en España no es así», dice, y se felicita de haya sido tan bien aceptada por los venezolanos, que han ido en masa a verla al cine: «Quizá, porque tienen necesidad de que les cuenten cosas que normalmente no les cuentan en su cine».
«Yo, siempre que la veo, lloro y me río», resume.
Para Ferrari, el reto era convertir a estos personajes antihéroes -«porque la gente no iba a empatizar con ellos, porque son raros», aclara-, en «objeto de amor del público, que salieran del cine entendiéndoles, subidos en los zapatos de ellos y dándose cuenta que la vida no es ‘tan rosa’ para nadie».
El venezolano reconoce que le haría «muchísima ilusión» ganar el Goya, aunque se apresura a decir que no la hizo «para eso, sino para el espectador que quiere ponerse en el lugar de otro: la hice para el público».
Coproducida por el Centro Nacional de Cinematografía y la española Malas Compañías P.C, con el apoyo de Ibermedia, la venezolana compite con la hispanomexicana «La jaula de oro»; la chilena «Gloria» y la argentina «Wakolda. El médico alemán».
Fuente EU