¡Claro que tomaría una pastilla que me devolviera las ganas! Lo veo más fácil que rebajar el cansancio de una casa con tres niños y el estrés del trabajo, por no hablar de cómo sincronizar con la agenda de mi marido…”. A Carmen, 48 años y 17 de feliz convivencia, jamás se le ha pasado por la cabeza la posibilidad de romper su matrimonio debido a la mínima frecuencia de sus relaciones sexuales.
Es una de las muchísimas “resignadas” a que la placidez conyugal vaya borrando el recuerdo del frenesí de los primeros años y del placer acomodado que llegó después. Carmen es la destinataria ideal de la “Viagra femenina”, Lybrido, un fármaco que se acaba de testar con éxito en 420 mujeres estadounidenses. Todas monógamas, con pareja estable y mortalmente aburridas.
Últimamente, la investigación no deja de indagar en la abrumadora falta de libido de las mujeres de todo el mundo: nos cansamos de nuestras parejas antes, más y con mayor frecuencia que ellos. Se diría que nuestra sexualidad está sometida a una terrible guerra de opuestos: mientras la biología parece empujarnos a variar de pareja con cierta frecuencia, la cultura favorece el deseo de una “media naranja” de por vida. Esa brecha es, precisamente, el objetivo de este fármaco llamado a salvar la distancia entre lo que ansía el cuerpo y lo que requiere la mente. A “fabricar” deseo para las parejas monógamas de largo recorrido.
Hacia una pasión de diseño
Aún no ha conseguido la aprobación de la agencia norteamericana del medicamento, pero el revuelo en torno a Lybrido ya es más audible que un jaleo flamenco. Es la celebración de la industria farmacéutica, deseosa de beneficiarse de un “pelotazo” similar al Viagra, la pastilla azul que, desde hace 15 años, trata de solucionar la disfunción eréctil de los hombres. Cerca de 2.000 millones de euros engrosan anualmente las arcas de Pfizer, el laboratorio que la creó. El negocio que podría suscitar su equivalente femenino no debería andarle a la zaga.
Lo cierto es que, en las últimas décadas, las farmacéuticas han tratado de explotar el potencial nicho de negocio del síndrome del deseo sexual inhibido (DSI). En España, un 20% de las mujeres de menos de 45 años y un 40% de las mayores de esta edad lo sufre, según el doctor Santiago Palacios, director del Instituto Palacios de Salud y Medicina de la Mujer.
A falta de una solución para la calvicie o la obesidad (las otras dos fuentes de oro de la industria del medicamento), este podría ser el clavo ardiendo al que puede agarrarse un sector que también sufre la crisis. Pero aún está por ver si la investigación acierta: otros fármacos anteriores no han resultado lo eficaces que se esperaba. Y es que el deseo femenino es mucho más escurridizo y sutil que la hidráulica de la impotencia.
De Lybrido se sabe que son en realidad dos píldoras con cobertura de testosterona y sabor a menta, que deben tomarse tres horas antes de mantener relaciones. Una contiene sidenafil, el “ingrediente” de Viagra que aumenta el flujo sanguíneo en los genitales y ayuda a la testosterona a aumentar el deseo; la otra lleva buspirona, utilizado en el tratamiento de la ansiedad, que reduce los niveles de serotonina y aumenta los de dopamina. El objetivo es llegar a un equilibrio entre los impulsos que genera la dopamina y la sensación de bienestar, organización y coherencia de la serotonina. Pero el peso del componente psicológico en la libido femenina complica la deseada fórmula magistral.
La ilusión de una píldora
Silvia, 37 años, recibe estas noticias con esperanza. Ha convivido en pareja cinco lustros, pero el último ha sufrido los embates del DSI. En casa, el bajón de su libido se vive con confusión y tristeza. Casi como una injusticia. Lejos de instalarse en la resignación, Silvia rabia por no poder acompañar sus sentimientos de la urgencia sexual que disfrutó al principio de su vida en común.
“Me aterra pensar que, con los años, irá a menos. Necesito sentirme cerca de mi pareja, también físicamente. No quiero ser como algunas mujeres, que viven con un buen amigo con el que tienen relaciones de vez en cuando. Quiero seguir enamorada”. ¿Podrá ayudarle este medicamento? ¿Puede sustituir la atracción? Y, quizá, lo más importante: ¿es positivo sostener la ilusión con una píldora?
El doctor José Díaz Morfa es psiquiatra, psicoanalista, psicoterapeuta y presidente de la Asociación Española de Sexología Clínica, credenciales suficientes para asegurar un punto de vista equidistante en este asunto. Díaz Morfa confirma que “lo mental” sigue teniendo más peso en el deseo femenino, lo que, en principio, reduce el potencial público satisfecho de la medicación en pruebas. “Desde el punto de vista biológico, el planteamiento tiene sentido. Como Viagra, tendrá utilidad en ciertos casos, pero creo que solo va a funcionar cuando haya un problema médico. El deseo femenino está condicionado por un montón de factores afectivos, sociales… con lo que el componente biológico va a ser menos importante. Lybrido tendrá menos probabilidades de ayudar a las personas que Viagra”.
Otros especialistas no le ven virtud a ninguno de los dos fármacos. Erick Pescador Albiach, sociólogo y sexólogo, mantiene que “la sexualidad debe ir más allá de fármacos estimulantes que pueden ser perjudiciales y peligrosos. Viagra es un fármaco innecesario en el 90% de sus aplicaciones, que resuelve la erección física, con riesgo para la salud de los hombres, pero no sus causas. Con el nuevo fármaco para las mujeres se pretende lo mismo: no resuelve la falta de ganas, sino una predisposición al deseo, no demostrada y francamente compleja. Una mujer que no tenga deseo no lo va a encontrar o mejorar solamente con una pastilla. Para solventar eso hace falta terapia, educación y auténtico deseo de tener deseo”.
¿Enfermedad o una actitud libre?
Pero no nos metamos en la viejísima guerra de sexos. Tratemos de responder a la pregunta ineludible: ¿qué origina la falta de deseo en las mujeres? “La causa fundamental son los hombres, una sexualidad excesivamente coitocéntrica y una falta de educación y libertad en el empoderamiento de su cuerpo”, explica Erick Pescador.
“Motivos personales, dificultades en la relación, falta de satisfacción en los juegos, complejos, miedos, desinformación, estrés, distanciamiento de la pareja, enfermedad, depresión…”, enumera la profesora Salinas, a la que preocupa la potencial dependencia de una píldora. “En un 90% de los casos nos enfrentamos a factores psicológicos. Al usar un fármaco podemos provocar una habituación a estos medicamentos porque el cerebro seguirá respondiendo ante el problema psicológico con mecanismos de bloqueo, anulando sus efectos y provocando la necesidad de una mayor dosis”.
Un fármaco que intervenga en “las ganas de tener ganas”, un territorio delicadísimo que responde a variados factores que requieren tratamiento integral, suscita prevención y dudas. Desde la teoría, reaparece la necesidad de preguntarse si no estaremos mercadeando con algo demasiado sensible.
En el territorio de la práctica es donde se produce la flexibilidad. “Es cierto que se medicaliza mucho en psiquiatría y sexualidad, pero será una herramienta más para ayudar a algunas personas –concede Díaz Morfa–. El tema es si vamos a considerar patológica cualquier variación del deseo que se sale de un modelo, bajo qué criterios usamos la medicación. Lo perjudicial es, por ejemplo, considerar que unas relaciones normales son dos encuentros a la semana con un prólogo de caricias que siempre terminen en coito. No lo es usar una medicación que contribuya a que una pareja disfrute más”.
“La comercialización de este tipo de fármacos lleva implícita catalogar el bajo deseo sexual como un problema o una enfermedad –censura Lola Salinas–. Un bajo deseo es, la mayor parte de las veces, señal de que otras cosas no funcionan. Otras veces, la falta de deseo es simplemente una actitud libre y sana, que deberíamos respetar, no creando necesidades artificiales ni expectativas desajustadas. El nivel de deseo no puede establecerse por parámetros cuantitativos, comparativos o estadísticos”.
Georgina Burgos va más allá: “Controlar el deseo femenino es una forma de opresión. En vez de control, prefiero el juego, el descubrimiento… Un fármaco no dará alas al deseo femenino: no puede alinear biología, psique y cultura en la biografía de una mujer de forma favorable al crecimiento libre de su libido”. ¿Nos impone la industria farmacéutica su modelo de sexualidad? “Claro que sí –dice el dr. Díaz Morfa–. Y eso es lo negativo. Un fármaco puede ser positivo individualmente, pero no socialmente”.
Hacia un sexo “low cost”
No compete ya al terreno médico la repercusión social o el uso que el mercado haga de estos fármacos. Sí atañe a la sociología y a Lola Salinas, además de sexóloga, es profesora de esta materia en la UCM. “Con el objetivo de que sea utilizado por el mayor número de mujeres, temo que los laboratorios intenten crear una cultura de “necesidad”. Su diagnóstico traza un perfil del sexo que se nos viene encima, un modelo “low cost”: funcional, barato, desechable y escaso de implicación emocional.
“Lo habitual es que el deseo esté vinculado al interés que produce la otra persona, a las formas y al trato, a las expectativas de afinidad, a la habilidad seductora de la pareja… Si por medios farmacológicos separamos el deseo de estos contenidos, tendremos un modelo disociado, donde por un lado actúa el sistema endocrino y por otro la psicología y las necesidades sociales, psicológicas y culturales –explica la profesora–.
Esta disociación ha sido la queja más frecuente de la mujer en las relaciones de pareja: el hombre quiere tener relaciones sexuales aunque la pareja no marche bien o ella no las desee… Este modelo ahonda en la disociación entre cultura, inteligencia, emociones, afecto e intimidad, que tantos problemas provoca en la expresión afectiva de los hombres”.
En las conversaciones con distintas mujeres, una pregunta acababa apareciendo: “Pero… ¿para quién es realmente esta pastilla?”. La profesora Salinas se atreve a resolver la cuestión. “La mujer se somete de nuevo a una cultura patriarcal, donde priman los beneficios económicos. Los guiones sobre la sexualidad que más han calado han sido redactados por hombres con poder y de países ricos. ¿Ahora es la industria farmacéutica quien va a dictar cuánto deseo sexual deberían tener las mujeres?”.
Los millonarios números de la pastilla azul
-Viagra ha cumplido 15 años en las farmacias. El laboratorio Pfizer controla el 45% del mercado, que le aporta unos 2.000 millones de dólares anuales en ventas a la compañía norteamericana.
-Es uno de los medicamentos más dispensados de la historia, con 1.800 millones de comprimidos en el mundo. 37 millones de hombres lo han usado.
-En España, desde 1998 se han realizado más de siete millones de recetas y se han dispensado más de 34 millones de comprimidos.
-Desde el 8 de julio se vende como genérico. Se espera que el precio baje un 40%. Ahora cada píldora cuesta 15 €.
Fuente: Agencias