Este sábado se cumplen dos años de la partida de Steve Jobs, un genio, cuyo legado al mundo se reconocerá definitivamente en algunas generaciones. Ahora, si bien lo reconocemos y lo admiramos, no asimilamos con la ecuanimidad que amerita toda su labor para hacer del mundo un lugar mejor.
Su vida, se transformó en un cambio constante, y podríamos decir fue pieza clave para que la actual sociedad del conocimiento se consolidara. Muchos dirán que Jobs no fue un científico, no generó una investigación meritoria de Premio Nobel; tampoco fue un Nerd como su socio Steve Wozniac. No lo fue, pero sin él, sin su aporte, el cómputo personal hubiera permanecido en la mente de los genios y no en las manos de las amas de casa, de los niños.
Su aporte, a pesar de las críticas fue enorme y no sólo se limitó a una generación. De hecho, Jobs inauguró la primera era del cómputo personal; del diseño computarizado, del cómputo móvil.
Fue también el punto de inflexión de varias industrias: la computación, la telefonía móvil, la música e incluso “las comiquitas” cambiaron y evolucionaron gracias a sus ideas, su emprendimiento y el convencimiento de su locura, esa que lo convenció que podía cambiar al mundo.
No recordaremos a Jobs, por ser un multimillonario. Lo recordaremos por LISA, por el iMAC, el iPod, el iPad, el iPhone, por su amor por las manzanas, por su terquedad y perfeccionismo extremo ese que lo sacó de Apple y lo volvió a meter, para rescatarla.
Una figura clave para el siglo XXI, que fue crucial para iniciar y entender el tiempo presente y quizás el futuro.