El ‘síndrome de Estocolmo’, surgido de una toma de rehenes en Suecia, conserva cuarenta años después su misterio pese a que ha pasado al lenguaje común. Un hombre puede describir exactamente las manifestaciones del síndrome: Jan-Erik Olsson, quien se acuerda del extraño giro que tomó su asalto a una agencia Kreditbanken del centro de la capital sueca, el 23 de agosto de 1973.
Armado con una pistola automática, este detenido que estaba fuera gracias a un permiso, tomó a cuatro empleados como rehenes. «Los rehenes se pusieron más o menos de mi parte, protegiéndome en algunas situaciones para que la policía no me matara», dijo este hombre, ahora de 72 años. «Bajaron incluso a los baños, y la policía quería mantenerlos allí, pero regresaron», agregó.
Durante cinco días, los suecos quedarán fascinados por la transmisión del hecho en directo. El secuestrador logró que la policía sacara de la cárcel para apoyarlo a uno de los criminales más peligrosos del país, el asaltante Clark Olofsson. Olsson, menos conocido en la época, irumpió de manera espectacular, diciendo en inglés: «íEl partido apenas comienza!».
«Se podía ver el miedo en su ojos. Quería solo asustarlos. Nunca fui condenado por nada particularmente violento», subrayó. La angustia luego dio paso a sensaciones menos conocidas. Una rehén, Kristin Enmark, lo explicaría en una entrevista telefónica: «No tengo el más mínimo miedo de Clark y del otro tipo. Tengo miedo de la policía. ¿Ustedes comprenden? Créanme o no, pero aquí hemos pasado muy buenos momentos».
La rendición de Olsson y de Olofsson y la liberación de los rehenes estaba lejos de ser el final de este atraco excepcional. El término de síndrome de Estocolmo, creado por un psiquiatra estadounidense, Frank Ochberg. Convertido en una eminencia en la materia, recientemente prestó testimonio en el proceso de Ariel Castro, quien secuestró durante 10 años a tres mujeres en su casa de Cleveland (Estados Unidos).
Definió tres criterios del síndrome: «atracción, incluso amor» del rehén por su secuestrador, reciprocidad de parte de éste, y finalmente desprecio de ambos por el mundo exterior. Este lazo puede llevar a los negociadores a favorecer el desarrollo del síndrome, pues reduce el riesgo de violencia.
Las tomas de rehenes comienzan por lo regular de manera brutal, con rehenes totalmente paralizados que solo piensan en la muerte. «Muy pronto se les niega el derecho a hablar, moverse, ir al baño, comer. Luego se les ofrece esas posibilidades y cuando las obtienen experimentan (…) lo que se siente cuando somos recién nacidos y cercanos a nuestra madre», según Ochberg.
La existencia del síndrome es ampliamente reconocido. Su frecuencia sigue siendo sin embargo más polémica. Al principio hubo tendencia a considerarlo como algo sistemático. Pero negociadores del FBI pusieron en duda su prevalencia, y el síndrome «ha vuelto, creo, a su lugar», considera Ochberg. En el lenguaje corriente y en la prensa, el término puede parecer ya pasado de moda o utilizado de manera inadecuada.
Fue mencionado cuando en 2006 Natascha Kampusch, austríaca secuestrada, violada y hambreada durante ocho años, se fugó de la casa donde estaba retenida. Lloró al saber que su secuestrador murió, y tuvo relaciones muy difíciles con sus padres. «Una vez liberada la persona, puede sentirse más allegada a su secuestrador que de quienes eran sus amigos y su familia antes. Yo no llamaría eso el síndrome de Estocolmo», dijo Ochberg. En lo que respecta Jean-Erik Olsson, recibió en la cárcel la visita de dos de su rehenes.
Liberado en 1980, empezó a vender autos y pasó 15 años en Tailandia. Ahora es incapaz de afirmar si el síndrome de Estocolmo existe. «¿Qué es un síndrome? No sé nada de eso».
Fuente: Agencias