Baño de multitudes y cálido recibimiento en el inicio de la Semana de la Juventud: “Los brasileños somos hombres y mujeres de fe”, le dijo Rousseff en la bienvenida.
A las 15:43 de este lunes, el Airbus A300 de Alitalia que traía al papa aterrizó en el aeropuerto Internacional del Galeao-Antonio Carlos Jobim. Al pie de la escalerilla, esperaban a Francisco la presidente del Brasil, Dilma Rousseff, el gobernador del estado de Río de Janeiro, Sergio Cabral, y el alcalde de la capital carioca –ciudad anfitriona del papa y de las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ)–, Eduardo Paes, entre otras autoridades civiles. Dieron también la bienvenida al pontìfice el arzobispo de Río, monseñor Orani Tempesta, el presidente de la Conferencia Episcopal brasileña, Damasceno Assis, y el nuncio, monseñor Giovanni D’Aniello.
Un coro de niños y jóvenes cantaba «Cidade maravilhosa, coraçao do meu Brazil», mientras él intercambiaba saludos con los funcionarios presentes. Saludos informales, ya que la recepción oficial tendría lugar poco después, en el Palacio de Guanabara.
Inmediatamente detrás del papa, descendió del avión el cardenal Tarcisio Bertone, quien, según todos los indicios, tiene los días contados como secretario de Estado Vaticano, ya que Francisco renovaría el «gabinete» de la santa sede en septiembre próximo.
La distancia desde el aeropuerto hasta allí es de 8 kilómetros, que el Papa recorrió, en su mayor parte, en un pequeño y sencillo vehículo. Tan austero –en contraste con los de rigor en los desplazamientos de jefes de Estado– que es inevitable sentir que está interpelando a muchos dirigentes, tanto de países emergentes como de los más desarrollados, hoy en crisis. De hecho, el viaje se inició en el aeropuerto de Fiumicino, en Roma, con otro de los gestos austeros que ya son la imagen de marca del pontificado de Bergoglio: como señalaron los medios italianos, jamás se había visto a un papa subir al avión llevando su propio equipaje de cabina. La imagen de Francisco en la escalerilla de la nave con su portafolios negro en la mano ya ha dado la vuelta al mundo.
Una señal coherente con las preocupaciones sociales que están en el centro de su mensaje y a las que se refirió durante el viaje, a bordo del avión, en charla con los periodistas que integran su comitiva. A ellos les expresó su preocupación por los efectos de la crisis mundial en la juventud: “Corremos el riesgo de ver una generación que no ha tenido nunca trabajo (…) Este primer viaje es para encontrarme con los jóvenes, quisiera verlos insertos en el tejido social (…) Cuando aislamos a los jóvenes, cometemos una injusticia. Les quitamos su pertenencia (…), a una familia, a una cultura, a una fe. No debemos aislarlos. Son el futuro de sus pueblos, (pero) al otro extremo de la vida, las personas de edad, son el futuro del mismo pueblo (…), tienen la sabiduría de la vida, de la historia, de la patria, de la familia, los necesitamos”.
Euforia en las calles
Ya en camino hacia el centro de Río, fue intenso el trabajo de la custodia –parte de un dispositivo de seguridad en el cual trabajan unos 10.000 policías y más de 14.000 soldados–, porque Francisco en ningún momento levantó la ventanilla del auto, lo que desencadenó una carrera desesperada del público por acercarse, tocarlo o arrojarle mensajes. Algunos hasta se colgaron del vehículo, para gran desesperación de los custodios.
El trayecto se volvió caótico y por momentos pareció que la situación se salía de control, en particular cuando el auto quedó atrapado en el tránsito sobre un carril lateral de la vía que transitaba, a merced de la efusividadde la gente.
Al llegar a la catedral de Río, Francisco abordó un papamóvil para poder estar más cerca de la gente en la segunda parte del viaje hasta donde lo esperaba Dilma Rousseff para el acto de bienvenida oficial. Francisco usó un vehículo apenas algo más protegido que el de sus recorridas por la plaza San Pedro ya que éste tenía al menos parabrisas y techo, aunque con los laterales totalmente abiertos. Eso permitió que se repitieran algunas de las escenas habituales en las audiencias generales vaticanas: la custodia lo acerca a niños pequeños para que los bese y bendiga.
Fiel a su estilo, el papa inició así la que él mismo bautizó como Semana de la Juventud, con un baño de multitud por las calles de la capital carioca.
Finalmente, Francisco fue llevado en helicóptero hasta el Palacio Guanabara, donde pronunció su primer discurso en tierra americana.
Dilma le propuso alianza contra un “enemigo común”
Pero primero le correspondió a Dilma Rousseff dar la bienvenida al pontífice. Sus palabras fueron mucho más “sociales” que las que pronunció Bergoglio a continuación, como si la sola presencia del papa de los pobres ya incidiese en el discurso de los líderes políticos.
Dilma se mostró particularmente atenta y cálida, no sólo en el saludo a Francisco, sino también al resto de la comitiva.
Además de declarar que era “una honra recibir al primer papa latinoamericano”, dijo que la ocasión era propicia para afirmar:“Los valores que compartimos: justicia social, solidaridad, derechos humanos”. “Luchamos contra un enemigo común: la desigualdad», sintetizó y agregó que hacía suya la condena del papa a la globalización de la indiferencia que deja a la gente insensible ante el sufrimiento ajeno.
A continuación, le propuso al santo padre formar una alianza contra la pobreza: “Un hombre que viene del pueblo latinoamericano, de nuestra vecina República Argentina, agrega más condiciones para crear una alianza de combate a la pobreza y de diseminación de buenas experiencias”.
Por último, la presidente que, en su juventud, militó en organizaciones marxistas, tuvo un guiño hacia Francisco: “Su Santidad, los brasileños somos hombres y mujeres de fe; la fe es parte indeleble del espíritu brasileño”.
El Papa, a su turno, leyó un discurso en portugués: “En su amorosa providencia, Dios ha querido que el primer viaje internacional de mi pontificado me ofreciera la oportunidad de volver a la amada América Latina”.
“He aprendido que, para tener acceso al pueblo brasileño, hay que entrar por el portal de su inmenso corazón; permítanme, pues, que llame suavemente a esa puerta”, agregó Francisco.
El resto de su intervención estuvo centrada en la juventud y los deberes que hacia ella tienen las demás generaciones: “La juventud es el ventanal por el que entra el futuro en el mundo y, por tanto, nos impone grandes retos. Nuestra generación se mostrará a la altura de la promesa que hay en cada joven cuando sepa ofrecerle espacio; tutelar las condiciones materiales y espirituales para su pleno desarrollo; darle una base sólida sobre la que pueda construir su vida; garantizarle seguridad y educación para que llegue a ser lo que puede ser; transmitirle valores duraderos por los que valga la pena vivir; asegurarle un horizonte trascendente para su sed de auténtica felicidad y su creatividad en el bien; dejarle en herencia un mundo que corresponda a la medida de la vida humana; despertar en él las mejores potencialidades para ser protagonista de su propio porvenir, y corresponsable del destino de todos”.
Luego de la recepción oficial, el papa se trasladó al sitio donde se alojará durante esta semana: la residencia privada del arzobispo de Río, en Sumaré, sobre la pendiente de un morro carioca, a 400 metros de altura. Esta casa es parte de un complejo que incluye un Centro de Estudios culturales, donde se dictan cursos de formación y se realizan retiros espirituales.
El martes 23 no hay en la agenda del papa actividades oficiales. Pero se presume que Bergoglio aprovechará para recibir en audiencia privada a personas que viajaron a Río para verlo.
Luego, lo esperan la visita al santuario de Aparecida, a una favela y varias actividades multitudinarias con los jóvenes, a cielo abierto, en la playa de Copacabana y en un campus en las afueras de Río (ver la agenda completa).
Fuente: Infobae