Una puerta alta, de hierro, separa la intimidad de los Simonovis de la calle. Tyson, un pequeño y alegre puddle al que una vez se le incendió su casa cuando lanzaron una bomba molotov, da la bienvenida a los visitantes. Dentro, la soledad. El compartir de la familia se mantiene solo en fotografías que se despliegan por toda la residencia.
Grandes ventanales, resguardados por santamarías que bajan en las noches o cuando la casa está sola por las agresiones que han sufrido a lo largo de ocho años, mantienen la frescura en la sala, cocina y la oficina de María del Pilar de Simonovis, quien además de esposa y único sostén del hogar de dos hijos, ha sido la encargada del caso del comisario Iván Simonovis.
Tras la larga lucha, la esperanza de Bony, un sobrenombre con el que ya todo el país la conoce, decae. “Últimamente no tengo mucha esperanza, estoy como menos optimista a partir de que perdimos las elecciones”. La fuerza por la que permanece en pié la recibe de sus dos hijos: Iván de 20 años y radicado en Alemania donde realiza sus estudios, e Ivana de 16, su única compañera luego de que su madre muriera hace apenas un mes.
Todo lo que han podido hacer, públicamente o en los tribunales, la familia Simonovis lo ha hecho. De allí parte la frustración que hoy siente la abogada. “Yo no puedo decir que denunciar las cosas me ha servido de algo. No ha pasado nada. El sigue preso. Hemos hecho tantos esfuerzos, tantas iniciativas. Cuando se muere un familiar uno se acostumbra a la idea de no verlo más, pero esto es distinto, el está vivo y es inocente, pero de golpe nos separaron”.
Los domingos Bony e Ivana viajan hasta Ramo Verde para ver al comisario, de 10 a.m. a 5 p.m.. Aunque la comunicación es diaria, Ivana no recuerda su vida antes de que su padre fuera encarcelado. Han recibido ayuda de familiares y amigos para costear el colegio de la adolescente y los gastos que antes cubría el comisario con su aporte.
En Ramo Verde la condición física de Iván Simonovis no ha mejorado, explica su esposa. Debe recibir rehabilitación diaria, pero por falta de equipos no se la hacen. Su mayor exposición al sol detiene el daño, pero el que ya sufrió es irreversible. La falta de vitamina D le ha generado dos enfermedades autoinmunes, entre ellas esofaguitis.
Lo que no se explica Bony es el ensañamiento contra su esposo, pues ya Henry Vivas y Lázaro Forero, enjuiciados por la misma causa, “disfrutan” de medidas sustitutivas. “Pienso que como es joven, este Gobierno le tiene miedo, como le tiene miedo a todo. Les interesa aplastar al que piense diferente y dejarlo como un modelo para que la gente recuerde que si se atreve a pensar distinto, eso les toca”.
La abogada siempre ha pensado en la posibilidad de que Alfredo Peña haya negociado su escape del país a cambio de la detención de los tres comisarios. “Nunca me gustó Alfredo Peña, es un cobarde que los dejó solos, pero no es justo que se le culpe de los hechos del 11 de abril porque él no dio una orden errada”.
A pesar del resentimiento que observa en muchos de los altos funcionarios del Gobierno, Bony ha trabajado para que sus dos hijos no crezcan con ese mismo sentimiento negativo y de intolerancia hacia los que piensan distinto. En el caso de Iván, quien ya era un adolescente cuando su padre fue detenido, fue más difícil porque lo vivió todo, pero ya está controlado. Ivana se muestra como alguien tolerante.
De Ivana se burlaron, recuerda María del Pilar, cuando su hija le envió una carta a Nicolás Maduro. “Al día siguiente salieron diciéndole asesino a Iván. Es una frustración que uno siente porque no quieren buscar al culpable. No tenía esperanzas con Chávez ni con Maduro, ellos siguen lineamientos de Cuba y parece que los venezolanos no les interesan”.
Desde la detención, el 22 de noviembre de 2004, Bony espera que el Gobierno pueda resarcir, no solo el daño económico, sino el moral. “Es un estigma para mis hijos llamarse igual que su papá”, destaca al recordar las humillaciones que sufrieron en instituciones públicas. También refiere a los cientos de insultos que recibe cada 11 de abril, luego que su número telefónico fuera divulgado en La Hojilla.
La primera navidad y cumpleaños
Ivana tenía siete años e Ivancito trece, relata Bony. “Cuando te pasa algo así tan abrupto uno está en shock y no reacciona. Queríamos llevarle su comida y no la dejaron pasar, ni visitarlo o llevarle los regalos”. La siguiente Navidad fue distinta, pasaron juntos hasta las 5 de la tarde y comieron frente a un baño, cerca de los familiares de los homicidas de los hermanos Faddoul.
En los cumpleaños, si cae un día de visita pueden verlo sino, como lo hicieron en algunas ocasiones, le llevan la torta y a través de los medios él ve que le cantan cumpleaños. “Ha sido todo virtual. Lo más importante es que no piensen que los olvidamos”.
La dureza de las personas
Si salimos de vacaciones somos criticadas, lamenta María del Pilar de Somonovis, quien al igual que su hija, siente que las personas esperan que estén llorando todos los días. “A veces vamos en la calle y se nos acerca alguien y se pone a llorar y terminamos nosotras consolándole. En algunas ocasiones tratan, probablemente de forma inconsciente, de hacerlos sentir culpables”. Bony relata que el comisario quiere que sus hijos sigan viviendo su vida.
Alternativa legal
A pesar de que las esperanzas se mantienen bajas, Bonny continúa documentando su lucha. El juicio de los policías metropolitanos empezó el 4 de abril de 2005 y culminó el 3 de abril de 2009. Luisa Ortega Díaz, fiscal sexta nacional en ese entonces, los acusó por los delitos de homicidio y lesiones, no por lesa humanidad ni violación de derechos humanos. El comisario fue sentenciado por cómplice necesario en el delito de homicidio calificado por dos de los 19 fallecidos en 2002, por cómplice necesario por el delito de homicidio calificado frustrado por 10 personas, por cómplice necesario en el delito de lesiones personales graves en complicidad correspectiva contra cinco personas y por cómplice necesario en el delito de lesiones personales leves contra siete ciudadanos.
Sus abogados introdujeron una acción de amparo, un recurso de apelación, una acción de amparo constitucional y un recurso de casación ante el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) que contenía más de nueve mil páginas y en siete días fue rechazado por Eladio Aponte Aponte. “Era imposible que en tan poco tiempo hubiesen leído tantas páginas. Después Aponte confesó que nunca vio el expediente”.
En el ámbito nacional la medida humanitaria podrían solicitarla nuevamente y cuantas veces sea necesario. En la primera oportunidad fue negada por un tecnicismo, ya que el informe médico señaló un estado de salud delicado, no grave, palabra no encontrada en las leyes venezolanas. En esa oportunidad esperaron año y medio para que le practicaran los exámenes al comisario y tuvieron que introducir los documentos en dos ocasiones, pues la primera vez se extravió el escrito.
Bony apuesta por las medidas alternativas al cumplimiento de la pena, como destacamento de trabajo, que le corresponden desde hace más de un año. “Puede salir en el día y volver al centro en la noche. Son fórmulas que te permite el COPP. Eso no conlleva a la impunidad, lo hemos solicitado y no se lo otorgan, no hay explicación. Simplemente no responden”.
Bony mantiene sus expectativas en las instancias internacionales. Ya acudieron a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), de la Organización de Estados Americanos (OEA), antes de que Venezuela la abandonara. Cualquier decisión que allí se tome debe ser respetada por el Gobierno. “Es muy lento el proceso, esperamos que admitan el caso que fue interpuesto hace año y medio”
Tras ocho años de lucha, viendo a su esposo una vez a la semana, Bony llora pero no en público. “No he llorado mucho, pero desde que se murió mi mamá he llorado más, sola en mi cuarto. No es mi condición llorar. Lo hago si veo sufrir a mis hijos, ver el impacto que les ocasiona”.
Su lucha prosigue. En su casa, en su oficina, resguardadas por las altas puertas de hierro y las santamarías que evitan que las agresiones afecten el interior de su residencia.
Fuente: El Carabobeño