Los castigos son siempre una cuestión controvertida en la educación de los hijos. Sólo hay un punto en el que actualmente están de acuerdo madres, padres y educadores. Se trata de la erradicación absoluta del castigo físico como fórmula educativa, ya que es represivo y mina la autoestima del menor.
En lo demás, la tendencia vigente procura transformar el castigo en una consecuencia educativa de la que el menor obtenga un aprendizaje que le lleve a no repetir la conducta negativa o peligrosa y a hacerse responsable de sus actos. A esto hay que sumar el refuerzo de los comportamientos positivos para que se repitan y se conviertan en un hábito.
María Luisa Ferrerós, psicóloga infantil, ofrece un método basado en su experiencia profesional y personal cuyo eje central es precisamente la consecuencia educativa con el claro objetivo de enseñar al niño lo que están bien, por lo que deben ser siempre constructivas.
En su libro ‘¡Castigado! ¿Es necesario? Alternativas educativas ingeniosas y eficaces’, Ferrerós indica que la consecuencia educativa ha de observar una serie de características imprescindibles: debe ser disuasoria, adecuada a la edad, fácil de llevar a cabo, pedagógica y poco habitual para que no pierda efectividad.
Además, la psicóloga infantil pone de relieve la observación del menor. Cada niño es diferente y por eso hay que tratar a cada uno de ellos de manera distinta. Lo que para alguno puede ser muy efectivo, a otros puede provocarles consecuencias negativas o dejarlos indiferentes. Se trata de adaptar las consecuencias a la personalidad de cada niño o niña.
El psicólogo clínico y pedagogo terapeuta Javier Urra, en su libro ‘Educar con sentido común’, propone por su parte una serie de pautas para los castigos en niños de tres a seis años coincidiendo en la importancia de que sean algo puntual, no habitual, para que así mantengan su efectividad. También dice que deben imponerse de manera inmediata y cumplirse, ya que un castigo diferido en el tiempo pierde su razón de ser y si no se cumple el castigo no atiende al aprendizaje que pretende mostrar. Levantar un castigo ha de ser algo excepcional, como consecuencia de un comportamiento que también lo sea y se ha de convertir en un acto solemne y de relevancia.
Refuerzo positivo
Los premios son la otra cara de la moneda en la educación de los niños. Se trata de reforzar las conductas positivas, el esfuerzo, las buenas actitudes, para que el niño las reconozca y las repita habitualmente.
Cabe destacar que el mejor premio para nuestros hijos es la atención y la dedicación de tiempo de calidad. De hecho, son muchos los comportamientos negativos que pretenden llamar la atención de las madres. Por eso, ofrecer un rato de juegos, una excursión en familia o la lectura de un cuento por el buen comportamiento son premios efectivos que les hacen sentir bien y les motivan.
Los sistemas de puntos también son efectivos cuando lo que se trata es de potenciar o modificar una conducta a medio y largo plazo. Sin embargo, los expertos recomiendan que dure entre una y dos semanas, pues el horizonte temporal no es igual para los niños que para los adultos. Los pequeños deben sentir que pueden alcanzar el objetivo y si se dilata en exceso en el tiempo pierden el interés.
No a los castigos
También existe una tendencia de crianza que rechaza de plano los castigos al considerarlos contraproducentes y una falta de respeto para con los hijos que estropean la relación entre castigado y castigador.
En su lugar proponen un desarrollo ético que consiste en saber comportarse por el propio sentido de la dignidad y por consideración con los demás. Se trata de que la empatía, la comunicación y la creatividad se conviertan los pilares educativos. La alternativa al castigo es procurar que el niño se ponga en el lugar del otro y comprenda cómo se siente para que él mismo elija no volver a repetir una conducta que hace que las personas que le rodean se sientan mal.
Otra de las propuestas de esta corriente es dejar hablar al niño para que explique los motivos que le han llevado a un mal comportamiento o a desobedecer, hablar con él y llegar a acuerdos para que eso no vuelva a suceder.
Cabe destacar que para quienes reconocen el castigo o la consecuencia educativa como una herramienta más en la educación infantil, también se contemplan la comunicación y la relación afectiva como motores pedagógicos sin los cuales no puede existir ningún tipo de aprendizaje.
En definitiva, con castigo o sin ellos, el núcleo para un desarrollo educativo y conductual positivo ha de ser el afecto. Cuando los hijos se sienten profundamente queridos entienden que existen unos límites y que sobrepasarlos tienen consecuencias.
Para los psicólogos infantiles resulta fundamental que los niños entiendan no sólo que es lo que no deben hacer, sino qué es lo que sí se puede hacer en su lugar. Si nuestro hijo se sube a una silla para alcanzar un juguete y le reñimos por hacerlo, ya que es peligroso, ha de entender que la próxima vez que quiera ese juguete debe pedírnoslo y se lo daremos. Así sabrá que existe otra opción a su comportamiento.
Perder los nervios
En muchos de los libros, teorías y recomendaciones que encontramos sobre el uso de los castigos como herramienta pedagógica aparece de modo recurrente el axioma «no perder los nervios». Pero, ¿es eso posible? En ocasiones el estrés, la reiteración de un mal comportamiento, el cansancio o la gravedad de lo sucedido nos hace perder los nervios irremediablemente.
¿Qué hacer entonces? Los expertos recomiendan no reñir ni imponer el castigo en ese momento, pues es probable que la consecuencia no sea proporcional al hecho que la provocó.
En todo caso, si finalmente hemos perdido los nervios, gritado y castigado, los niños tienen que sentir el afecto de sus padres así que, sin desautorizarnos y sin excusar la conducta del pequeño, le abrazaremos para que se sienta seguro y querido. /JM
Fuente: MH