Si en algo coincidirán en el futuro los estudiosos y analistas de la Venezuela que hoy recorremos tristemente, es que esta patria suramericana perdió el tren del progreso en los primeros años de este nuevo milenio. Este país será un caso de disertación para tratar de explicar cómo pudo una nación con tanta riqueza material y humana (que podía posesionarse y conquistar la globalización), se enfrascó en una corriente de pensamiento difusa que más que generar bienestar y felicidad a sus pobladores los sumergió en una tragedia nacional que costará mucho tiempo, sacrificio y esfuerzo para reconstruirla.
La Venezuela del presente está estancada o en retroceso. Mientras que en el resto del mundo y en nuestra región, muchos países dan signos de progreso, generan empleo, atraen inversiones, exportan, se modernizan y a su vez fortalecen sus instituciones, con apego a la civilidad y los principios universales de la democracia, como es la división de poderes, la patria de Bolívar está aun inmersa en un atolladero político y económico, con un gobierno que trata de legitimarse sin querer reconocer que el legado que les dejó el difunto está en ruina.
Basta una mirada a la región latinoamericana. Mientras que la mayoría de nuestros vecinos supera aceleradamente muchos de los problemas que nosotros tuvimos tan marcados en el pasado, hoy nos hemos quedado rezagados. No diversificamos las exportaciones, no controlamos la inflación, nuestra infraestructura es de las más atrasada de la región, la delincuencia está desbordada, el índice de corrupción es de los más altos de mundo y nuestra democracia sólo existe como una palabra y no como un hecho concreto. Eso sin mencionar las infidencias del “Video Silva” que hundió a chavistas y opositores por igual en una gran depresión moral.
Nunca se habló tanto en Venezuela de la integración como durante esta última década. Los historiadores encontrarán miles de frases y citas vacías de contenido sobre nuestra vocación integradora. En la realidad restamos y debilitamos la fuerza de la integración continental. Enfriamos al proyecto del ALCA. Le dimos una estocada mortal a la CAN cuando nos retiramos. Nuestro ingreso a Mercosur ha provocado conflicto y desavenencia entre distintos sectores de los países miembros y no se vislumbran beneficios para nuestros empresarios. La Alba ha sido útil mientras la chequera aguanta pero ni un solo beneficio tangible para el aparato productivo nacional.
Mientras tanto, la Alianza del Pacífico se presenta sin mayores alharacas como una verdadera opción económica para la región. Con realismo han impulsado una alianza de libre comercio, con garantías para las inversiones y libre movimiento de personas para estimular los negocios. Es una iniciativa ambiciosa con sentido de estos tiempos. Llegará el momento en que Venezuela, desde el Caribe, los Andes y el Amazonas mire también hacia el Pacífico.
Fuente: EN
Editorial de El Nacional
