Diez años después de la Mesa de Negociación vuelve a hablarse de diálogo. Entonces Maduro figuraba como el más flexible y, paradojas de la vida, se sentaba frente a uno de los exiliados de hoy.
José Vicente Rangel lo dijo claro: «No vamos a negociar con una pistola en el cuello».
Eso advirtió a puerta cerrada en medio de las presiones del paro de 2002 y 2003, a lo que Timoteo Zambrano le respondió -desde la otra acera- que no había de otra: «Es que sino no negocian»…
Es una anécdota de la llamada Mesa de Negociación y Acuerdos que recuerda el abogado Juan Rafalli ahora que otra vez se viene hablando de diálogo. «Los mecanismos de negociación nos fortalecen», sostiene. «Nos alejan de la violencia pero solo se logran cuando son más efectivos que otras vías».
Este mes se cumplen 10 años del día en que el Gobierno y la oposición firmaron un acuerdo que condujo al referendo revocatorio de 2004 y a pesar de las discusiones maratónicas, Rafalli no duda en que volvería a sentarse en la llamada Mesa de Negociación y Acuerdos que instaló la Organización de Estados Americanos junto con el Centro Carter entre octubre de 2002 y mayo de 2003.
Eso sí, esta vez no está dispuesto a deshojar la margarita durante ocho meses ni a asistir a reuniones sin quórum. «Cuando te tienes que parar, te paras». Es una de las premisas que concluyó después de las encerronas de esos días: «Hay que aprovechar el buen momento y no desperdiciarlo, la oposición siempre tuvo miedo de levantarse de la mesa y yo era uno de los que decía que íbamos a quedar muy mal así pero ahora sé que -sin detonar el mecanismo y dejando abierta la posibilidad de volver- debimos levantarnos cuando vimos señales inequívocas de que el Gobierno estaba buscando tiempo».
Rafalli cree, aun así, que la «Mesa» ayudó a bajar las tensiones y a ahorrar varios litros de sangre. En esos días el país vio de Joao de Gouveia en la plaza Altamira disparando contra una manifestación así como muchos otros disturbios en las urbanizaciones de Caracas y otras ciudades. La espiral de la violencia iba en escalada y por eso, por primera vez se veía a la oposición y al Gobierno alrededor de una mesa.
Maduro, el conciliador
En el roster de los negociadores chavistas estaba el entonces vicepresidente José Vicente Rangel, el canciller Roy Chaderton, Aristóbulo Istúriz como ministro de Educación, María Cristina Iglesias al frente de la cartera del Trabajo, el gobernador de Táchira, Ronald Blanco La Cruz, y el diputado Omar Mezza, quien falleció años después. En la otra esquina figuraban los dirigentes políticos Timoteo Zambrano, Américo Martín y el también fallecido Alejandro Armas, el sindicalista Manuel Cova, el empresario Rafael Alfonzo y el abogado Juan Rafalli.
La oposición contó además con el ex gobernador del estado Yaracuy, Eduardo Lapi que -paradojas de la vida- hoy engrosa la lista de exiliados políticos, mientras que en las filas del Gobierno también estaba el entonces diputado Nicolás Maduro, a quien se recuerda como el más afable de las fichas designadas por el presidente Hugo Chávez.
No fue posible contactar a los funcionarios que en esos días representaron al Gobierno. Aunque se les buscó en la Gobernación de Anzoátegui y los ministerios del Trabajo y Comunicación e Información, no hubo forma de consultarles sobre la experiencia del diálogo. Esta vez, ni siquiera el ex secretario general de la Organización de Estados Americanos, César Gaviria, quiso dar declaraciones sobre el tema.
En la oposición, mientras tanto, ven con ironía que la cara más amable de su contraparte se haya endurecido 10 años después. «El más flexible de ellos -sinceramente lo digo- era Maduro, razón por la cual no entiendo por qué no valora la importancia del diálogo en momentos en que el gobierno está debilitado, la oposición anda fortalecida y hay una crisis brutal que todos estamos interesados en superar», opina Américo Martín.
Detrás de los radicalismos, Martín encuentra a un Maduro débil e incapaz de plantarse frente a las alas más extremistas de sus propias filas. Aun así, apuesta por la receta del diálogo. «Yo creo que la Mesa fue un paso lógico, útil y necesario para la oposición en aquel momento y no puede calificarse su rendimiento por el hecho de que se haya perdido el revocatorio», señala. «Al fin y al cabo el objetivo de la Mesa era llevar a una consulta».
Las culpas del paro
Si hace falta buscar a un culpable, Américo Martín acusa al paro. «Yo me reuní con Manuel Cova y Carlos Ortega, de la Confederación de Trabajadores de Venezuela, y les dije que me parecía una locura convocarlo primero porque era diciembre, segundo porque no tenía objetivos claros y, en tercer lugar, porque era indefinido, y quiero dar testimonio de que efectivamente tanto uno como el otro estuvieron de acuerdo con migo pero era tal la presión de la calle que, finalmente, llamaron a un paro en principio limitado».
El resto de esta historia ya es conocida. «El paro cogió candela», cuenta Martín, y a partir de allí hubo una suerte de metamorfosis en la que el Gobierno fue endureciéndose en la Mesa de Negociación y Acuerdos a medida que sus adversarios perdían terreno en la calle. «Sin la tozudez del paro, el Gobierno hubiera tenido que aceptar alguna consulta anticipada», asegura.
Humo blanco
Los dos meses de paro finalmente terminaron en enero y entonces el debate político se concentró en la «Mesa». Propuestas para aquí y para allá hasta que el viernes 11 de abril de 2003 ambas partes convinieron una salida electoral. Llamaron a Chávez, a Gaviria, a Carter y terminaron anunciando humo blanco por los medios de comunicación. Todos se comprometieron a no cambiar ni un punto ni una coma pero al regreso de Semana Santa, Aristóbulo Istúriz echó para atrás el acuerdo alegando que Patria Para Todos y otros de los partidos aliados al chavismo no darían potestad a la OEA para velar por el acuerdo.
Oposición y Gobierno terminaron firmando otro documento el jueves 29 de mayo de 2003 en el Hotel Caracas Hilton, pero esta vez haciendo énfasis en que el referendo revocatorio no era exclusivo para el Presidente de la República y quitando peso al acompañamiento internacional y las demandas de los trabajadores petroleros que se habían sumado al paro.
«Ups, se nos olvidó»…
No fueron unos meros cambios de forma, advierte Rafael Alfonzo. El espíritu del acuerdo original fue modificado y por resolvió persignarse frente a las cámaras de televisión antes de firmar contra su voluntad, por disposición de los empresarios que representaba a través de la junta directiva de Fedecámaras.
Aunque reacios al documento final, en Fedecámaras terminaron por aprobarlo y le dijeron que otro lo sustituiría si no firmaba. Fue así como la mañana del 29 de mayo de 2003 se presentó en el Hotel Caracas Hilton para convalidar el acuerdo. No obstante, dice que sus reservas aumentaron cuando notó que entre el público faltaba la máxima autoridad de la iglesia venezolana, el cardenal Ignacio Velasco, a quien Chávez siempre criticó por haber convalidado el acta de Pedro Carmona Estanga.
«Le escribí a Fernando Jaramillo (el segundo a bordo de la OEA en Venezuela) preguntándole por el cardenal y me contestó: ‘Ups, creo que se nos olvidó'»… Lo siguiente fue persignarse. «En realidad no hice lo que iba a hacer y es lo que más lamento en mi vida», cuenta. «Yo iba a poner una raya completa en el acuerdo con una equis y decir que no convalidaba eso».
«El chantaje del diálogo»
A contracorriente de muchos de sus compañeros de la Mesa de Negociación y Acuerdos, Rafael Alfonzo no reeditaría una experiencia similar. No es que rechace los mecanismos de conciliación, pero advierte que se ha hecho mucho daño con lo que llama «el chantaje del diálogo». «Mucho cuidado ahora que hablan de diálogo», dice. «Porque eso no fue un diálogo y aquí la salida es respetar la constitución, las leyes y garantizar que haya libertad de elección».
Todo, a su juicio, fue una estrategia del Gobierno para ganar tiempo: transcurrieron dos años en los que después de la Mesa de Negociación, vino la reestructuración del Consejo Nacional Electoral, el Firmazo y finalmente el Reafirmazo para reparar las llamadas firmas planas.
«Cuando terminamos de refrendar el acuerdo de la Mesa de Negociación, ellos mismos nos dijeron: ‘Olvídense del referendo revocatorio en este momento, ahora viene el capítulo de la transformación del CNE'», recuerda. «Después vino el presidente Jimmy Carter diciéndonos que tenía la certeza de que contábamos con las firmas para el referendo revocatorio pero que quería pedirnos volverlas a recolectar como una demostración de nuestro talante democrático y yo me indigné y se lo reclamé: ‘Mire, nosotros vemos a los presidentes de los Estados Unidos como demócratas, ¿si usted sabe que tenemos todas las firmas por qué no le exige al presidente Chávez que acepte el referendo?».
Fuente: El Universal
Por Joseph Poliszuk
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Foto: El Universal