En tiempos de encuentros casuales y relaciones express, vale la pena preguntarse por los sentimientos. ¿Se puede vivir con pasión, pero sin vínculo romántico? ¿O uno es consecuencia (inevitable) del otro? Te invitamos a debatirlo.
Sexo y amor no son palabras que se pueden nombrar con indiferencia: mueven sentimientos, convicciones, ilusiones y posturas de vida. Siglos atrás, el ideal romántico femenino comprendía al amor como un sentimiento supremo, asociado a la sumisión y al sufrimiento como rasgos de compromiso. En aquellos tiempos de cartas perfumadas, de noviazgos pautados de antemano, el sexo era para procrear, poco y nada ligado al placer. El sexo placentero se encontraba fuera de los hogares en manos de mujeres “fáciles”. Y era solo patrimonio de los hombres.
A pesar del paso del tiempo y los avances en materia de sexualidad, el sexo con amor sigue siendo la unión deseada. Y no es por mera pauta social. Conocer a alguien que nos gusta despierta la liberación de neurotransmisores y brinda una base biológica para que el lazo se produzca.
En los primeros encuentros se libera dopamina, que nos hace sentir con mejor ánimo, bien despiertos, con buen deseo sexual y una agilidad motora que sorprende. Con el paso de los días y meses la oxitocina u hormona del apego ocupa un lugar de privilegio que ayuda a los amantes a mantenerse unidos.
El factor tiempo es fundamental para la construcción del vínculo amoroso. El “amor a primera vista” debería cambiarse por “atracción”, ya que el amor como sentimiento deviene con el tiempo.
La ansiedad, que nunca ha sido una buena aliada del amor, impide cada vez más la pretendida espera. Y existen razones para conocer y descartar. Las personas que han pasado por historias de amor conflictivas están más atentas a las señales “peligrosas” del candidato: mentiras, intentos de dominación, violencia y rasgos obsesivos actúan como estridentes luces rojas.
Una interacción vital
Aquellas parejas unidas por sentimientos profundos que incluyen al sexo como una experiencia dinámica, pasible de variantes (enriquecer el erotismo con diferentes estímulos), son las que tienen más posibilidades de mantenerse firmes a lo largo del tiempo. Se sabe que el sexo en la pareja representa más del 60% del bienestar del vínculo, por lo tanto hay que cuidarlo manteniendo viva la llamita del deseo.
La rutina, las postergaciones, el sexo repetitivo, “en automático”, son nocivos para la pareja. Y la frustración estalla por otros lados. Es muy frecuente que la falta de erotismo impacte en la estima y en la imagen personal. Nos sentimos devaluados, aparecen autoreproches, el cuerpo pierde vigor, etc. El sexo “abre los poros” de la interacción con uno mismo y con el ser amado.
La presencia del amor derrama una serie de acciones espontáneas que ayudan luego al encuentro sexual: ternura, caricias, llamados cariñosos durante el día, salidas solos, sorpresas, recordar fechas significativas para los dos, buen humor, etc.
Sin amor también se siente
El amor de pareja es un sentimiento complejo, esquivo, sensible a los cambios tanto propios como ajenos; pobre, rico, exultante según el trato que reciba; sujeto al tiempo y a la aplastante rutina. La prolongación del amor y de una vida sexual plena requiere atención y trabajo. Nada de olvidos ni fingidos dolores de cabeza. Pero no siempre la pasión y el sentimiento amoroso hacen presa a los corazones de los que intentan amar.
El sexo ha pasado a ocupar un lugar fundamental en el cortejo amoroso. La conexión corporal y sexual, el “tener buena piel”, es determinante para continuar una relación que recién comienza y, a veces, aunque existan las condiciones para proseguir, con el sexo basta porque ese era el único objetivo.
La búsqueda de placer ha pasado a ser un fin en sí mismo. En el contexto actual de exigencias externas e internas, la necesidad de gratificación sexual es un aliciente para sentirnos vivos. Y si aparece el amor, mucho mejor.
Por el doctor Walter Ghedin, médico psiquiatra y sexólogo.
IPP
Fuente: entremujeres.com