“De aquí no me voy hasta que vea a mi comandante”. La afirmación se repite en las filas kilométricas que forman los seguidores del presidente Hugo Chávez en las adyacencias de la Academia Militar para despedir a su líder, un camino de largas horas a la intemperie, aguantando el frío de la madrugada o el sol inclemente del mediodía.
No hay obstáculo que valga. Ningún ciudadano que quiera llegar a la capilla ardiente puede planificar la hora en que estará de regreso en su casa. La esperanza se alimenta cuando avanza la cola, aunque, en promedio, ver por última vez a quien condujo los destinos del país durante 14 años puede tomar más de 24 horas.
Quienes el jueves a las 11:30 am comenzaron a hacer fila en el parque Bimbolandia, en Los Símbolos, llegaron el viernes a las 5:54 pm al Hall de la Academia Miliar. En ese grupo de personas estaba Josefina Escalona junto con sus hijos, de 23 años y 15 años de edad, y sus dos sobrinos, de 20 y 22 años.
Ese día la mujer salió de su casa, en La Pica de Palo Negro, estado Aragua, a las 6:00 am, para subir a un autobús de la gobernación que los trasladó a Caracas. A las 6:00 pm tenía la opción de tomar el transporte para regresar a su hogar, pero no se fue porque aún no había visto a Chávez.
“Él era para mí, después de Dios, mi padre, mi segundo libertador, y esto no es idolatría. Lo amaré hasta la muerte y en mi corazón seguirá”, dijo consternada.
Luto vestido de rojo. 5:00 pm del jueves en la tarde. El hijo de 23 años de edad de Josefina duerme en la grama de Los Próceres, mientras la hija de 15 años hace ejercicios en el gimnasio al aire libre ubicado en la zona.
Mara, la sobrina, aprovecha para jugar voleibol con otros jóvenes. Los niños se divierten en el parque infantil y se suben a los tanques militares que se exhiben en el paseo Los Próceres.
Josefina se volvió popular porque una pancarta que le hizo a su líder sirvió de baño portátil y la compartió con quienes lo necesitaron. Con ayuda de sus sobrinas e hija, la mujer bordeó con la tela algunos troncos de árboles para que quien hiciera sus necesidades no fuera visto por los demás:
“Nunca le pude mostrar esta pancarta a mi comandante, que elaboré en agosto con ocho compañeras de la Misión Saber y Trabajo”.
A las 10: 00 pm el grupo había cumplido la primera meta: llegar a los monolitos del paseo Los Próceres. Ver la bandera de Venezuela les dio fuerzas para continuar en la noche.
En ese punto estaban dos camiones cisterna de Hidrocapital con agua potable y se podían llenar las botellas. Más adelante, en el área de las gradas, la espera se hacía más llevadera por las pantallas de televisor y baños portátiles.
La cola fue amenizada con consignas a favor de Chávez, que invitaban a darle continuidad a su legado político. Todos coinciden en que la única manera de hacerlo es solo una: votar por Nicolás Maduro, tal y como se los pidió el Presidente en su último mensaje, el 8 de diciembre.
“Con Chávez y Maduro el pueblo está seguro”, “Capriles, no te vistas que no vas, tenemos un Presidente que se llama Nicolás” y “Chávez lo dijo, lo dijo duro, el hombre es Nicolás Maduro”, eran las que más se repetían.
Cobija tricolor. Después de las 11:00 pm las personas se las ingeniaron para dormir. La camaradería que nació entre amigos, familiares e, incluso, gente que se conoció allí, permitía cerrar los ojos por unas horas mientras otro hacía la cola. Varios llevaron carpas y sábanas, otros aprovecharon las banderas colocadas en los postes de luz para arroparse.
En esa fría madrugada del viernes, que exhibía en el cielo una luna en cuarto creciente, los seguidores de Chávez repasaban las razones de su liderazgo.
Una mujer afirmó: “Pasaron 171 años desde que murió Simón Bolívar para que naciera Hugo Chávez. Pasarán 200 años para que vuelva a nacer uno como él”.
2:56 am. Sonó el primer toque de diana, que se repitió a las 3:18 am. Algunos que dormían en la grada H se despertaron y gritaron “Viva Chávez” y “Chávez vive, la lucha sigue”.
A las 4:38 am una mujer convulsionó y fue necesario buscar ayuda. Cinco minutos después, fue atendida por bomberos del Distrito Capital, que la trasladaron a una ambulancia.
Ella, al igual que otras personas con algún tipo de discapacidad, no dejó que su limitación le impidiera estar allí. Mujeres embarazadas y con niños recién nacidos, personas en silla de ruedas y con enfermedades también pernoctaron.
Antes de las 5:00 am llegaron vendedores de café, arepas y empanadas. Varios mototaxis ofrecían el servicio de traslado hasta la entrada de Los Próceres.
El viernes, a las 7: 00 am, el grupo casi llegaba a las escaleras del Patio de Honor. Una hora después, un hombre anunció que la capilla ardiente sería cerrada mientras se realizaba el funeral presidencial. Las puertas volvieron a abrir a las 4:30 pm.
Algunos desistieron, pues al llegar a las escaleras la espera se hacía menos llevadera: ya no había oportunidad de ir al baño, sentarse o comer. Moverse implicaba perder el puesto más cercano para llegar a la meta.
La sensación era similar a la de la llamada “olla” de un concierto. Las personas empujaban y el calor podía hacer perder el control. Ver cómo pasaban mujeres y niños desmayados requería serenidad para no declinar.
A las 5:30 pm Josefina abandonó la cola. Ya había gastado todo el dinero y la única opción que tenía era irse en los autobuses de la Gobernación de Aragua.
“No logré verlo, pero no me doy por vencida. Voy a volver y sé que lo voy a lograr”. 24 minutos después el grupo ingresó en la capilla ardiente.
La primera imagen que se observa son los arreglos florales y se percibe su olor característico.
A mano izquierda de la capilla estaba la madre del ex presidente de la República, Elena de Chávez; el padre, Hugo de Los Reyes; las hijas, Rosa Virginia, María Gabriela y Rosinés; el hijo, Hugo, y los hermanos, Adán, Adelis, Narciso, Argénis y Aníbal.
En el féretro reposaban los restos de Chávez, quien luce un semblante pálido, uniforme militar y boina roja. “Lo dejaron nené”, dijo un hombre, que viajó desde Margarita para verlo.
Rápidamente hay que salir. A mano derecha está un mural blanco, en tela de nylon, en el que los dolientes le escriben mensajes al jefe del Estado. Es el epílogo de un esfuerzo de 30 horas, que sólo la perseverancia permite cumplir.
Fuente: El Nacional