21 de enero de 2001. Aló, presidente. Hugo Chávez. Un anuncio. Y el comienzo del fin de la reconocida infraestructura cultural venezolana con la llamada “revolución cultural”. Según el fallecido presidente, las instituciones estaban dirigidas por y para las élites, dejando al pueblo sin acceso al arte. Y no, no era así.
En ese entonces, Caracas era una de las grandes capitales culturales de la región. Los museos albergaban importantes colecciones de arte, sus teatros recibían reconocidas producciones y la ciudad era parada obligatoria de grandes espectáculos internacionales. Había propuestas artísticas y culturales para todo público. Pero todo acabó con la llegada de la revolución cultural de Chávez, que arrasó con todo a su paso.
La noticia llegó un domingo durante su programa Aló, presidente. Chávez comenzó su alocución comentando la victoria del Magallanes, el equipo de beisbol del que era fanático: “Ayer ganó el Magallanes al Cardenales de Lara”. Más adelante, luego de un par de llamadas de ciudadanos y de discutir algunos puntos de su agenda política, hizo el anuncio: “Llegó la hora de arrancar la revolución cultural bolivariana creadora y liberadora”, comenzó.
Su afición al beisbol era tal que no pudo desaprovechar la oportunidad para usar la jerga beisbolística para explicar sus decisiones gubernamentales: “Quiero anunciar lo siguiente: ¡Cambios en el bullpen! En la lomita, en el center field, en el right field, en primera base. Hay un cambio casi completo. ¡Llegó la hora de arrancar la revolución cultural bolivariana creadora y liberadora!”.
Y con esta revolución también llegaron nuevos nombramientos, ratificaciones y destituciones. Durante el maratónico programa, Chávez anunció la remoción de 16 directores de museo e instituciones artísticas, la confirmación en sus cargos de 10 gerentes culturales y la designación de 19 nuevos funcionarios de alto rango. “Los cambios se harán efectivos a partir del día de mañana”, afirmó.
Entre los despedidos destacaban los nombres de Mirla Castellanos, presidenta de la Fundación Casa del Artista; María Elena Ramos, presidenta del Museo de Bellas Artes; José Ramón Medina, fundador y presidente de la Biblioteca Ayacucho, Alexis Márquez Rodríguez, presidente de la Editorial Monte Ávila. Y hubo uno que tuvo gran resonancia internacional: el de Sofía Imber, fundadora y presidenta del Museo de Arte Contemporáneo de Caracas.
En ese entonces, el primer mandatario explicó que los cambios eran producto del trabajo realizado por el viceministro de Cultura y presidente del Consejo Nacional de la Cultura (Conac), Manuel Espinoza. “Esto lo veníamos preparando. Hemos arrancado con algunos proyectos, pero qué difícil es este mundo de la cultura. ¡Cómo se ha manejado! Claro que ahí ha habido un gran aporte al país. Eso no lo vamos a negar, pero la cultura se viene elitizando, al ser manejada por élites. Como dice el viceministro: un principado. Príncipes, reyes, herederos, familias, se adueñaron de instituciones, de instalaciones que le cuestan miles de millones de bolívares al Estado”, manifestó Chávez.
Era la primera vez que un presidente venezolano intervenía de esa manera en la remoción administrativa de los cargos culturales, sometiendo a los destituidos al descrédito público. Antes de que Chávez llegara al poder, en febrero de 1999, la máxima autoridad del Conac, instituto autónomo creado en 1975 para coordinar y ejecutar las políticas vinculadas a las artes y la acción cultural, era quien designaba a los directores de las instituciones. Por esto, la forma en que se hizo el anuncio generó muchas críticas; sin embargo, para Espinoza era la única manera de hacerlo. “Era necesario hacerlo de esa forma , rápida, en bloque, con firmeza, para evitar todos los juegos de estilos que han existido en relación con los compromisos, filiaciones, tradiciones de amistad, de compadrazgo”, aseguró entonces el viceministro, quien decidió el despido de personas con las cuales compartió durante años de trabajo y con las que entabló, incluso, amistad.
Cuando se realizó el anuncio no se conocía con exactitud en qué consistía la revolución cultural que planteaba Chávez; sin embargo, Espinoza explicó en una entrevista para El Nacional que se trataba de una reestructuración de las instituciones culturales que tanto los nuevos directivos, como los ratificados en sus cargos, debían preparar en 120 días para ejecutar en un periodo de cinco años. “La constitución y reglamentos de cada organismo serán replanteados e intentaremos un modo de acción que esté articulada en un consejo, como en el sector del libro y la lectura”, dijo.
Sobre cuáles fueron los criterios para las destituciones, ratificaciones y nombramientos efectuados, el entonces viceministro de Cultura explicó que querían gente joven: profesionales, intelectuales, artistas para relevar a las personalidades salientes. “Es necesario el relevo y es una responsabilidad primaria de estos nuevos actores del proceso, y de todo gerente cultural, el preparar a las nuevas generaciones de profesionales que los puedan suplir”, indicó.
Luego de conocerse las destituciones, las reacciones por parte del sector cultural no se hicieron esperar. Sin duda, la remoción que más molestia generó en el gremio fue la de Sofía Ímber, fundadora del Museo de Arte Contemporáneo de Caracas, que por muchos años llevó su nombre y que, además, fue uno de los más importantes de Latinoamérica y uno de los pocos que tuvo colecciones propias de grandes maestros del arte como el colombiano Fernando Botero, Pablo Picasso y obras de Bacon, Braque, Calder, Chagall, De Kooning, Léger, Matisse, Miró, Mondrian, Soto, Torres-García, Vasarely y Zitman.
“Nunca aspiré a los privilegios de la inamovilidad, porque comprendo que está en la naturaleza de la política la toma de decisiones que el Gobierno considere pertinentes”, dijo entonces Ímber.
Asimismo, Mirla Castellanos, que fue retirada de la Casa del Artista, aseguró en aquel momento: “No soy revolucionaria, porque soy pacifista, y sí les di impulso y oportunidades a los grupos populares”.
El pintor colombiano Fernando Botero, a los pocos días del anuncio, hizo pública su “indignación y asombro” en una carta pública. El intelectual Ernesto Mayz Vallenilla consideró estos cambios como “una agresión contra la cultura y educación”. “Ha llegado la hora del designio destructor que anima al actual gobierno contra todo aquello que no sea afecto y obediente al mandato del caudillo. Dicho en otras palabras, lo que se avecina para Venezuela es un régimen totalitario al estilo nazi, peronista o fidelista”, dijo el filósofo.
En ese entonces, el sociólogo Antonio Cova consideraba que el gobierno corría el riesgo de que evocaran con su revolución la de China. “Una verdadera revolución es llevar la cultura a todos los ámbitos de la educación y dar recursos, lo que no ha hecho Chávez hasta ahora. Lo que empezó como una gracia en su programa de radio terminó en una morisqueta, pues logró enfurecer a los destituidos y hacer sentir mal a los nuevos cargos”.
Además, indicó que Chávez debía borrar de su discurso la palabra revolución, puesto que no comprendía nada más allá que una simple renovación de cargos. “Han puesto a gente más maleable. Al mandatario no le interesa el sector, porque no sabe distinguir entre lo que es arte y la cultura popular”, agregó.
Para llevar adelante la revolución cultural de Chávez, el viceministerio de Cultura y el Conac solicitaron al Ejecutivo 140 millardos de bolívares. Sin embargo, sólo recibieron 63 millardos. Tal asignación obligó a ambos organismos a paralizar algunos de sus programas, en espera de poderlos ejecutar una vez que su solicitud de un crédito adicional fuese atendida, pues tenían un déficit de 77 millardos de bolívares.
“Todos nuestros organismos adscritos y tutelados desde hace años vienen arrastrando presupuestos deficitarios. Les alcanza únicamente para cubrir nómina y gastos recurrentes de funcionamiento. De manera que les cuesta muchísimo, con las limitaciones presupuestarias, desarrollar los programas previstos en sus respectivos planes operativos anuales y emprender nuevos proyectos descentralizadores”, reconoció Mari Cruz Fadul, exdirectora general del Conac, en una entrevista en el año 2001.
El presupuesto para el sector cultural era insuficiente. Según estadísticas del Conac, el promedio de la asignación real, en el período comprendido entre 1990 y 2001 y en relación con el presupuesto global de la Nación, era de 0,03%, cuando lo que establece la Unesco es una asignación de 5%.
Entonces, no sólo bastaba decretar la revolución cultural, que no fue más allá de una simple renovación de cargos, la creación del Ministerio del Poder Popular para la Cultura –que acabó con el Conac-, la Villa del Cine, la Universidad de las Artes (UNEARTES), el Centro Nacional del Disco (Cendis), la Fundación Librerías del Sur, los canales de televisión Ávila, Vive, Colombeia y TVES, entre otros, y la demolición de una infraestructura que dos décadas no tiene logros que mostrar.
La verdadera revolución cultural había comenzado en Venezuela muchos años antes del anuncio de Hugo Chávez con la creación de Monte Avila Editores, la Biblioteca Ayacucho, la Galería de Arte Nacional, el Museo de Arte Contemporáneo Sofía Ímber, el sistema de orquestas y un sin número de fundaciones privadas. Ya lo había dicho Sofía Ímber: “Nosotros somos la revolución”.
*Este es el primer trabajo de una serie que se publicará hasta el día miércoles.
Fuente: El Nacional
Por: Maria Laura Espinoza
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