En el año 2007, se declaró el día 18 de febrero como “Día Internacional del Síndrome de Asperger” en recuerdo del nacimiento de Hans Asperger. Este año, 2015, se cumplen 71 años de la publicación por parte de Hans Asperger de su trabajo sobre la definición de la “psicopatía autística en la infancia” (Die “Autistische Psychopathen” im Kindesalter), aunque en realidad el trabajo se dató en Octubre de 1943. Sin embargo no fue hasta 1981, cuando Lorna Wing descubre el citado trabajo y acuña el término Síndrome de Asperger. Aunque quizá lo que no sea tan conocido es que en 1926, Grunya Iefimovna Soukhareva, psiquiatra especializada en infancia y asistente científica de una clínica de Moscú, ya describió -y publicó en alemán- el citado síndrome. Aunque al igual que sucedió con Asperger, no fue hasta 1996, cuando la psiquiatra Sula Wolff lo tradujo al inglés, convirtiéndose por tanto en la primera referencia en una publicación científica al citado síndrome.
No fue hasta 1994 en que el Síndrome de Asperger fue incluido en el el Manual Estadístico de Diagnóstico de Trastornos Mentales en su cuarta edición (DSM-IV), y justo ha desaparecido en su quinta edición (DSM-V) englobándose dentro de los Trastornos del Espectro del Autismo. Muchos vaivenes sin lugar a dudas, casi 40 años para que sea reconocido el trabajo de Hans Asperger, 70 años para que el trabajo de Soukhareva vea la luz, 50 años para introducir el Síndrome de Asperger en el DSM y 20 para quitarlo. Y es que en el Asperger nada parece estar claro aún. Siguen habiendo excesivos mitos y con tanto vaivén no es de extrañar. Muchas personas afirman que es sencillamente una condición, una forma diferente de entender lo que les rodea, que no es mejor ni peor, sencillamente diferente. Pero no hay lugar a dudas que estas diferencias pueden complicar mucho la vida a las personas con Asperger. Es uno de los problemas que tienen las llamadas “discapacidades invisibles”.
Una de las mayores dificultades de las personas con Síndrome de Asperger está relacionada con su inclusión social. Esta situación alarga en el tiempo los episodios de ansiedad o depresión. Sabemos que la tensión emocional en las personas con Asperger es algo habitual. Así como el consumo de fármacos antidepresivos, ansiolíticos.
Algunos de los principales (que no únicos) problemas que suelen tener las personas con Síndrome de Asperger en su vida adulta serían:
Falta de diagnóstico o la negación del mismo.
Presencia cuadros depresivos, ansiedad, obsesiones,…
Entornos familiares inestables.
Contextos sociales agresivos tanto a nivel laboral como general (Mobbing, abusos,…), siendo por tanto una extensión de su infancia, donde pueden llegar a entender como “normal” este tipo de conductas hacia ellos.
En mujeres se pueden dar situaciones de abuso sexual continuado.
Baja autoestima
Estos impedimentos sociales, motivados por problemas en la correcta comprensión de reglas sociales, o de discursos monotemáticos, o incluso problemas relacionados con una sinceridad y franqueza, consiguen que la calidad de vida de la persona sea mala. Y es que además, esta situación se viene arrastrando de atrás, una joven con Asperger afirmaba “Para mi un amigo era un simple compañero de clase que no se metiera conmigo”.
La necesidad de que los jóvenes y adultos con Síndrome de Asperger reciban apoyos es básica. Es quizá el momento de tomar en consideración que muchas personas nunca recibieron una atención adecuada (o ninguna atención) y que hoy, permitirles que accedan a planes de inclusión socio-laboral, o a talleres de habilidades sociales, o en suma, a que puedan entender el porqué de sus diferencias, puede significar la diferencia entre poder desarrollar vidas plenas o no. Y esto debe ser una obligación social. Es sin duda alguna un síntoma de madurez social.
Fuente: autismodiario.org