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10 consejos para que sus fotos de comida en Instagram sean perfectas

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10 consejos para que sus fotos de comida en Instagram sean perfectas

¿Por qué dos personas con el mismo móvil, un plato enfrente exactamente igual, una luz clavada y los mismos complementos pueden hacer fotos tan diferentes? ¿Por qué algunos saben sacar un partido infinito a unos tristes espaguetis y otros no sabrían captar ni en mil años la deliciosa voluptuosidad de una bandeja de sushi?

 

Tome nota y recuerde: ser un buen foodie es una carrera de fondo.

 

 

1. No se fotografía todo

 

 

Un café con leche y una ensaimada de Bar Los Cuñaos no tiene, en principio, ningún tipo de interés a no ser que nos movamos en el terreno de la ironía, algo inexplicablemente poco habitual en un universo, el foodie, que se toma muy en serio, desde la vieja crítica gastronómica hasta el blogger recién llegado al maravilloso mundo de comer gratis. Los platos muy oscuros suelen quedar feos (esos moles de los restaurantes mexicanos de moda que suelen parecer barrizales en manos de un instagramer novatín), mientras que otros, simplemente, carecen de interés a no ser que el autor sepa dárselo, cosa que requiere de ese bien escaso llamado ingenio.

 

 

El bocata de lomo queso que nos hemos marcado para ver la final de la Eurocopa, los nachos de bolsa con un guacamole de cartón-piedra, esa sopa de sobre o aquel guiso dominguero que tal vez sepa a gloria pero tiene una pinta lamentable van a contribuir a arruinar ese aura bon vivant que pretendemos transmitir en nuestras redes sociales. Y es que Instagram es un lugar donde, a no ser que estemos intentando forjarnos una reputación en el mundo del feísmo, todo tiene que ser, sin lugar a dudas, BONITO.

 

 

2. Sin una buena luz no hay una buena foto

 

 

Las fotos con flash hechas con el móvil no suelen funcionar, así que desgraciadamente esa cola de pulpo fantástica que nos acaban de servir en el restaurante de moda no va a ser instagrameable a no ser que decidamos explorar uno a uno todos los matices de la palabra chapuza. De hecho, una vez llegados al punto en que tenemos un ceviche maravilloso iluminado por la luz de una tenue vela en un restaurante íntimo, tenemos dos opciones. Podemos trasladar el plato al rincón mejor iluminado del local, bajo una lámpara estupenda, para sacar la foto de rigor subidos a la barra e interrumpiendo el servicio, o podemos olvidar la foto, disfrutar del ceviche con calma y departir con nuestro acompañante. Los que elijan la primera opción deben saber que cuentan con el beneplácito de un estudio de las universidades de Saint Joseph de Philadelphia y San Diego, que afirman que fotografiar un plato de comida, al retrasar su ingesta, hace que éste resulte mucho más apetitoso cuando llega el momento de hincarle el diente.

 

 

Si ninguna de las dos opciones nos convence, una alternativa para esos foodies indecisos que transitan en ese territorio turbio entre persona normal e instagramer ortodoxo, es intentar que nuestro acompañante nos alumbre un momento el plato con la linterna de su móvil.

 

 

3. Fuera elementos superfluos

 

 

Por supuesto que se pueden colocar descuidadamente unas Ray-Ban retro junto a un bol de muesli con açai, un smoothie rosa chicle y una revista coreana de arquitectura. Claro que ese jarrón con flores frescas quedará estupendo junto a una ensalada de superalimentos XXL. Lo que no va a quedar tan bien es la servilleta usada de nuestro tío abuelo junto al plato de paella que estamos pensando en subir. O las botellas de plástico vacías y la mancha en el mantel junto al cochinillo ibérico que esperemos sea la envidia de nuestros followers. Sólo es cuestión de cuidar un poco la composición. Y de no ser guarros, caramba.

 

 

4. La importancia de los hashtags

 

 

No a los excesos –¿de verdad son necesarias catorce líneas de hashtags?–, no a los hashtags inventados a no ser que tengan mucha gracia y, sobre todo, que no se note que vamos por la vida mendigando likes. No a etiquetar en Twitter a quince personas con el objetivo de iniciar una conversación surrealista en la que cada uno escribe unas siete letras y, sobre todo, no a la cursilería desmesurada. Porque se empieza con un inocente #ilovecupcakes o #sohappywithmysmoothie y se acaba colgando frases de Paulo Coelho.

 

 

5. Cuidado con los horarios

 

 

Sin volvernos unos fundamentalistas del reloj es importante tener en cuenta ciertos aspectos horarios. Pongamos por caso que hemos desayunado un cheesecake magnífico con batido de mango en un vasito cuqui, casualmente depositado en una bonita y luminosa mesa de madera noble, y que además hemos decidido fotografiarlo. Hasta aquí todo bien, salvo si colgamos la foto a las 12 de la noche. Lo mismo ocurre con los cócteles que tomamos el sábado en aquella disco tropical: no vale colgar la foto el martes a las 11 de la mañana, y mucho menos en un día lluvioso. En líneas generales el domingo por la tarde es una buena hora para colgar fotos, que suelen arrasar en materia de likes.

 

 

6. Sí a los complementos

 

 

Papeles pintados, cartulinas, manteles monos, servilletitas de tela multicolores… Si somos tan sumamente foodies que nuestra propia casa es objeto de instantáneas, es interesante hacerse con diferentes complementos (incluso maderas de diversas tonalidades), escoger el lugar más luminoso, la mejor hora del día y lanzarnos a componer.

 

 

7. Ay, los filtros

 

 

Sí a los filtros, pues están para eso. Pero no a desvirtuar la esencia de la foto saturando demasiado los colores o atenuándolos en exceso. La comida gusta si se parece a comida, de manera que los filtros, como el bótox, están para usarlos sin que se note, no para que esos huevos fritos con chorizo estén tan distorsionados que acaben pareciéndose a un cuadro de Kandinski.

 

 

8. No a las fotos con el chef

 

 

 

 

Sólo está permitido en contadas ocasiones, si es alguien a quien admiramos de verdad o si realmente el chef es amigo nuestro. La foto con chef repetitiva va a contribuir a proyectar una imagen de nosotros como grouppies adolescentes que no nos interesa en absoluto.

 

 

9. El botón Editar también existe

 

 

Primero ponemos el filtro de Instagram y después ya podemos empezar a jugar con los botoncitos de edición, lo más divertido del asunto. Aumentamos brillo y bajamos contraste, reducimos ligeramente la saturación, aportamos un poco de sombra y ponemos recta la mesa con la tecla de Ajustar. Son cuatro cosillas, y van a marcar la diferencia.

 

 

10. Las otras aplicaciones

 

 

Si queremos embellecer la foto hay decenas de apps con los más variopintos filtros para lograrlo. Camera Plus es un clásico, sin olvidar Snapseed, Aviary, VSCO o PicSart. Bastará ponerse a juguetear en una tarde tonta para tener claro cuál de ellas es la mejor para cada ocasión.

 

 

revistavanityfair.es

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