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Venezuela llora los sauces

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Venezuela llora los sauces


 Cuando Caracas era progreso, los gobiernos de turno (incluido el de Pérez Jiménez) se encargaban de que esa sensación se plasmara en las calles para el disfrute de todos los venezolanos. Seguramente esa fue la idea que tuvieron los que planificaron la plaza Las Tres Gracias.

 

 

Fue construida a finales de los años treinta y principio de los cuarenta sobre la base del proyecto del arquitecto catalán Joseph Mimó I Mena y promovida por un empresario venezolano, Armando Planchart. La escultura de las tres diosas que al final le dio su nombre fue puesta en 1957 y le dio a la hermosa construcción un aire romántico.

 

 

Las Tres Gracias que adornan el extremo sur del espejo de agua de bordes sinuosos estaban enmarcadas por una pérgola de madera y escondidas tras las hermosas ramas de los sauces llorones. Era una estructura digna para separar la ciudad que crecía poco a poco de los majestuosos edificios de la UCV creados por Carlos Raúl Villanueva.

 

 

Las tres mujeres abrazadas, de blanco mármol y tímidas sonrisas, han sido testigos de muchas épocas. De fiestas y desfiles, pero también de levantamientos y protestas. Tragaron muchos gases lacrimógenos y vieron a no pocas refriegas entre estudiantes contestatarios y policías.

 

 

Algunas de esas protestas tenían motivo, otras solo se organizaban para alborotar el avispero político, y de eso saben mucho algunos de los que están en la cúpula del régimen. Pero allí estuvieron ellas, tras las cortinas de sus sauces llorones, como símbolo de que todo pasa.

 

 

No solo los ucevistas recuerdan ese paisaje esplendoroso que les alegraba la vista al salir de la Ciudad Universitaria. Para los vecinos de Los Chaguaramos era un motivo de orgullo porque contaban con un espacio diseñado para su completo disfrute. Toda la plaza, en su conjunto, sirvió como recordatorio de tiempos mejores.

 

 

Hasta que a alguien se le ocurrió cortar los sauces llorones. Todavía nadie ha dado una explicación sobre este crimen, porque no puede llamarse de otra manera. Está incluso tipificado como tal en el ordenamiento legal que este mismo régimen ha impulsado. Nadie puede cortar un árbol sin pedir permiso.

 

 

Pero como a los que comulgan con los rojitos les cobija de inmediato la impunidad, más allá del escándalo y las voces que alzaron sus gritos para protestar por este horrendo delito, no pasará más nada. El responsable se jactará de su fechoría y los caraqueños una vez más se quedarán contemplando cómo el régimen les trata de quitar hasta lo más efímero.

 

 

La única esperanza es que suceda como decía el poeta español Miguel Hernández: “Soy como el árbol talado que retoño”. Esperemos que de los tristes troncos mutilados vuelvan a salir las finas hojas verdes que servían de cortina a las hermosas diosas. Algún día las Tres Gracias volverán a tener sus sauces llorones.

 

 

Editorial de El Nacional

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