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Un feminicidio frustrado

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Un feminicidio frustrado


 

En una de las tantas entrevistas concedida por el presidente Hugo Chávez (citada en este mismo espacio), a un periodista se le ocurrió inquirir sobre el por qué de su deshonrosa derrota “en la única acción militar que había preparado con tanta astucia, secreto y tesón”.

 

 

“¿Cuál derrota?”, preguntó con aire de sorpresa, como si nadie se hubiera enterado de que él comandó un intento de golpe de Estado que terminó con decenas de muertos y heridos, y un asalto a La Casona, la residencia presidencial donde una serena primera dama y sus hijas trataban de salvarse del primer “feminicidio” de la moderna democracia venezolana.

 

 

 
Gracias a Dios y a las torpezas de los jefes chavistas y de sus tropas atacantes no ocurrió lo que hoy el movimiento feminista #MeToo de seguro habría consagrado como una fecha histórica, inolvidable por lo demás por el alto grado de violencia empleado para castigar a una mujer, a una señora decente que no había cometido delito alguno, que no hacía ostentación de lujos y riquezas, ni mucho menos participado en negociados y corruptelas tan propias de estos y otros tiempos en América Latina y, desde luego, en otras partes del mundo.

 

 

Basta con recordar a la esposa de Mao Tse-tung, “Madame Mao”, que nadaba en lujos y privilegios mientras acababa con la vida de millones de ciudadanos chinos, o también a la señora Imelda Marcos, de Filipinas, cuyo delirio era coleccionar decenas de millares de zapatos.

 

 

Hoy, sin ir muy lejos, en Angola, en África, donde las tropas cubanas combatieron y murieron por órdenes de Fidel Castro, la riqueza petrolera ha encumbrado a una hija del más famoso de los líderes guerrilleros angoleños, al punto que se le conoce como “Madame Gucci” no solo por su afición a la famosa marca, sino por su multimillonaria y corrupta fortuna obtenida a la sombra del poder.

 

 

Por estos lares del patio trasero de Estados Unidos (como le dicen los comunistas y sus aliados), es decir, en Argentina, Brasil, Chile, Perú, Nicaragua, Venezuela, etcétera, siempre descubrimos hijas, esposas o hermanas de los déspotas de turno que viven a sus anchas entre las montañas de dinero que acumularon (y siguen acumulando) por las vías de la corrupción.

 

 

En Venezuela quienes pretendían asaltar el poder el 4-F corrieron con suerte porque una cosa era capturar al presidente Carlos Andrés Pérez y otra, muy diferente, cobarde y bochornosa, acabar a balazo limpio con la vida de una mujer pacífica, honesta y benéfica, que vestía falda y calzaba de tacón bajo, como lo era la esposa del presidente. Menuda humillación para unos militares “entrenados para luchar contra el enemigo imperialista”.

 

 

Todos los demócratas recordamos y nos duele y nos siguen doliendo las palizas que los “meros machos chavistas” le han dado a María Corina Machado (y no pare usted de contar con otros nombres de mujeres de coraje y valentía democrática que están presas, han sido torturadas o sobreviven en un duro exilio) para demostrar lo “valiente” que  pueden llegar a ser imponiendo un poder dictatorial que convierte en dogma y norma ritual las prácticas represivas del régimen.

 

 

Vale la pena hacer pacientemente un recuento de las mujeres que han sido víctimas de represalias, o desaparecidas, ocultadas para siempre a las instancias de la justicia, castigadas transversalmente con capturas de sus familiares cercanos o allegados, o a los visitantes, a quienes llaman o escriben muy preocupados por la suerte de sus amigos. Es en muchos casos un colateral del feminicidio directo y cruel, tan duro y peligroso como la misma captura del familiar cercano.

 

 

Hoy, en este extenso desierto de sinceridades, de verdades lacerantes y resecas, nos vemos retados ante la persistente represión ejercida, sin causa ni razón legal, contra las mujeres que, con toda la razón del mundo, exigen derechos que deberían estar presentes y que el poder masculino los ausenta, los difumina en promesas y mentiras, y jamás se toma el atrevimiento de colocarlos al frente.

 

 

Estamos seguros de que en el transcurso de esta cuarentena y en el siguiente escenario de las nuevas acusaciones internacionales sobre la familia usurpadora que anuncian las agencias internacionales de noticias, va a reverdecer el ataque de los poderosos contra las mujeres.

 

 

Nada más sorprendente porque quieren desconocer que, por encima de todo, el delito no tiene sexo, la corrupción no es exclusivamente machista y que el narcotráfico puede ser tan nacional como transnacional, valga decir, que usa para sus fines a países como el nuestro, con hombres y mujeres por igual.

 

Editorial de El Nacional

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