Para conmemorar el sesquicentenario de la Batalla de Ayacucho, los presidentes de Bolivia, Panamá, Perú y Venezuela y los representantes de los jefes de Estado de Argentina, Colombia, Chile y Ecuador se reunieron en Lima para suscribir, el 9 de diciembre de 1974, la llamada Declaración de Ayacucho, en la cual se trazaban las líneas maestras de los ulteriores procesos de integración.
El presidente de Venezuela, Carlos Andrés Pérez, viajó a la capital peruana con una numerosa comitiva cercana al centenar, que incluía escritores, artistas plásticos, teatreros, personal técnico para montar una exposición y hasta un torero para participar en una corrida conmemorativa de la efeméride que señalaba la derrota definitiva de las tropas coloniales ante los ejércitos libertadores.
Numerosas y acres recriminaciones se hicieron entonces a lo que los opositores a Pérez consideraron un dispendioso gasto en relaciones públicas, lo cual no era del todo cierto, pues el Gobierno venezolano buscaba poner una pica en Flandes ante la creciente amenaza militarista que se cernía sobre el subcontinente suramericano.
En cambio, Nicolás Maduro decidió que para un viaje a China, con una supuesta escala de retorno en Nueva York, requería una comitiva de 250 personas. Un cuarto de millar de ciudadanos y ciudadanas ansiosos y ansiosas de viajar con todos los gastos pagados al otro extremo del mundo y estirar las piernas en la muralla que –dicen– se ve desde las estaciones espaciales; comer un platillo a base de lenguas de pato, carne de perros o joroba de camello; y, por supuesto, ir de shopping a las boutiques de marca que exhiben sus costosas pero dudosas mercancías en las vitrinas de Pekín, para tentar a quienes dispongan de dólares suficientes. Y estos turistas rojitos los tienen.
Es un escándalo hacerse acompañar de tan numerosa corte, y más aún malversar divisas de manera tan irracional cuando al resto de los venezolanos se les niega. La gente que viajó con Pérez a Lima lo hizo en tiempo de vacas gordas, cambio libre y un precio del petróleo que no llegaba a los 10 dólares por barril.
La que ahora voló a China con Maduro y apostaba por una malograda parada en la Gran Manzana para redondear las compras, lo hace cuando el petróleo ha alcanzado precios jamás soñados y cuando, paradójicamente, el país sufre una severa escasez de divisas para satisfacer necesidades básicas de la población.
Los que en 1974 reprochaban los viajes de Carlos Andrés Pérez por onerosos, son los que ahora guardan silencio a bordo de los aviones de Cubana de Aviación con los bolsillos repletos de dólares, euros y yuanes. Viajeros que no comen cuentos con la solidaridad, austeridad y honradez que exige el PSUV a los demás. ¿No debe la Asamblea Nacional investigar y sancionar a quienes planificaron y disfrutaron de una excursión tan costosa y, a la luz de los resultados, tan improductiva?
Editorial de El Nacional