Tras cuatro intensos días, Donald Trump regresó hoy a Estados Unidos. El presidente y su comitiva llegaron a Kuala Lumpur el pasado domingo, 26 de octubre, con la intención de participar en la cumbre de líderes de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) y de sus países aliados, y sacar el máximo provecho a su ambiciosa gira por Asia.

 

En Malasia, el presidente estadounidense se sintió coronado en una ceremonia diseñada para realzar su papel como artífice de un acuerdo de paz que pretende poner fin al conflicto fronterizo que enfrenta militarmente a Tailandia y Camboya. Estos atractivos vecinos del sudeste asiático han considerado más oportuno aceptar un alto el fuego y disimular sus desavenencias frente a Trump, que verse obligados a asumir los duros aranceles con los que el neoyorquino llegó a amenazarlos.

 

Japón también acarreo éxitos para Trump, como la promesa de su primera ministra para nominarlo al Nobel de la Paz en 2026, o el compromiso de Tokio de incrementar, de la mano de EE.UU., su gasto en Defensa hasta el 2% del PIB.

 

En el país del sol naciente, el presidente estadounidense y la japonesa Sanae Takaichi firmaron, además, dos acuerdos destinados a disminuir la dependencia de China y a forjar “una nueva era dorada” entre ambos Gobiernos, basada en el suministro ágil de tierras raras y minerales críticos y en un pacto de inversión cercano a los 550.000 millones de dólares, que incluye sectores como el energético, el de la inteligencia artificial, o el de las infraestructuras industriales.

 

Después aterrizó en la ciudad coreana de Gyeongju, para asistir a la cumbre del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC). Del presidente surcoreano Lee Jae-myung, Trump obtuvo un compromiso de inversión en EE.UU. en torno a 350.000 millones de dólares; también como contrapartida a la rebaja al 15% de los aranceles impuestos sobre las exportaciones de vehículos surcoreanos, o como agradecimiento a la predisposición del estadounidense a aumentar el flujo de combustible que precisan los submarinos surcoreanos de propulsión nuclear, herramientas de disuasión esenciales frente a Corea del Norte.

 

En todo caso, y aunque, como vemos, eran muchos los objetivos a alcanzar en Malasia primero, y en Japón y Corea del Sur después, lo que más preocupaba y ocupaba a los negociadores estadounidenses era el acuerdo comercial preliminar entre Estados Unidos y China. Washington flirteaba con la posibilidad de evitar tener que imponer aranceles del 100% a los productos chinos, y Beijing se mostraba dispuesto a flexibilizar las trabas de su inmenso país a la exportación de minerales raros. Ya en la capital malaya, los emisarios de Trump y Xi Jinping se pusieron manos a la obra, derrochando optimismo y ganas de alcanzar logros significativos.

 

El jefe del equipo de Trump, su secretario del Tesoro, Scott Bessent, confirmó pronto los avances de unas rondas previas “fantásticas” en “beneficio mutuo” para lograr “el desarrollo estable de las relaciones comerciales y los intereses compartidos”. Su poderoso interlocutor chino, He Lifeng, así como su número dos, Li Chenggang, reconocieron también los avances; eso sí, sin ocultar la posición “dura” de EE.UU. y la “férrea defensa de sus derechos mostrada por China”. En este momento, se plantea un complejo receso de varios meses hasta poder firmar, sin flecos pendientes, un acuerdo que resulte “estable y beneficioso para ambas partes”.

 

Lo cierto es que eran muchos y muy variados los asuntos que estaban sobre el tapete. A saber: un acuerdo definitivo en torno a la presencia de TikTok en Norteamérica; compromisos y directrices orientadas a ámbitos tan estratégicos como la construcción naval y el sector marítimo estadounidenses; la exportación de productos agrícolas al gigante asiático (especialmente la soja); la prevención del tráfico de componentes de fentanilo de China hacia EE.UU.; o el papel de ambas potencias en los procesos de paz que deberán frenar muchos de los conflictos bélicos actuales.

 

Pero lo que más urgía era el porcentaje arancelario que aplicaría Trump a las exportaciones chinas, y las trabas impuestas por Xi Jinping a las importaciones de sus minerales, materias primas críticas y tierras raras por parte del sector empresarial e industrial estadounidense, sin las cuales resulta imposible fabricar semiconductores, tecnología militar de vanguardia, automóviles de última generación, o incluso teléfonos inteligentes.

 

Con el paso de las horas, fuimos descubriendo, ya desde la ciudad surcoreana de Busan, muchos de los datos y los detalles del acuerdo entre un Trump y un Xi que decidieron ser prácticos y olvidar aquellos desafíos previos a este verano, cuando Washington llegó a amenazar a su rival asiático con aranceles de hasta el 145%, y Beijing, por su parte, hizo lo propio con tasas de en torno al 125%. Así, por ejemplo, ahora Trump augura “una relación fantástica” con Xi, al que define como “un duro negociador”.

 

También ha reducido un 10% los aranceles al país asiático (pasando la tarifa combinada sobre los diferentes productos y bienes del 57% al 47%); y se muestra más predispuesto a permitir el acceso de China a los chips avanzados estadounidenses.

 

Por su parte, Xi acepta aplazar y relajar, al menos durante un año, las nuevas restricciones sobre sus exportaciones de tierras raras y materiales críticos a la potencia norteamericana.

 

Lo cierto es que China conoce las debilidades del sector empresarial y agrario estadounidense; y EE.UU. es consciente de las cuitas internas de un gigante asiático que acumula deudas locales y regionales, con un consumo interno en horas bajas, un claro retroceso demográfico, un alto riesgo de inflación, incapaz de superar su crisis inmobiliaria, y donde el colectivo juvenil se muestra cada vez menos realizado a nivel laboral y social. En definitiva, llevará tiempo forjar y pulir un acuerdo comercial estable y beneficioso para los dos gigantes. Pero merece la pena intentarlo, pues, como nos muestran siempre los mercados y los índices bursátiles de ambos países, una escalada de la guerra comercial siempre resulta perjudicial, incluso para el resto del mundo.