Para el anuncio de su insólito acuerdo, el régimen y sus esperables cómplices invitaron al cuerpo diplomático. Querían que los embajadores fueran testigos de la mágica solución que tenían para la crisis venezolana, pero fracasaron en la jugada.

Son embajadores y están sujetos a las cortesías de su oficio, pero no hasta el extremo de quedar burlados ante la comunidad de sus países, ante sus cancillerías y ante la opinión pública. Son extranjeros, pero con suficiente conocimiento de la política  venezolana para no caer en una celada tan burda. Deben manejar la lengua con tiento cuando pasan por situaciones apuradas, pero les bastó el silencio para dejar con los crespos hechos a los aventureros que los habían invitado.

Anfitriones aventureros, sin duda, porque solo a un grupete de politiqueros improvisados se les ocurre la idea de tratar de meter a los representantes extranjeros en un vodevil en el que no cabe la presencia de invitados corridos en cien teatros y veteranos en el entendimiento de mil libretos en diversas partes del mundo. No eran espectadores para ese tipo de circo.

La estampida de los diplomáticos es la primera prueba del escándalo que se está produciendo por el acuerdo suscrito por la usurpación con políticos mañosos y  descalificados que pretenden que la usurpación salve el pellejo después de la escapada de Barbados. Una sala que se fue vaciando en la Casa Amarilla, un anunciador sin espectadores, un Timoteo sin timo a mano, un Claudio imperator de pacotilla, un discurso sin eco, un canciller atendiendo despedidas exprés, un brindis que quedó para los mesoneros, media docena de bates vueltos trizas que no pueden batear ni una pelota de básquet, tal ha sido el debut de una confabulación de cercana despedida. Así lo pronostica la perspicacia de los embajadores que hicieron raudo mutis por el foro.

Editorial de El Nacional