Los hermanos Primera cerraron su tercera función agotada en la terraza del CCCT, en Caracas. El espectáculo, más que un concierto, fue una experiencia inmersiva titulada “Rutas de escape” que inició horas antes en una réplica detallada del Barrio Alí Primera
El sonido de la salsa brava se filtraba hacia la autopista. Llegaba lejos, más allá de La Carlota, en Caracas. Sobre la placa de concreto del Centro Comercial Ciudad Tamanaco, no había una tarima; se había construido un barrio.
Zapatos colgaban de cables eléctricos que cruzaban el aire. El pabilo de un papagayo descansaba enredado sobre un techo de zinc. Juguetes abandonados y normes tanques de agua azules coronaban estructuras a medio construir.
Era sábado, 18 de octubre, la tercera noche en que Servando y Florentino reclamaban Caracas. Y lo hacían no desde el escenario, sino desde la raíz.
La experiencia, bautizada “Rutas de escape”, abría sus puertas a las tres de la tarde. El público no ingresaba a un concierto, sino a “La Caleta”. Esta exposición inmersiva era un homenaje vibrante al sector popular que vio nacer a los hermanos Primera y a su padre.
Un laberinto de callejones donde cada esquina contaba una historia.
Servando, Florentino y Santa Teresa
La música de la Fania, Héctor Lavoe y Oscar D’León retumbaba, marcando el ritmo de la tarde. Los asistentes caminaban entre fachadas coloridas, barberías improvisadas y hasta una pared absurda, cubierta de sostenes femeninos.
Había una cancha básquet con rejas metálicas y otra de bolas criollas. Juegos de mesa en las aceras y una patrulla de policía que, en lugar de intimidar, invitaba a una fotografía.
En ese sincretismo, Ron Santa Teresa levantó el bar Los muchachos. No era un simple stand; era una bodega de esquina. Allí, entre partidas de dominó y el eco del género que unía a más de 5.000 almas ese día, se celebraba el lanzamiento de una nueva botella de Linaje. La silueta negra y elegante del ron se vestía, por primera vez, con la imagen de Servando y Florentino.
Esta edición especial, una mezcla de rones de hasta 15 años.
“En Santa Teresa creemos que la cultura se construye con historias que inspiran”, señaló la marca. Y esa tarde, en Los muchachos, se brindaba por esas historias. Era el preludio perfecto para lo que vendría.
Esta marcaría la segunda colaboración de la marca con un artista criollo. En 2023, pero desde Gran Reserva, le rindieron tributo a Danny Ocean.
Servando y Florentino: un concierto, tres actos
El concierto comenzó a las 10:30 pm. No con una explosión, sino con el sonido de una radio AM/FM buscando sintonía. Era el inicio del Primer acto: se buscan. Las visuales transportaron a los miles de asistentes al interior de una camioneta Encava. El viaje comenzaba.
Servando y Florentino aparecieron sobre una estructura que simulaba ese autobús, el vehículo que los acompañaría buena parte de la noche.
Iniciaron con un recorrido por sus himnos: “Tú eres mi luz”, “Yo no me quería enamorar”, “Una canción que te enamore”, “Estás hecha para mí” y “Muchacho solitario”. Éxitos, sí, pero no tan sonados como “Tengo un corazón” o “Por haberte querido”, canciones que –para muchas– hicieron falta.
Las voces, aunque fatigadas por aquella tercera noche consecutiva, mantenían la energía. La complicidad de los Primera con sus 11 músicos y tres coristas era palpable.
Escarbaban en la memoria del público. Y, de hecho, regalaron fragmentos acapella, desarmando sus temas hasta dejarlos en pura emoción.
Pero el concierto fue, sobre todo, una conversación. Los hermanos compartieron chistes, anécdotas de giras pasadas y recuerdos de infancia que dotaban de contexto a cada canción. “Dígannos canciones para dedicar”, pedía Servando, escarbando en la memoria de los asistentes. No era un guion; era un diálogo íntimo con miles de personas.
Tras Primer amor, el acto cerró con el ulular de sirenas. La policía ficticia del barrio venía por ellos.
Vivir por la salsa
El Segundo acto: vivos irrumpió con un interludio del rapero Budu, quien saludaba a los “secuaces” (el público) desde las pantallas.
La estética cambió. Las visuales, simulando un videojuego de persecución, llevaron la narrativa a un plano urbano y moderno. Una estación del Metro de Chacaíto emergió en mitad del escenario.
De allí salieron para cantar “Lunares” y “Te encontré”. Era el presente, y también el momento de “Primera cita” y su colaboración con Neutro Shorty.
Fue entonces cuando el viaje hizo una pausa reflexiva. Los hermanos tomaron la botella de Santa Teresa Linaje que llevaba sus rostros. Brindaron. Hablaron de una Venezuela posible. De cómo, a pesar del caos, la música encuentra la manera de ser un lenguaje común, un punto de encuentro.
Inmediatamente después del brindis, sonaron los acordes de “No te vayas”, y apareció sobre el escenario algo que tomó por sorpresa a la audiencia: un holograma de Maelo Ruiz, impecable y nítido, cantando su parte de la colaboración. Fue un puente tecnológico entre el presente y un ícono vivo de la salsa, uniendo generaciones en un mismo tema.
El Tercer acto: inmortales fue el corazón de la noche. Inició con un solemne In memoriam a los gigantes de la salsa. Esto, quedó claro, no era un concierto solo para fanáticos de Salserín o de los hermanos y sus más conocidos temas. Era una cátedra para los amantes del género.
“La salsa vive en el alma de la gente”, reflexionaron, “y lo que vive en el alma nunca se extingue”.
Entraron con el himno de la Fania All Stars, “Quítate tú” e invitaron a Son de Mariara, un joven grupo que se inició en el mundo de la música cantando música llanera pero cuyo norte mutó.
Eternos
Fue una cesión de testigo. Servando y Florentino dejaron de cantar y se movieron a las congas y los tambores, dando el protagonismo a la nueva generación mientras interpretaban clásicos de Willie Colón y Celia Cruz. La tarima se convirtió en una fiesta al ritmo de “Quimbara”.
Tras la despedida de los Mariara, el escenario se tiñó de nostalgia caraqueña. Al fondo, la cruz del Ávila y los ranchos de la ciudad se volvían tan protagonistas como los Primera.
El clímax emocional llegó con la dedicatoria a Tin Marín, un himno de una época y la presencia inevitable de su padre. Alí Primera no fue solo un recuerdo; fue el argumento central de lo ocurrido aquella noche.
“El arte no está solo lleno de éxitos”, dijo Florentino, “sino de un verdadero amor por tu legado”.
Explicaron cómo las letras de su padre les fueron quitando las interrogantes de la vida, respondiendo cuál era el camino. Y este concierto era ese camino.
El final fue una proyección audaz. Cantaron “Fan enamorada” y el midley de Salserín que el público exigía que incluyó canciones como “Bella ladrona”, “No importa”, “Un amor como el nuestro” y “Yo sin ti”. Y fue así como las pantallas mostraron una Caracas futurista, del año 2096. El mensaje fue contundente: la búsqueda terminaba en la inmortalidad.
Cerraron con “De sol a sol”.
Casi a las dos de la mañana, los “prófugos y secuaces de la salsa” abandonaron la terraza. No salían de un concierto. Salían de una tesis doctoral sobre la memoria, el legado y la salsa. Salían del barrio que Servando y Florentino construyeron, por tres noches, sobre el techo de Caracas.