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Un gran salto adelante y hacia el abismo

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Un gran salto adelante y hacia el abismo

 

Antes de que mi amigo cambiara la literatura por la cerveza y los videojuegos, eran las tapas de plástico del librito rojo de Mao el que más le ilustraba el sobaco. Los cuatro tomos de las obras completas que el bueno de Víctor Ochoa obsequiaba con la compra de un afiche del Gran Timonel y dos long plays de insufrible ópera china no los hojeó ni siquiera cuando J. R. Núñez Tenorio lo entusiasmó con un tour que incluía Trípoli-Moscú-Pionyang-Pekín y regreso con toque técnico en París, como le gustaba a su padrino Héctor Mujica.

 

 

Mao le sirvió para sobrevivir en los años duros de la UCV, era una especie de carnet, de identificación que le iba abriendo puertas, si no a recibir el título, al menos para ingresar como empleado, como oficinista, mensajero o lo que fuera. Sabía que entrar en la nómina era garantizarse un trabajo de por vida, bastaba cumplir el horario, marcar la tarjeta.

 

 

Cuando Augusto Pinochet encabezó el golpe contra Salvador Allende que instauró una cruel y represiva dictadura durante 17 años, mi amigo justificó que China no rompiera relaciones con Chile con el mismo argumento que había dado la embajada de Pekín en Santiago: “Las relaciones son con los países, no con los gobiernos”.

 

 

Mi amigo no sospechó que detrás de tan magistral respuesta se escondía una crítica al “socialismo” que intentó implantar Allende, que de muchas maneras le habían dicho que iban camino a la catástrofe, que iban a frustrar las posibilidades de justicia social y de progreso no solo de los chilenos sino de todo el continente. Ni el MIR ni los comeflores de la Unidad Popular entendieron lo que los chinos habían aprendido de esa gran estupidez de Mao que se llamó el “Gran salto hacia adelante”, de las millones de personas que murieron de hambre, en los paredones que habilitaban los burócratas y de enfermedades curables, como diarreas, para las cuales no había medicinas.

 

 

Mi amigo es miembro de una UBCh en Los Chaguaramos. Ha intentado explicar que la revolución bolivariana fracasó, que antes que distribuir riqueza había que crearla aprovechando la propia dinámica del capitalismo, tan elogiado por Marx para generar progreso y bienestar, pero lo pitaron, lo llamaron reaccionario y proyanqui. Volvió a la cerveza y al videojuego, mientras hace avioncitos de papel con las hojas de los libros de Mao y los lanza desde el apartamento que iba a comprarle a la mamá con el préstamo que le iba a dar la asociación de empleados, pero el gobierno decidió recortarle el presupuesto a la UCV a mucho menos de la mitad. Alquilo timón a prueba de golpes y burradas.

 

Ramón Hernández

 

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