En un día tan sagrado como el de hoy, les traigo una carta que escribió mi madre quien por cierto acaba de cumplir ¡100 años! Lo mejor es que ella cuenta con una salud física y mental mejor que la de sus hijos, nietos y bisnietos y me considero uno de los pocos seres afortunados que, siendo un anciano en etapa terminal, aún tiene a su madre viva.
A mamá no le gusta figurar y corro el riesgo que después de que ella lea esto, me hale de las orejas por andar nombrándola y me deje castigado encerrado en el cuarto sin celular. Sin embargo, no me importa, porque quiero contarles una anécdota que ocurrió en una escuela que lleva el nombre de su esposo, mi padre, Aquiles Nazoa.
Cuando mamá tenía 85 años, la invitaron a visitar la Escuela Aquiles Nazoa para conversar con sus alumnos. La acompañé y fue maravilloso ver cómo los niños estaban ansiosos por conocer a los familiares del poeta. En general, a los niños pequeños les cuesta entender eso de las fechas históricas y en sus cabecitas inocentes y alocadas, Cristóbal Colón, Simón Bolívar, Jesucristo y Aquiles Nazoa, son de la misma y “antigua” época. Les ocurre como a la mayoría de los adultos cuando nos referimos al antiguo Egipto. Muchos creen que toda la civilización egipcia se desarrolló en un mismo momento y resulta que ocurrió a lo largo de 5.000 años de historia.
Pero sigamos con la anécdota. Lo cierto es que reunieron a los niños en un salón grandísimo y nos presentaron como los familiares de Aquiles Nazoa. Los muchachitos, emocionados, comenzaron a hacernos todo tipo de preguntas. Yo era quien casi siempre las respondía.
—¡Niños! –les dije- ahora le toca a mi madre, la señora María Laprea de Nazoa, viuda del poeta, responder a sus preguntas.
Entonces, un carricito como de 8 años, levantó la mano.
—Señora –dijo el niño- ¿usted de verdad se casó con Aquiles Nazoa?
—Sí, claro, hijo –respondió ella- yo me casé en 1949 con él.
El niñito, sorprendido, moviendo nervioso los brazos como si quisiera volar, exclamó a todo pulmón.
—¡Peeerroooo…! ¡Señoraaa..! ¡Usted sí que ha durado!
Ese niño ya debe ser un hombre y me gustaría saber qué diría hoy si viera a mi mamá con más de 100 años.
Esta anécdota la conté para que conocieran un poco a mi mamá y ahora quiero compartir una carta que, en víspera del tan esperado Día de la Madre, nos hizo llegar esta semana a cada uno de sus hijos.
Caracas, 7 de mayo de 2021
Queridos hijos, Raúl, Mario y Claudio:
Ya viene de nuevo el Día de la Madre que ustedes, supuestamente y en homenaje a mí, gustan de celebrar. Quiero, amados hijos, recordarles que ya tengo más de cien años y que para este próximo domingo me gustaría organizar yo misma mi fiesta. Sí, como lo oyen. Este año no quiero que ninguno de ustedes invente mi homenaje.
No es que yo sea una vieja alzada o malagradecida. No. Lo que ocurre es que al recordar todos estos años de sufrimiento en la celebración del Día de las Madres, me provoca no parir más. Por si se les ha olvidado, les haré un breve recuento de años anteriores.
Raúl querido, comencemos contigo. Reconozco el esfuerzo que haces para preparar tu famoso sancocho cruzado del Día de la Madre. ¿Cómo olvidar la ollota tiznada y montada sobre unos ladrillos para hacer un fogón de leña en el patio de la casa? Tampoco olvido el inmenso saco de verduras, la gallina viva y el descomunal costillal de res con el que te presentabas.
Hijito, ¿cómo olvidar cuando paloteado y después de saludarme entrabas a la casa en compañía de tus primos Miguel, Raúl Delgado y familia, y mientras seguían cantando y cayéndose a palos, me dejabas soplando con fuerza para encender la leña, espescuezando a la gallina y pelando las verduras? Al final de la tarde, yo quedaba exhausta y cuando merecidamente iba a comer un dulce de Cola de Langosta que había traído mi sobrina Dacha, ya ustedes se los habían jartado. Luego, cerca de las 9:00 o 10:00 de la noche, todo el mundo se iba y me dejaban el perolero sucio para que yo lo lavara y la casa echa un desastre para que yo la ordenara.
Mario, voy contigo. ¡Ay, mi hijito consentido! A ti te da por regalarme aparatos eléctricos para la limpieza además de todo tipo de detergentes, coletos y pañitos de cocina, que al final te llevas “prestados” a tu casa y más nunca los vuelves a traer. Igual, mi consentido, me has regalado varios teléfonos iPhone que hacen de todo, pero de nada ha valido. Tu hijo Manuel, mi nieto, lo pide prestado para bajar unas cosas que llaman “aplicaciones” y luego más nunca me lo trae. Celina, tu esposa, cada año me regala una perolota grandota de arroz con coco que siempre, y al final de la fiesta, termina como cajita feliz para Miguel, Raúl y Dacha. A mí, de vainita, me dejan un repelito en la olla y si reclamo me contestas:
—¡Ay, mamá! No seas tan quejona. Comer tanto dulce no es bueno para ti.
Y tú, mi Claudito, mi cómico preferido, te agradezco los días de las madres cuando me decías: mamá, este año usted no hace sancocho ni lava los platos. ¡Nos vamos todos a un restaurante criollo de carne!
¡Ay, hijo!, nunca te dije nada, pero esa invitación era una pesadilla. Aquel gentío y nosotros sentados en una mesa al lado de la tarima en donde los imitadores de Reinaldo Armas, Luis Silva, Reina Lucero y Juan Gabriel, no dejaban de cantar. Además, nunca olvidaré al chabacano locutor diciendo lo mismo cada cinco minutos:
—Y saludandoooo… a la mamá del gran cómico Aquiles Nazoa.
—¡Aquiles, no! –gritaba yo corrigiendo al locutor que no me escuchaba- ¡Claudio!
Además, hijito, al final me volvían loca entre el ruido del joropo a todo volumen y ustedes medio borrachos riendo y gritándose entre sí. ¡Eso era un infierno! ¿Cómo olvidar aquel calorón si me ponían un asador con la carne, los chorizos, la yuca y la chinchurria al lado y al voltear la cabeza, me topaba con el calor intenso y el humo del asador de la mesa contigua? Y a la hora de pagar, a ti siempre se te “quedaba” la cartera en casa y yo tenía que hacer un cheque que jamás recuperaba. Nunca dije nada, pero yo salía de allí oliendo a parrilla, con hambre, brillante de grasa, con tremendo dolor de cabeza, sin plata y sorda e’ bola.
¡Pero ya! Este año me puse de acuerdo con la tía Rita Laprea y las dos decidimos irnos en el teleférico hasta el Hotel Humboldt. Allí van a hacer un bonche increíble para las madres en su día y como ustedes saben, el hijo de la tía Rita es uno de los gerentes y yo le pedí que la cuenta, se la mandara a ustedes.
Bueno, hijitos queridos, que Dios me los bendiga y cuídense mucho.
Su madre
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María Laprea de Nazoa junto a sus hijos Raúl, Claudio y Mario