Hasta en los pasillos de los organismos del Gobierno se siente la incertidumbre, la desesperanza, la sensación de que el barco se hunde. El día jueves, arrastrando la resignación por el costo de los alimentos, por la desaparición de el pollo y la carne, o luego de haber madrugado para hacer la cola del pan que al final de las horas de espera su precio había remontado a 8 mil bolívares la bolsita, muchos funcionarios alrededor del ministerio se vieron sorprendidos por el sonar de las gaitas.
Maduro había decretado “La navidad feliz”. Al lado de la primera combatiente y sobresaliendo a un collage colorido con motivos navideños, la pareja presidencial destacaba una sonrisa que sugiere a los venezolanos el deber estar agradecidos por el país en paz que ha logrado el líder de la revolución.
Con el decreto de ser feliz, la tristeza debe ser erradicada del ciudadano. Es como decir que en noviembre y diciembre será ilegal la tristeza y podría ser encarcelado todo aquel que transgreda la orden presidencial.
Para añadirle cierto ingrediente de motivación al decreto anunció 24 horas después un aumento del sueldo mínimo que le agrega otro 30% a los aumentos anteriores que según expresaron voceros comunicacionales, garantizaba la felicidad de los venezolanos en estas navidades de 2017.
Al mismo tiempo se ofreció que las cajas del CLAP vendrán abultadas con un pedazo de pernil y algunos ingredientes que solían usarse en el también inaccesible plato navideño, la hallaca.
Así pues que con el bullicio de la música que resonó en todas las dependencias gubernamentales, los empleados públicos disiparon un poco sus temores, momentáneamente se reconciliaron con el jefe Maduro e hicieron cálculos con lo que podría contener la caja sorpresa, dado que con el aumento salarial sumado a los aguinaldos, apenas podrán hacer un mercadito modesto o pagar las tarjetas de crédito.
Para agregar felicidad al decreto se expuso un impreso de grandes dimensiones con el nuevo billete de 100 mil bolívares, que según Maduro, terminará de resolver el problema del efectivo que viven los venezolanos, al que para evitar el impacto visual le suprimieron tres ceros de manera que la hiperinflación que vivimos no se visualice en el billete y no haga ruido en el decreto presidencial de la felicidad.
Lo que no dijo Maduro es que con un sueldo mínimo de 177 mil bolívares al empleado no le alcanzarán los números de la quincena que son 88.500 para poder recibir uno de estos billetes. Sin embargo es de reconocer que el efecto sicológico del anuncio pudo haber agregado insumos al decreto de felicidad.
Desde luego que constante planes económicos de Maduro nunca se toca el origen de la crisis ni se ofrecen soluciones a los venezolanos. De allí que de tanto esperar resultados de la revolución, o una posibilidad de cambio en las urnas electorales, la otra opción se ha dibujado en las fronteras del país por donde la huída de jóvenes y familias enteras ya se ha vuelto masiva.
Al igual que lo hacía Robert Mugabe en Zimbabue, cuyos disparates económicos condujeron a una hiperinflación en la que los precios aumentaban cada 24 horas, Maduro supone que con decretos tapará la realidad de las familias comiendo de la basura.
Como su colega de Zimbabue, quien al acceder al poder expropió las tierras, las fincas productivas y las industrias, al tiempo que impuso un control de cambio, en febrero de 2007 el dictador africano decretó que la inflación era «ilegal», prohibiendo cualquier incremento en los precios de los artículos de primera necesidad. Pero como los complejos mecanismos económicos no se manejan con deseos, la hiperinflación alcanzó a 89.700 trillones por ciento.
De manera que los venezolanos deberán aprovechar al máximo estos dos meses de felicidad porque con políticas similares a las aplicadas por Zimbabue en aquellos años, nuestros resultados difícilmente serán diferentes, aún con petróleo.
Francisco Olivares
@Folivares10
