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Rumbo al desastre

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Rumbo al desastre

 

 

 

Salvo unas pocas escaramuzas sin consecuencias, Cipriano Castro y sus andinos no encontraron mayor resistencia para llegar a Caracas y hacerse del poder. Ignacio Andrade huyó y Castro gobernó casi diez años, a pesar de que se peleó con medio mundo y las cañoneras inglesas y alemanas bloquearon las costas venezolanas para cobrar deudas propias y también las de Italia, Francia, Holanda, Bélgica, Estados Unidos, España y México, que de manera oportuna y rápida se anexaron al pedimento. Castro fue desplazado en el poder por su compadre Juan Vicente Gómez. No hubo golpe violento ni derramamiento de sangre.

 

 

A Gómez lo sucedió Eleazar López Contreras. No hubo enfrentamientos, el único que murió de un disparo fue Eustoquio Gómez. De malas maneras intentó tomar la Gobernación de Caracas cuatro días después de la muerte de su primo Juan Vicente y todavía no se sabe quién haló del gatillo. El 18 de octubre de 1945 Isaías Medina Angarita fue desplazado por los militares y el partido AD. Salvo la policía de Caracas y uno que otro desprevenido nadie se opuso y no hubo derramamientos de sangre. Cuando Carlos Delgado Chalbaud y Marcos Pérez Jiménez se alzaron contra el primer gobierno elegido por elecciones directas, universales y secretas, Rómulo Gallegos consideró que era mejor el destierro que una guerra fratricida. En 1958 Pérez Jiménez prefirió huir que verse obligado a comprobar que los cogotes no retoñan.

 

 

La democracia en sus primeros años se vio agredida por la guerra de guerrillas promovida y subvencionada por el gobierno de los hermanos Castro. Hubo actos de terrorismo y matanzas como el asalto del tren del Encanto, pero la subversión fue derrotada política y militarmente. Hubo muertes, actos heroicos y traiciones en ambos bandos, pero los venezolanos pudieron superar los desencuentros de una manera civilizada.

 

 

Después de la transformación de la Fuerza Armada Nacional en garante de un proceso que se denomina chavista, revolucionario y demás cognomentos asociados con los anacronismos socialistas que han destruido la producción, la sociedad, el sistema de salud y la familia venezolana en los últimos veinte años, y viendo la crueldad con la que torturan a los opositores, reprimen las protestas y como matan con certeros balazos en la cabeza a jovencitos que luchan por un mejor futuro, solo corresponde a ingenuos pensar que bastaría una negociación con un poco de presión internacional para que los detentadores del poder se vayan “para evitar derramamientos de sangre”. El derramamiento comenzó casi con el ascenso al poder de Hugo Chávez y se incrementó con Nicolás Maduro.

 

 

Los políticamente “correctos”, sean los integrantes del Grupo de Lima, el grupo de observadores designado por la Unión Europea o la propia Unión Europea están demasiado comprometidos con el que dirán, con portarse bien, y no desean sacrificar su comodidad por la democracia venezolana o cualquier otra. Su compromiso se limita a una declaración o a un gesto inocuo, ninguno resucitará la Doctrina Betancourt para aislar las tiranías. Prefieren la aquiescencia, a mantener activo su tan particular estado de somnolencia, antes que defender los ideales que tanto ensalzan en las fiestas nacionales y demás actos públicos.

 

 

El problema de Venezuela no es económico ni político, es militar. Como en los peores momentos del siglo XIX la república anda a la deriva, quien domina el timón no tiene las destrezas ni las capacidades para escoger el rumbo, pero no duda en matar a cualquiera que intente suplantarlo en el puente de mando, aunque sea el indicado para evitar el naufragio y la muerte. Nada en venta por dolor en el corazón.

 

 

Ramón Hernández

@ramonhernandezg

 

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