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¿Qué va a pasar aquí?

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¿Qué va a pasar aquí?

La pregunta es recurrente, y es propia de los momentos turbulentos que vive Venezuela. La gente se angustia porque la escena es propicia para la confusión y porque los sucesos se acumulan hasta formar verdaderas barricadas que impiden apreciar la direccionalidad de las tendencias. Es natural que ante la barbarie y la ignominia reaccionemos angustiados y temerosos, condiciones anímicas que nos impide hacer un cálculo sobre cuáles son las verdaderas fortalezas y debilidades del gobierno, que a fin de cuentas son las que van a terminar de decidir la suerte del régimen.

 

El régimen está entrampado en su inviabilidad política y económica. ¿Qué significa viabilidad política? Significa que el régimen pueda llevar adelante su programa de gobierno sin que el monto de la resistencia lo obligue a aplicar dosis crecientes de violencia. Implica también que el presidente pueda encabezar una coalición coherente y leal, que ella se exprese en un equipo de trabajo estable y productivo, y en el acatamiento de un cuadro administrativo que tenga la disposición de cumplir y hacer cumplir las decisiones tomadas. Pero ese no es el caso del gobierno de Nicolás Maduro. No solo porque se aprecia que cada día le cuesta más mantener la cohesión del grupo (y este costo debe ser pagado en contante y sonante) sino también porque es público y notorio el juego de mutuas concesiones de poder y privilegios que tienen que hacerse entre ellos para evitar fisuras y rupturas, atornillados adicionalmente a través de ese halo de violencia y retaliación que parece obligarlos a todos a mantenerse dentro del redil.

 

Cualquier observador entrenado sabe que por lo menos hay tres grupos claramente diferenciables en el gobierno: Los radicales civiles, los pragmáticos ultrosos, y la tecnoburocracia autoritaria. Se puede notar el inmenso esfuerzo que todos los días hacen para no romper definitivamente, aun a costa de las contradicciones e incoherencias en las que incurren, y del costo político que supone para el titular del ejecutivo el ceder a veces a favor de unos y otras veces a favor de otros.

 

No es casual que en la cúpula del gobierno se exhiban tantas contradicciones para decidir la orientación de las políticas públicas y sea tan difícil su instrumentación. Cambios súbitos de miembros del gabinete y una lista creciente de problemas sin resolver muestran el monto de la dificultad. Pero es en el área económica donde esta circunstancia muestra niveles de patetismo, porque a pesar de que todos los problemas están perfectamente diagnosticados, el equipo gobernante se muestra incapaz de dirimir sus diferencias con el sentido de urgencia que la gravedad del deterioro exige. Por eso es que también podemos inventariar un peligroso nivel de inviabilidad económica. La crisis de escasez, inflación, desinversión y desempleo no es nueva, y le va a costar mucho al gobierno convencer a la población de que todas esas penurias son el producto de una “guerra económica” que ellos dicen que ganaron, o de “la violencia insurreccional” que también dicen que vencieron. Nada más lejano de la verdad. Vivimos los resultados de una equivocación sistemática y sostenida con furor recalcitrante. El nivel de las reservas internacionales ha perdido 22.564 millones de dólares entre el 2008 y febrero del 2014. Desde el 2007 la inflación ha acumulado 196,9 puntos porcentuales. La escasez no ha bajado de niveles del 20% desde enero del 2013. Y como es público y notorio, el gobierno no encuentra como cerrar la brecha entre lo que debe a los importadores y lo que necesita para abastecer al país.

 

La crisis económica no se gana con tanquetas. Dijimos en noviembre del 2013 que era un error garrafal pretender aplicar la lógica militar a los problemas económicos. Las puestas en escena protagonizadas por todo el alto gobierno lograron demoler la escasa confianza del sector empresarial a la par que revolucionaban las expectativas de los sectores populares. Esa ecuación no tiene solución en las condiciones de precariedad de reservas internacionales que exhibe el BCV. La trampa está en que ni dejan producir a la industria nacional ni tienen músculo económico para importar lo que aquí no se produce. El gobierno no honra sus compromisos y las empresas públicas no paga a sus proveedores. Eso no va a cambiar y va a generar cierres obligados de empresas y pérdidas de empleos.

 

Pero hay dos elementos adicionales que apuntalan la crisis. Una de ellas es la congelación “temporal” de los alquileres comerciales, que ya ha acabado con cerca de 60 mil empleos, y la otra, la contumacia con la que siguen ocupando empresas, perturbando su gerencia y preparando las condiciones para su estatización. El gobierno no entiende que las dificultades de las empresas no tienen el origen malévolo y conspirativo que ellos le achacan. Así que nada positivo se puede lograr de una intervención, o peor aún, de la pretensión fatal de que ellos (los del sector público) pueden administrar mejor una crisis que tiene su origen en la imposibilidad de importar lo debido para seguir operando. No hay empresa que no haya salido lastimada de ese tipo de intervenciones, cuando no es que luego las estatizan para saquearlas.

 

Las empresas públicas son la otra cara de la misma crisis. No solo no están produciendo sino que nos están haciendo perder dinero a todos los contribuyentes. ¿Alguien cree que este socialismo es económicamente viable? ¿Alguien cree que es recuperable SIDOR de la maraña antigerencial a la que ha sido sometida por años? ¿Alguien cree que las empresas del aluminio pueden volver a ser lo que fueron? ¿Alguien puede imaginar que podemos algún día recuperar para la producción las empresas cementeras o los millones de hectáreas que dejaron de ser útiles porque se impuso ese comunismo feroz que se solaza en la destrucción? ¿Alguien sabe cuántas empresas públicas tenemos? y ¿cómo ha sido posible que el gobierno nacional sea el patrono de 2. 56 millones de trabajadores, el 19,6% de la P.E.A.?

 

Las condiciones políticas y económicas del gobierno solo les deja el camino de la represión. Y la están usando aun al costo de deslindarse de cualquier barniz democrático. Eso es lo que estamos experimentando: el uso sistemático de la barbarie para tratar de sobrevivir. Les ayuda la maquinaria de propaganda perversa de la que se valen, y la sensación de urgencia con la que todos los poderes públicos han asumido el desafío de defenderse de la avalancha de deslegitimación que están sufriendo. Hay que aclarar que no es que haya más acuerdo entre ellos, simplemente tienen más miedo y reaccionan en consecuencia. Ellos saben cuál es el grado de peligro que significa pasar de ser del equipo de los malandros al grupo de los malandreados.

 

¿Puede sobrevivir el régimen? La respuesta está condicionada al grado de represión que esté dispuesto el gobierno a usar para acallar la protesta generalizada y las olas de insatisfacción que están por venir. Recordemos que a diferencia de ocasiones anteriores la salida distributiva está negada por la escasez de divisas y la precariedad técnica que exhibe el gobierno. Por eso, parafraseando, “a falta de pan, buenos son los tortazos”. Hay que decir, sin embargo, que la represión tiene rendimientos decrecientes, o sea, cada día va a necesitar más represión para obtener los mismos resultados, y que además esta herramienta tiene efectos contraproducentes que no puede eludir, entre los que están la pérdida de prestigio, el aislamiento internacional y la disonancia cognitiva entre el discurso oficial que los que dicen amar al pueblo pero que en realidad lo someten a condiciones de vida oprobiosas, les niegan acceso a la libertad y los reprimen. Nadie tiene una bola de cristal para adivinar el futuro, pero el uso de la represión siempre es un último recurso, cuando las demás opciones no están disponibles. Habrá que esperar.

 

 

 

Por: Víctor Maldonado C.

 

 

 

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