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¡Pero se mueve!

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¡Pero se mueve!

Los siglos XVI y XVII fueron épocas de inflexión. La vieja ciencia fundida con la religión oficial se mostraba incapaz de rebatir los argumentos modernos. Fue la época de un hombre del renacimiento italiano, Galileo Galilei, inventor de tecnologías y nuevos usos que sorprendieron a sus contemporáneos y lo colocaron en el filo de la navaja. Sus aportes están allí, el telescopio, el termómetro, el compás militar, la balanza hidrostática, el microscopio y el péndulo aplicado a los relojes, un dossier insustituible de los primeros instrumentos científicos que servían para apalancar nuevas investigaciones, sirviendo de rompehielos de los témpanos del saber transformado en dogma, inapelable y autoritario.

 

Le tocó al súbdito del Gran Ducado de Toscana refutar la beatitud del universo. A despecho de la herencia de Aristóteles y de toda la autoridad de la Iglesia Católica, el uso del telescopio para “escudriñar el cielo con el anteojo, dedicado a las especulaciones siderales” le proporcionó más de un argumento para rebatir esa esfera celeste, en donde todo había sido previsto, y proponer como alternativa “un mundo pródigo de novedades, transformaciones e irregularidades, cuya esencia es el cambio”. Algo que no nos impresionaría a nosotros, creaturas del siglo XXI, significó toda una revolución científica para su época. La lente del telescopio mostraba una realidad, un curso de los acontecimientos que no ratificaba la ideología oficial. La observación sistemática le permitía deslindar lo real de lo aparente hasta el punto de destronar el sistema ptolemaico, y en general, la ciencia contemplativa y resignada a hacer valer ciertos pasajes de la Biblia leídos con criterios fundamentalistas.

 

Por supuesto que tuvo que enfrentar una reacción brutal. Galileo fue juzgado por la Santa Inquisición y manoseado por el papado, la corte de los Médicis, las corporaciones mercantiles del Véneto y la Universidad de Padua, poderosas fuentes de mecenazgo que actuaban bajo los auspicios de sus propios intereses. Lo cierto es que el atrevimiento modernista del intelectual fue pagado con cárcel, humillación y aislamiento. Se quejaba de que el “arma tremenda de la autoridad obligaba a los científicos a defender como verdaderas, conclusiones que repugnan a las razones manifiestas y a los sentidos…”

 

Porque por más que el poder quiera imponer su propia e insensata versión de la realidad, ésta actúa y se desencadena de acuerdo con sus propias leyes. A Galileo le obligaron a retractarse, y así lo hizo porque la alternativa era la hoguera, pero al salir de la sesión susurró “sin embargo, se mueve”. Les gustara o no, había tomado partido por el sistema copernicano: Es el sol, y no la tierra, el centro del universo.

 

La humanidad no escarmienta. Los venezolanos hoy vivimos una nueva inquisición. El socialismo quiere imponer sus tesis sin importar cuanta refutación pueda recibir de la realidad. Los resultados dicen que este paradigma ideológico es completamente falso. Que los supuestos de planificación central, capitalismo de estado y apropiación de los activos productivos privados no conducen de ninguna manera a mejores estadios de prosperidad. Que el saqueo de la productividad emprendedora solamente sirve para financiar un populismo de corto plazo que se transforma en ruina y violencia en el mediano plazo. Que el compromiso revolucionario no es capaz de sustituir al talento, y que “el hombre nuevo” es demasiado parecido al hombre de siempre, y por lo tanto, corruptible en el usufructo de un poder que no tenga controles.

No es cierto que vivamos un renacer de la patria y tampoco lo es que necesitemos un estado grande, interventor, todopoderoso y omnipresente para garantizarnos la felicidad. No necesitamos que alguien piense por nosotros nuestras razones y medidas de nuestra libertad. Y mucho menos que dependamos necesariamente del goteo de la renta para salir de abajo. El mito del Estado Fuerte es parte de la idolatría a la dictadura y el autoritarismo que tantos fracasos ha sumado en América Latina, y que para mi gusto es también parte del infantilismo traumado que nos afecta como sociedad.

 

No es cierto que necesitemos un caudillo que nos reivindique. Tampoco necesitamos alistarnos en la próxima montonera para salir de esto. Allí está la realidad de los otros países para decirnos que mejor les va a quienes se sujetan al Estado de Derecho y hacen respetar garantías y libertades ciudadanas. Mejor trayectoria tienen los que cuentan con un estado modesto, dedicado a lo suyo, cuyos líderes no se creen mesías, y cuya única función es ensanchar hasta los límites de lo posible, los espacios de realización del ser humano.

 

No es cierto que la pobreza sea un invento del capitalismo. Lo que realmente se inventó en el siglo XIX con el advenimiento de la Revolución Industrial fue la posibilidad de riqueza como producto del afán de lucro consustanciado con el trabajo productivo y el ingenio de cualquier ser humano, sin importar raza o condición social previa. Antes de eso el signo fue la miseria más abyecta, el hambre, la desolación resignada y la represión de unas clases sobre otras. El socialismo tiene otra versión, echa otro cuento, porque ellos, los socialistas, son los herederos del resentimiento.

 

Pero no solo eso. La realidad muestra fehacientemente una correlación casi perfecta entre ese modelo, la inflación, la escasez, la inseguridad, la pérdida de confianza inversionista y la corrosión de la cohesión social. Y por más que el régimen se empeñe en buscar excusas, cada una de ellas más estrambótica que la otra, todos, hasta los más fieles, sospechan que es el gobierno, su ideología y su incapacidad, los que producen esos resultados y no otros.

 

Como siempre, se atraviesan los intereses. Los del lado del régimen, y los que de este lado están usufructuando tanta incapacidad. Unos y otros son parte de la misma trama antigua, insuficiente y errada que quisieran que sus órdenes se transformaran en una realidad más sumisa. Algunos de todos los bandos, usan su autoridad, o lo que ellos pretenden que es su autoridad, para silenciar, acosar y perseguir a los que insisten en presentar una versión más compatible con lo que está ocurriendo. Para “aquietar” a los que tienen una versión crítica a tanto regocijo en las falacias. A todos ellos les regalo la lección de Galileo, y esa frase que susurraba como parte de un triunfo que al final iba a tener. Y es que los hechos no se pueden esconder bajo la cháchara totalitaria y/o complaciente que quiere hacernos ver a juro lo que no existe.

 

Galileo tuvo mucho tiempo para reflexionar por qué se podía imponer una negación de la realidad tan funesta como inútil. Él también llegó a sus propias conclusiones, que yo quiero hacer mías: Esto cambiará en el momento en que no intentemos más dorarnos la píldora ni suavizarle el trance al régimen. El cambio comienza con develar de nuestros ojos el velo del conformismo y la expectativa del milagro. No hay milagros. La realidad es como es y “pica en los bolsillos”. Pero como decía Galileo “primero es preciso aprender a rehacer los cerebros de los hombres y hacerles capaces de distinguir la verdad de la falsedad…”

 

 

Víctor Maldonado

 

@vjmc

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