«Otra más»
mayo 26, 2014 8:03 am

Los últimos sucesos cuyos autores son adolescentes me han hecho reflexionar sobre cuándo los rateros se convirtieron en asesinos a sangre fría. Recuerdo como sí la viera hoy a una asidua visitante de la casa de mi abuela. Se llamaba María Valero. No puedo calcular su edad, porque era arrugadísima, aunque desde lejos alguien que no la conociera hubiera podido jurar que se trataba de una niña. Era pequeña y menuda. Tenía una trenza que le llegaba hasta las rodillas, por lo que presumo que suelto, el cabello le arrastraría por el piso. Sus ojos achinados revelaban una fuerte carga indígena. No tenía dientes, pero siempre estaba sonreída.

 

Además de su aspecto, también vestía como una niña. Entiendo que en algún momento de su vida heredó mucha ropa de alguien adinerado, pues siempre venía vestida diferente; aunque debió haber sido hace muchos años, porque la ropa estaba pasada de moda y algo desteñida. El único traje que la vi repetir era un disfraz de mexicana, que se ponía cuando venía a pedirle dinero a mi Tío Pedro, que era quien la mantenía. Ella había cuidado a una hermana de mi bisabuela y fue uno de esos personajes heredados por la familia que de alguna manera pasaron a formar parte de ella.

 

«Carolina, está linda la mar» recitaba cada vez que me veía. Yo juraba que ella había inventado el poema y hasta le discutí a una maestra en el colegio que la autora de ese poema se llamaba María Valero y no Rubén Darío y que la niña en cuestión se llamaba Carolina y no Margarita.

 

María Valero nunca llegaba con las manos vacías: traía flores que arrancaba en otros jardines, hierbas, periódicos viejos y hasta una culebra muerta. Un día se apareció con un mono y lo soltó en el comedor, causando grandes destrozos.

 

Vivía en el barrio Agua de Maíz, querida por sus vecinos, hasta que su muerte fue el presagio de cómo las cosas cambiarían en Venezuela. Un día apareció violada, golpeada y asesinada dentro de su ranchito. Le habían robado todo, menos el disfraz de mexicana, con el que la enterraron. Su asesinato causó una terrible conmoción. Si hubiera sido hoy, quizás suspirando con resignación diríamos «otra más» y pasaríamos a la siguiente noticia. Ni siquiera nos temblaría la mano con la que sostenemos la taza mientras leemos el periódico. Nos estamos deshumanizando. Y eso es una enorme tragedia para un país.

 

Carolina Jaimes Branger