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EL DÍA DESPUÉS… Aproveché las vacaciones anuales para realizar un periplo con mi esposa y un grupo de amigos por algunos de los países que tienen costa con el Mar Negro. Parte del recorrido que siempre nutre nuestro micro programa radial 360 Grados. Un pequeño barco de Windstar Cruises nos sirvió para zarpar de Estambul y visitar Turquía, Ucrania, Rumania y Bulgaria. Coincidencialmente los tres últimos fueron parte de la Cortina de Hierro, y los que a partir de 1989 comenzaron a deslastrarse del atraso, la corrupción, las violaciones a los Derechos Humanos, las dictaduras rojas y la destrucción moral de sus repúblicas y ciudadanos. La primera parada fue en Odessa, la tercera ciudad de Ucrania, donde la famosa escalinata sirvió para que Serguéi M. Eisenstein la inmortalizara en su antológico filme «El Acorazado Potemkin».
Era el «Star Pride» el primer barco de turismo que atracaba en esa ciudad tras nueve meses de tensión con Rusia que se apropió de la región de Crimea y de Sebastopol, su principal puerto donde la armada rusa tiene una de sus bases más grandes, con la excusa de que había sido una decisión soberana de Crimea quien quiso anexarse a la federación rusa y establecer su independencia. Dos destructores de España y Canadá servían de garantes a las naves que surcaban ese espacio acuático. La zona occidental ucraniana no siente los efectos de la guerra y su vida se desenvuelve con relativa tranquilidad. Llama la atención que en el famoso obelisco donde está situada la Tumba del Soldado Desconocido hay hoy una guardia permanente de jóvenes adolescentes, con fusiles al hombro, en formación militar con redoble de tambores las 24 horas del día, para llamar la atención sobre las intenciones del nuevo régimen capitalismo-comunista ruso. Quieren que sus pares se vean reflejados en lo que sería la anexión a Rusia con servicio militar obligatorio y más limitaciones que las que ya tienen para poder viajar por el mundo y aspirar a una vida mejor.
El sentimiento unánime ucraniano es rechazar las intenciones de Putin y por ello insisten a diario en recordar los años en que los comunistas acabaron con el país. Los guías turísticos repiten sin cesar -lo mismo nos pasó en los dos próximos países- las vicisitudes, limitaciones, subdesarrollo, carencia de libertades y sobre todo la existencia de los llamados «patriotas cooperantes» -más adelante los registramos igualmente en Bulgaria y Rumania- y que fueron diezmados por las poblaciones locales apenas lograron zafarse del yugo rojo. Nos recuerdan que Leonid Brezhnev, quien derrotó a Nikita Kruschev y fue el líder comunista desde 1964 a 1982 era ucraniano. Desde el 8 de julio disolvieron la formación parlamentaria del Partido Comunista de Ucrania esperando «que no haya más grupos comunistas en el parlamento ucraniano». El presidente Petro Poroshenko hace esfuerzos por mejorar las relaciones con Rusia y tiene el apoyo europeo y estadounidense. Sus exportaciones principales son metales, químicos, productos petroleros, maquinaria, transporte y alimentos. Turistas del mundo entero siguen visitando la costa de ese lado y aportando a la economía.
Luego en Bulgaria pudimos apreciar el desarrollo de un país que fue de los más atrasados y con una dictadura férrea. Su agricultura está pujante y abastece el país mientras exporta cobre, aluminio, zinc, trigo cebada y maíz. La costa búlgara es «la perla del Mar Negro» con hoteles, spas y resorts que no tienen nada que envidiarle a la Rivera Maya mexicana. Transnacionales del turismo tienen allí instalaciones del primer mundo. Todos recuerdan lo dañino del «socialismo». Un mesonero al decirles que somos de Venezuela hace referencia inmediata a Chávez y nos advierte que nuestra mala suerte es que el socialismo que él se copió fue el peor de todos, el más fracasado y sin estímulo alguno a sus ciudadanos, como es el de Cuba. Reiteraba que el principal apoyo al caudillo muerto venía de su permanente lenguaje anti estadounidense. Cierro esta columna con la semblanza de Rumania, país al que visité en 1979 por primera vez en una reunión de la Organización Mundial de Turismo, cuando el dictador Nicolau Ceausescu imponía sus deseos y los de su esposa Elena. Reflejos de su época, donde la hambruna reinó unos años al tener que exportar gran parte de la producción agrícola e industrial para pagar la enorme deuda externa acumulada.
Escasez de comida, energía y medicamentos provocaron que la vida diaria de los rumanos fuera una lucha por la supervivencia. El 22 de diciembre de 1989 cuando tras cinco días de revueltas populares contra el dictador que había ordenado al ejército y la «Securitate» disparar contra los manifestantes en Timisoara, las protestas llegaron a Bucarest y la sorpresa fue que las Fuerzas Armadas fraternizaron con quienes protestaban. El mismo día Ceausescu, su esposa Elena y dos colaboradores huyeron de la capital en un helicóptero. Llegaron a la residencia de Ceausescu en Snagov, de donde volvieron a partir en helicóptero, aterrizando cerca de Targoviste porque las Fuerzas Armadas habían restringido los vuelos en el espacio aéreo rumano. Ceausescu fue arrestado por la policía en un control de carretera y entregado a los militares.
Estaba yo de ancla del noticiero meridiano de Venevisión «Lo que pasa en el mundo» el día de Navidad, en vivo, cuando Ceaucescu y su mujer fueron condenados a muerte por un tribunal militar en un juicio sumarísimo, bajo cargos de genocidio, daño a la economía nacional, enriquecimiento injustificable y uso de las fuerzas armadas en acciones en contra de civiles, siendo ejecutados por fusilamiento en un cuartel militar en Targoviste. Recuerdos de su era están el segundo edificio más grande del mundo después del Pentágono, ilusión del dictador, hoy sede del Parlamento y las «misiones viviendas» en las avenidas de la capital donde abarrotaban a la gente en apartamentos mínimos, «cajitas llenas de micrófonos» y «sapos» cooperantes. La película «La vida de los otros» lo reflejó tal cual en Alemania. Hoy el país tiene amplio desarrollo.
Como en todos los países del bloque soviético, las nuevas repúblicas hicieron pagar a la gran mayoría de los tiranos y sus allegados todos los crímenes cometidos, inclusive les han devuelto sus propiedades, tierras y fortunas a los propietarios originales, a quienes los comunistas se las arrebataron. Regresamos a Turquía, ejemplo de desarrollo y convivencia, de armonía entre sus ciudadanos, donde ofrecen un turismo de una a cinco estrellas y son el puente de negocios entre Occidente y el Medio Oriente. Exportan desde oro hasta agua y por igual venden a los israelíes, árabes e iraníes. La democracia y la libertad, no el odio, la violencia y la represión, son la mejor garantía para el desarrollo de los pueblos…
Nelson Bocaranda Sardi