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Los controles fracasaron

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Los controles fracasaron

Llevamos 15 años y dos gobiernos oyendo la misma cantaleta: “Que la culpa de todo lo malo habido y por haber es del capitalismo”. Es lo que Von Mises llamó “el prejuicio capitalista” obsesionado en limitar la esfera en que se desarrollan la iniciativa individual y la empresa libre. No hay socialismo que no parta de ese principio, y que por lo tanto no intente destruir la esencia del libre emprendimiento y el rol que tiene el sector privado como contribuyente fundamental del orden social.

 

Pero nunca queda allí. Los socialistas se asumen como una casta privilegiada que tiene los atributos morales e intelectuales que no tiene el resto de la población. De allí que todos sus proyectos sean para el control total. Las empresas, los empresarios, las profesiones, la educación, los servicios médicos, el resto de los servicios públicos, la prensa, la información, el entretenimiento, lo que la gente puede consumir y lo que no puede consumir, todo forma parte de una agenda atroz que se llama totalitarismo, que siempre se impone por la fuerza. Por eso mismo no hay socialismo que no sea represivo y dictatorial. El socialismo se impone por la fuerza porque su principal enemigo es la realidad, que va mostrando la ausencia de resultados y el fraude de todas las promesas. Los disidentes, aquellos que son capaces de denunciar las mentiras, son reducidos por la fuerza, aplastados por la propaganda o simplemente ignorados.

 

Hay cuatro patas rotas en todo socialismo. El estatismo, la prepotencia gubernamental, el voluntarismo autoritario y el colectivismo. Esa mezcla de falsas premisas, populismo, caudillismo decimonónico y apelación al “hombre nuevo” (que supuestamente renuncia a su propio bienestar para fundirse en la experiencia comunal) ha destruido la capacidad del país para construir bienestar. Los controles, principal herramienta del socialismo, allí donde llegan provocan corrupción, desolación productiva, escasez, inflación y mercados negros. La gran realización del socialismo del siglo XXI es la miseria, que siempre se acompaña con una represión ilimitada contra todo aquel que señale la desnudez de buenos resultados. Eso es lo que estamos viviendo en carne propia, y lo que deberíamos reconocer es que el culpable, el único culpable, es este régimen que insiste en las mismas malas recetas que convirtió a Cuba en un lupanar y en esa ansiedad por escapar que a veces termina en muerte. Si este modelo fracasó, hay que cambiarlo. ¿La solución? Apostar a la libertad, reducir la voracidad del estado y confiar en el aporte al bienestar que provoca el emprendimiento cuando se respetan derechos y garantías.

 

 

 

Por: Víctor Maldonado

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