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¡Lo indigno es no trabajar!

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¡Lo indigno es no trabajar!

 

El trabajo enaltece. ¿Por qué denigrar de un oficio? Ciertamente hay oficios más divertidos que otros, oficios gratos y otros no tan gratos, pero que se utilice como insulto el oficio de una persona, es inaudito y humillante. Son admirables las personas que realizan los trabajos que requieren tener estómago, trabajos que tienen que ver con desechos humanos y otros desechos igualmente desagradables. ¿Por qué burlarse de esas personas?… ¡Alguien tiene que hacer esas tareas, porque hacerlas no sólo mejora el aspecto físico de un establecimiento, sino que previene enfermedades!

 

 

 

Claro, para alguien que nunca ha trabajado, burlarse de quienes trabajan es parte de su razón de ser. Y lo peor es que no sienta vergüenza por ello. Si hubiera trabajado alguna vez en su vida sabría que el trabajo enaltece.

 

 

 

A mí me avergonzaría, por el contrario, ser yo una vaga o que mi papá hubiera sido un vago. Menos mal que trabajó duro toda su vida y nos enseñó con su ejemplo. Esa mística de trabajo se las transmitimos su papá y yo a nuestras hijas, con resultados –hasta ahora- muy satisfactorios.

 

 

 

Hay quienes han hecho del reposo un modo de vida. Siempre están de reposo. Grandotes, sanotes, pero de reposo. El peor ejemplo para sus familias y sus compañeros de trabajo, que sí están fajados trabajando mientras el reposero cobra sin trabajar. Jamás se me hubiera ocurrido pedir un reposo sin estar enferma. Me hubiera sentido profundamente avergonzada. ¡Lo que vi en mi casa fue todo lo contrario! Mi papá, que era médico, siempre se quejó de la gente que le pedía certificados médicos falsos y jamás los otorgó… ¡Detestaba a los reposeros de oficio (y yo también)!

 

 

 

Hace un mes entré a uno de los baños en el aeropuerto de Maiquetía. Las señoras que trabajaban allí, muy amables ambas, me contaron que estaban aterradas de perder sus trabajos porque el gobierno no le pagaba al contratista que se encargaba de la limpieza de las instalaciones sanitarias. “Además el sueldo no nos alcanza para nada”, me comentaron. Algo así como 56.100 bolívares a la semana. Espero que de allá a aquí se los hayan subido, porque realmente es un salario miserable. “Nos redondeamos con las propinas que nos dan los clientes… no nos podemos dar el lujo de perder este trabajo (el concesionario les había advertido que si el gobierno no le pagaba en un mes, cerraría). El problema es que cada vez vienen menos personas… fíjese lo vacío que está el aeropuerto. Y los venezolanos que antes nos daban, ahora no cargan efectivo”. Otra de las pequeñas tragedias que sumadas forman la gran tragedia venezolana.

 

 

 

Pero regreso al tema del trabajo. Que alguien que tuvo que dejar su país –emigrar jamás es fácil- trabaje limpiando baños no es motivo de burla. Es triste que una persona que estudió para ser un profesional tenga que ir a otro país a limpiar pocetas, porque en su país no tenía ninguna oportunidad de trabajo. Porque en su país las oportunidades que hay no son de trabajar, sino de conseguir “chambas” o peor aún, de robar. Por eso también es encomiable que la persona haya elegido trabajar limpiando baños y no dedicarse a robar, como hacen otros. Y hay que notar que limpiar baños en otras partes del mundo permite vivir con dignidad a la persona que lo hace.

 

 

 

La ética del trabajo es un valor que se transmite de padres a hijos. Afortunados quienes tuvimos padres que entendieron el valor de trabajar y nos dieron las herramientas para entenderlo y ser perseverantes en él. ¡Afortunados quienes tuvimos padres que nos enseñaron que lo indigno es no trabajar!

 

 

 

Carolina Jaimes Branger 

@cjaimesb

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